G7. El poder de sancionar
El G7, el foro de las siete economías más importantes que han regido la
economía mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial,
formado
por Alemania, Canadá, EEUU, Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón,
ha celebrado
el 7 y 8 de junio su
reunión anual en Alemania. Los máximos mandatarios han acudido a la
cumbre con un orden del día centrado en la economía y la política
mundial, pero la cumbre está marcada por la ausencia de Rusia en el que
fue G8 tras la incorporación de Rusia en el año 1998. En 2014, año de la
presidencia rusa en el G8, la cumbre debía celebrarse en Sochi, sin
embargo, tras la incorporación de Crimea a Rusia, fue boicoteada por los
demás miembros que optaron por reunirse en Bruselas, y Rusia se vio
excluida de ese foro.
El G7 concentraba en el año 2014 el 46% del PIB mundial, no obstante, su
poder económico hegemónico desde la Segunda Guerra Mundial ha venido
reduciéndose en el siglo XXI. En el año 2000 la participación del G7 en
el PIB mundial era del 65,84% y en el 2014 del 46,28%, viendo reducida
su importancia en el PIB mundial en casi un 20%, siendo las naciones que
experimentan el retroceso relativo más importante: EEUU con un -8,65%, y
Japón con un -8,04%.
Fuente: BM. Elaboración propia.
De manera diferente los países BRIC han ido ganando participación en el
PIB mundial de manera significativa habiendo pasado de tener un 8% en el
año 2000 a concentrar el 20,51% en el 2014, siendo China la que
experimenta un mayor incremento al pasar de representar su PIB en el año
2000 un 3,74% del PIB mundial, a ser el 12,26% en el año 2014. Muy
alejada de esas cifras se encuentra Rusia con un incremento del 1,97%.
El PIB agrupado del resto de Naciones del mundo ha pasado de constituir
el 22,16% del PIB mundial en el año 2000, al 33,21% en el año 2014, lo
que supone aumentar el 7%.
Fuente: BM. Elaboración propia.
Estas diferencias en el dinamismo económico entre los países emergentes
y el G7 viene determinado por la forma que se está conformando la demanda
efectiva de bienes y
servicios a nivel mundial, que tiende a concentrarse en los países
emergentes, principalmente en China mientras que los países del G7
experimentan un crecimiento relativamente menor, tendencia que se ha
acentuado a partir de la crisis financiera mundial del 2008.
Fuente: BM y CIA. Elaboración propia.
Ver artículo:
17/11/2014. Conformación de la demanda económica efectiva global y
modelos de desarrollo.
El Mundo, del 2011 al 2013 experimentó un incremento de la demanda
económica efectiva agregada de
3.587.306 millones de dólares, que supone el equivalente al 4,11% de los
87.250.000 millones de dólares del PIB- PPA mundial del 2013. China
sería la nación que más acapararía la demanda económica mundial agregada
con el 56,69%; a gran distancia le seguiría EEUU con el 12,45%; la India
con el 6,89%; Japón con el 5,31%; Rusia con el 3,97%; Alemania con el
1,35%, y Brasil con el 1,13%, mientras que la aportación del Reino Unido
seria nula, Francia perdería el -0,55%; la UE en su conjunto lo haría en
el -1,43%, y la aportación del resto del mundo sería del 14,98%. Según
estos datos, la importancia económica del G7 no solo ha perdido fuerza
en el conjunto de la economía global sino que la tendencia global es que
siga perdiendo.
El G7 al haber detentado desde la Segunda Guerra Mundial la hegemonía
indiscutible en la formación del PIB mundial, ha podido determinar el
modelo económico de crecimiento mundial. El mismo ha venido
sustentándose en el consumismo de sus respectivas sociedades que
representan un 10% de la población mundial, asignando al resto del mundo
el papel de ser suministradores de materias primas y mano de obra
barata.
El mantenimiento del poder del G7 pasa porque el modelo económico global
de las últimas décadas no cambie, lo que supone que los países en
desarrollo no crezcan económicamente. De esa manera el G7 con un 10% de
la población mundial podría seguir acaparando como en el año 2000 más de
dos tercios de la economía global, pero este es un modelo que las
mayorías sociales de los países en desarrollo no pueden aceptar.
