La resistencia al cambio de los
países desarrollados en el G-20
El 16/11/2014 finalizó la cumbre de dos días del G-20 en Brisbane Australia. El G-20, compuesto
por las veinte economías de los países más importantes desarrollados y en vías
de desarrollo, tiene como meta promover el desarrollo y el crecimiento económico
mundial. Desde el año 2008, coincidiendo con el inicio de la crisis económica
mundial, ha celebrado nueve cumbres con la asistencia de los respectivos jefes
de Estado o Gobierno.
Todas ellas han concluido reiterativamente con los mismos acuerdos sin que, hasta
la fecha, escasamente hayan contribuido a cambiar el curso de la economía
mundial. Los problemas financieros que determinaron la crisis económica del
2008, solamente se han resuelto en lo relativo a evitar la quiebra del sistema
financiero de los países desarrollados, pero los problemas de estancamiento
económico y aumento del desempleo continúan latentes incluso acentuándose.
La principal causa financiera que desencadenó la crisis del 2008 y lastra la
recuperación económica global sigue sin acometerse. La crisis financiera global
del 2008 tuvo su origen en la crisis del ciclo
alcista de la economía
mundial basado en el consumismo
de las sociedades desarrolladas. La financiación insostenible de un ciclo
consumista basado principalmente
en la especulación inmobiliaria derivó en un apalancamiento
financiero de consumidores y
entidades financieras, que se acentuó por el pánico ante la crisis de los más
importantes accionistas de muchos grupos bancarios que retiraron sus depósitos para
ocultarlos en paraísos fiscales o cajas de seguridad, lo que impidió que las
propias entidades bancarias pudieran hacer frente al vencimiento de sus
obligaciones crediticias y hubo que recapitalizarlas con el dinero de los
contribuyentes. De esta manera, el capital de los evasores tuvo que ser
amortizado por la ciudadanía en los denominados planes
de rescate.
No obstante, la banca occidental tras impedir su quiebra se encontró en medio de
una situación de crisis de crecimiento económico debido a la persistencia del
apalancamiento financiero de la ciudadanía occidental que impedía reactivar un
nuevo ciclo consumista y, con ello, las empresas debían recortar sus pedidos.
Sin crecimiento económico la banca no puede hacer negocio, pues
el préstamo a interés no es sino el adelanto de una parte del beneficio que el
empresario debe reportar a la entidad financiera,
y las empresas ante la caída de la demanda no
pueden aumentar su producción y, con ello, carecen de la solvencia necesaria
para endeudarse, y el financiero ante la imposibilidad de recuperar su capital
deja de prestar.
La falta de crecimiento, contra lo que algunos afirman, no es debido a una falta
de voluntad de los bancos a prestar, sino que es debido a la caída de la demanda
efectiva de los consumidores, que
impide garantizar la producción y con ello el crecimiento económico y la
solvencia de las empresas.
En esta situación bancos y empresas sobreviven por la concentración de las
mismas. En la medida que la producción se contrae, las empresas y entidades
financieras tienden a agruparse para
asegurar la solvencia de sus cuentas
de resultados.
Sin embargo, y paradójicamente, existen en la economía
mundial cantidades ingentes de
capital acumulado durante el ciclo
alcista anterior a la crisis del
2008, estimado en decenas de billones de dólares, un capital que se encuentra
fuera del alcance de los Estados nacionales a buen refugio en paraísos fiscales
y bajo la titularidad de un minoría privilegiada que no tiene ningún interés que
su renta pudiera destinarse a aumentar la capacidad adquisitiva de las clases
medias, sino que siguen pretendiendo aumentarla a través de la inversión. Pero,
en una situación de estancamiento económico, las posibilidades de inversión en
actividades productivas son muy reducidas, por ello, se orientan a acrecentar su
renta especulando con las deudas
soberanas.
Los Estados, particularmente los europeos, ante la falta de ingresos
fiscales debido a la disminución
del consumo, tienden a endeudarse para hacer frente a sus gastos corrientes, y
muchos de los prestamistas no son sino aquellos que ocultaron el dinero
anteriormente a la crisis del 2008, y operan desde fondos
de inversión opacos o la banca
en la sombra.
