La nueva multipolaridad
El concepto de
multipolaridad en la esfera política internacional ha venido tomando
protagonismo en el presente siglo en relación a la emergencia económica de
importantes países en los distintos continentes: Brasil en el espacio
latinoamericano; Rusia en el euroasiático; India y China en
el asiático, y Sudáfrica en el africano, todos ellos agrupados
actualmente en el BRICS. La multipolaridad se afirma por oposición a la
unipolaridad representada por EEUU tras la desaparición de la URSS en la
última década del siglo XX.
No obstante, en la concepción
de los países emergentes y en desarrollo, la multipolaridad no solamente
expresa la meta de una gestión política mundial desde varios polos
geopolíticos, sino que la misma debe realizarse sobre la base de la colaboración
en una relación de ganar todos.
La vieja
multipolaridad
En el pasado histórico, desde
los inicios en el siglo XVI de
la formación del espacio económico mundo con el desarrollo de los
imperios europeos de ultramar, la multipolaridad ha dominado la
geopolítica mundial, sin embargo, la misma se basó en el enfrentamiento
político, económico y militar, orientado por cada imperio a ampliar sus áreas de
influencia tanto en Europa como en la posesiones de ultramar. La raíz del
enfrentamiento ya tenía sus antecedentes en la lucha que las potencias europeas,
principalmente Francia, Inglaterra y España mantenían en suelo europeo, y la
expansión colonial lo que hizo fue globalizar esas rivalidades.
Desde el siglo XVI hasta el
final del siglo XX las rivalidades de los diferentes polos imperiales marcaron
el acontecer político mundial alternándose periodos de paz con periodo de
guerra. La primera mitad del siglo XX vería la culminación del enfrentamiento
entre los principales imperios europeos en dos Guerras Mundiales, en una disputa
a muerte por dominar Europa que constituía el centro político y económico
mundial, en la que el vencedor constituiría un único imperio mundial. En los
años treinta y cuarenta, dos de las potencias mundiales más importantes: la
Alemania nazi en Europa, y el imperio japonés en Asia, iniciarían una cruenta
guerra contra el resto de grandes naciones para someter al mundo entero. Su
derrota en 1945 y la progresiva descolonización sello el fin de casi
cinco siglos de enfrentamientos entre los viejos imperios coloniales europeos.
El nuevo orden mundial se
constituiría sobre los dos vencedores más importantes de la contienda mundial:
EEUU y la URSS, los cuales conformarían un mundo bipolar, que dominaría
las relaciones internacionales desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta
la desaparición de la URSS en 1991.
En este periodo, las relaciones entre los
dos nuevos polos
mundiales, al igual que sucediera en el pasado entre los imperios europeos,
seguiría basándose en la confrontación por áreas de influencia que se
extendió a los países que luchaban por su descolonización y a las
naciones bajo la tutela de la respectiva potencia: en Europa del Este a los
países tutelados por Rusia, y en América Latina a los tutelados por EEUU.
La hegemonía de
EEUU
Con la desaparición de la URSS
en la última década del siglo XX, por primera vez en la historia de la
humanidad, el mundo pasaría a estar dominado básicamente por una sola potencia:
EEUU, y aunque su dominio, a diferencia de los imperios tradicionales no fuera
territorial, se constituiría en la nación con mayor PIB del mundo, con una
predominancia casi absoluta de su moneda en las transacciones comerciales
mundiales, la más capacitada tecnológicamente, y la única con un despliegue
militar global con un gasto militar de más del 40% del total mundial.
La tragedia de este proceso
histórico, es que EEUU, se ha convertido en el vencedor final siendo portador de
la tradición y naturaleza imperialista heredada de los viejos imperios europeos,
particularmente del Imperio Británico. Con ello EEUU proyecta su influencia
mundial desde un punto de vista que la hegemonía mundial alcanzada en la última
década del siglo XX no puede ser cuestionada.
Durante siglos, la tradición
colonialista se fundamentó en las ganancias de las metrópolis a costa de la
explotación de los territorios colonizados. Era una relación en la que unos
ganaban sobre la base de que otros perdieran, en el que más fuerte se imponía al
débil, una cultura exaltada en el siglo XIX por el liberalismo y por el
darwinismo social. En la segunda mitad del siglo XX, tras los procesos de
descolonización, las condiciones geopolíticas habían cambiado, pero la cultura
de la explotación de unos territorios para beneficio de otros continuaba, y ello
daría lugar a una nueva forma de dominación política y económica: el
neocolonialismo. El mismo se ha caracterizado por una redistribución de las
funciones económicas globales, mientras el centro desarrollado
concentraba el crecimiento económico, los países pobres solamente contaban como
fuente de materias primas y mano de obra barata.