Durante las últimas décadas en la medida que los países en desarrollo
han estado gobernados por oligarquías supeditadas al poder del
G7, los beneficios de la exportación de las materias primas redundaban
casi exclusivamente en las mismas mientras que las clases populares
seguían en la pobreza.
Este modelo de entendimiento entre el poder económico principalmente de
EEUU con el poder de oligarquías apátridas en los países en desarrollo
es el que el G7 se esfuerza en perpetuar y, por ello, los países
gobernados por fuerzas políticas que responden a las expectativas de
desarrollo de las mayorías sociales y opuestos al poder de
esas
oligarquías, son los
que EEUU y los países que conforman el G7
tratan de impedir que prosperen, siendo los casos más significativos: en
América Latina, Venezuela, tras el desplazamiento del poder de la
oligarquía venezolana por el movimiento chavista; en el Oriente Medio,
Irán, tras el final de la dinastía Pahlaví en 1979, y Rusia tras el
ascenso del movimiento político Rusia Unida liderado por Vladímir Putin,
que progresivamente ha relegado del poder a la clase de oligarcas
apátridas de los años noventa uncidos a los intereses occidentales.
La larga historia de hegemonía económica le ha permitido al G7 conformar
y detentar casi en exclusividad el sistema financiero mundial, lo que le
otorga un gran poder en su política de sancionar y bloquear
económicamente el desarrollo soberano de las naciones que no se avienen
a sus dictados económicos y políticos. Actualmente, a pesar de que el
crecimiento económico mundial y la demanda
efectiva mundial
tienden a concentrarse en los países en desarrollo, los mismos carecen
de capacidad financiera, lo cual supone una carencia que es aprovechada
por el G7 para imponer sus exigencias económicas y políticas de
subordinación a sus intereses.
Los países emergentes no dispondrán de las capacidades para un
desarrollo soberano mientras no creen y articulen un sistema financiero
propio. La creación del Banco de los BRICS y del Banco
Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), son
pasos importantes en la construcción de esa arquitectura financiera,
pero los países en desarrollo que quieren avanzar en sus respectivas
uniones económicas, mientras carezcan de bancos regionales que les
otorguen soberanía financiera estarán limitados en el diseño de sus
planes de desarrollo. Ese es el reto
principal
que tienen actualmente los países de Sudamérica y África Austral. La soberanía
financiera permite la orientación de la inversión en consonancia a los
intereses de las mayorías sociales y que los intereses de los prestamos
redunden en beneficio de las propias uniones regionales, mientras que la
dependencia de las instituciones financieras pertenecientes al G7 no
solo les limita en su planificación económica sino que los intereses de
las deudas contraídas revierten en las oligarquías financieras de los
países del G7, lo cual refuerza su poder y con ello la perpetuación de
la política económica mundial de la dependencia.
La reunión del G7 ha venido acompañada de varias declaraciones en las
que
políticos relevantes Occidentales han clamado por la incorporación de
Rusia al club de lo que sería el G8, pero siempre y cuando Rusia se
avendría a ser una nación obediente y subordinada, es decir, que Rusia
al igual que Francia, Italia, Japón, Canadá, Alemania y Gran Bretaña se
convirtiese en satélite de EEUU. Una opción que en pasadas declaraciones
Vladímir Putin ya dejó claro que Rusia no podía aceptar. El G8 fue
fruto de la coyuntura internacional que acabó en la crisis del 2008, en
la que el propio G8 decidió otorgar al G20,
que hasta entonces solo había actuado como foro para los ministros de
finanzas, el papel del foro más adecuado donde se debieran tratar los
asuntos económicos mundiales. En 2008, se sentaron por primera vez en
Washington, DC, los jefes de Estado y de Gobierno en el formato G20. El
G8 se refundó como foro de política exterior. Sin embargo, fue perdiendo
dinamismo por la crisis global. No había mucho que debatir, y más tras
la confrontación política y económica iniciada por el G7 contra Rusia
por la crisis de Ucrania, en la que el G7 se ha reafirmado en su
política de sanciones a Rusia.