Los Estados de los países desarrollados han venido endeudándose en la creencia
de que la crisis del 2008 era una crisis pasajera, y que la vuelta a la senda
del crecimiento les reportaría los ingresos suficientes para pagar su deuda,
pero tras siete años de crisis económica los intereses
de la deuda siguen acrecentándose
constituyendo la principal obligación
de pago de los Estados, por
encima de los gastos en los servicios sociales y del mantenimiento de las
propias administraciones públicas, entrando en un círculo vicioso que, en una
crisis prolongada, solamente es posible romperlo a nivel de Estados a través de
una renegociación de las deudas soberanas y, en el caso de la UE, recuperando
las competencias de los Estados cedidas a Bruselas, para que los mismos tengan
la capacidad político-económica para tomar medidas adecuadas en sus naciones.
La solución global que debiera venir de la mano del G-20 pasaría por una reforma
financiera global de profundo
calado que, hasta ahora, ninguna de las cumbres de este foro ha tenido interés
en promover por no disponer del consenso adecuado. Estas medidas pasarían por
una regulación financiera
internacional que permitiría a
los Estados no solo conocer los capitales que sus nacionales tienen ocultos,
sino que también se debiera articular una legislación internacional para que los
Estados pudieran expropiarlos y destinarlos a pagar sus deudas e incrementar el
poder adquisitivo de las clases medias para estimular el consumo. En definitiva
se trataría de posibilitar los mecanismos internacionales que permitieran
convertir la ingente renta
inversión, destinada actualmente a la especulación con las deudas
soberanas, en renta consumo para
estimular la demanda efectiva y
con ello volver a la senda del crecimiento económico.
Pero como se ha podido comprobar, las nueve cumbres del G-20 no han servido para
dar pasos efectivos en esa dirección por la resistencia de los países
desarrollados cuyos gobernantes responden inequívocamente a los intereses de los
poseedores de capitales ocultos y también de los millonarios de sus países.
Gobernantes, que apoyados por grandes corporaciones mediáticas bajo la
financiación y patrocinio de las grandes fortunas, son elegidos por las clases
medias que constituyen la mayoría social, pero que en su accionar político son
títeres de las grandes fortunas financieras.
La manera de acabar con el poder de la oligarquía financiera internacional, que
tiene el control financiero mundial, pasa por cambiar los actuales gobernantes
de los países desarrollados ligados a la tradición neoliberal, por otros que
tendrían en su programa político impulsar en el G-20 una reforma
financiera internacional para
acabar con los privilegios financieros internacionales que permiten burlar la
acción de los Estados y que ahogan las aspiraciones de democracia
social de
las mayorías sociales en el mundo entero.
En ese empeño, contarían con la colaboración del Grupo BRICS quienes apuestan
claramente por un cambio en el sistema
financiero internacional, y que en la última cumbre del G-20 ya han
manifestado su decepción por la parálisis a la que someten los países
desarrollados a las reformas financieras internacionales que, en lo que afecta a
ellos mismos, reclaman el cumplimiento de la reforma del Fondo Monetario
Internacional (FMI). Un malestar que dejaron patente en un comunicado emitido al
término de la reciente cumbre del G-20 en el que manifestaban: “el lento
accionar de la reforma del FMI debilitó la legitimidad y la credibilidad de la
entidad financiera global”. Señalando a EEUU como el país más resistente a
introducir cambios en las participación de la cuotas en el FMI al oponerse al
aumento de las mismas de los países emergentes.
No obstante, es evidente que los procesos de cambio no pueden esperar a que se
llegue a un consenso en el G-20, sino que lo que debe producirse es un cambio en
la correlación de fuerzas de la economía mundial favorable a los países
emergentes para que pueda haber un cambio en la gobernanza económica mundial.
Frente a la resistencia
al cambio de
los grupos oligárquicos financieros internacionales de los países desarrollados,
amparados principalmente por los gobernantes neoliberales del G-7; las fuerzas
políticas que encarnan la
renovación para
construir un modelo de desarrollo económico mundial con integración social, la
constituyen las naciones emergentes en desarrollo y las fuerzas políticas de los
países desarrollados que aspiran a ese objetivo universal.