El vigente modelo hegemónico
alcanzado por EEUU se basa principalmente en su supremacía económica mundial. Su
continuidad, cuando la población de EEUU representa solamente el 4,5% del total
mundial, necesariamente implica perpetuar el modelo neocolonial, por el que las
naciones en desarrollo deben estar limitadas en sus capacidades industriales,
tecnológicas y financieras soberanas, pues si éstas se harían extensivas a las
naciones en donde habita más de dos tercios de la humanidad, las magnitudes de
la economía mundial cambiarían de tal manera que la supremacía económica
estadounidense quedaría relegada. La hegemonía, por sustentarse en el modelo
neocolonial, no puede satisfacer las aspiraciones de prosperidad de los países
en desarrollo.
Hacia la nueva
multipolaridad
La dicotomía entre la
perpetuación del modelo económico neocolonial, o de su transformación para
impulsar el desarrollo ha venido siendo una constante de más de medio siglo en
la mayoría de los países en desarrollo. El salto hacia un crecimiento económico
sostenido precisa de un cambio en sus estructuras económicas que les permita
pasar de ser economías extractivas y agrarias a industrialmente productivas,
pero las capacidades para propiciar esos cambios en las pequeñas o medianas
naciones son limitadas, por lo
que se requiere del liderazgo de las principales
naciones en desarrollo, basado en el principio de colaboración en todos los
aspectos de la economía y del conocimiento, en una relación de ganar todos,
siendo los países BRICS quienes desde esos postulados están tomando un creciente
protagonismo en su relación económica con la mayoría de las naciones en
desarrollo.
La formación de una nueva
multipolaridad requiere no solamente del empuje de las principales naciones
en desarrollo, sino que precisa también de la creación de agrupaciones
económicas regionales con instituciones financieras y moneda propias. En la
actualidad las dificultades de algunos países para avanzar en su desarrollo,
como sucede en Latinoamérica, se debe al lento avance en su proceso de
integración económica y financiera regional.
Tal vez, la iniciativa más
elaborada para construir espacios económicos interconectados para promover el
desarrollo regional es la liderada por China con el establecimiento del Banco
Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII). Esta iniciativa cuenta con un
proyecto de articulación económica territorial que pretende unir el espacio
euroasiático con la implicación de los países regionales y dispone de los
recursos financieros del BAII. Una iniciativa regional de estas características
en Latinoamérica y el África Austral permitiría afrontar el futuro del
desarrollo de los tres espacios geoeconómicos que agrupan a la mayoría de los
países en desarrollo con más de dos tercios de la población mundial.
El reto que tienen pues los
espacios: euroasiático, de América Latina y África Austral, es llegar a
constituirse en potencias regionales. La construcción de esos tres espacios
geoeconómicos acabaría con la dependencia individual de cada país del centro
desarrollado, dotándoles de una fortaleza que en su ascenso conformarían un
creciente poder autónomo, siendo en sus instituciones en quienes descansaría el
peso de la nueva multipolaridad mundial, lo que relegaría a EEUU de su
hegemonía, dando lugar a la nueva multipolaridad en la que EEUU y la UE
se integrarían como polos importantes del nuevo orden mundial.
De la nueva
multipolaridad a la civilización universal
El estadio histórico de la
nueva multipolaridad supondría el triunfo de las corrientes de pensamiento
de la fraternidad sobre las ideologías de la dominación, el
racismo y la exclusión, y sería la base desde la que la humanidad
podría avanzar hacía una nueva civilización universal en la que: todo el
género humano sería el beneficiario de las políticas económicas; se darían las
condiciones para llevar a cabo el desarme nuclear total, pues sin pretensiones
hegemónicas no tendrían razón de ser las armas estratégicas disuasorias, y se
podría avanzar de manera integral hacia un modelo productivo respetuoso con el
medio ambiente. La conquista de la nueva multipolaridad constituye pues,
el paso necesario para alcanzar la civilización fraternal a la que la
humanidad desde distintas ideologías y religiones ha aspirado.
Hegemonía
versus nueva multipolaridad
Pero, en la actualidad, la
situación en la que se encuentran las relaciones internacionales se sitúa entre
el avance hacia la nueva multipolaridad o la continuidad de la
hegemonía mundial estadounidense. La tendencia de las fuerzas políticas y
económicas emergentes empujan hacia la multipolaridad, pero nada está
escrito.
La resistencia, por parte de
EEUU a los cambios en el estatus quo mundial son muy fuertes, y la
política estadounidense se orienta a preservar su hegemonía utilizando los
diferentes recursos de su poder militar y económico contra los países que EEUU
considera adversarios.
China, como principal potencia
en desarrollo, por su tradicional colaboración con los países en desarrollo, y
por su ideario internacional basado en los cinco principios de la
coexistencia pacífica, se orienta hacia la formación de un orden mundial
basado en la nueva multipolaridad. Un objetivo compartido por todos los
miembros del BRICS.