La crisis financiera Occidental es analizada por el oficialismo
económico como producto de una serie de errores de los gestores financieros,
o debido a un afán desmesurado de riqueza, o ambas cuestiones juntas. Tras
casi cuatro años de crisis, este oficialismo económico ha hecho extensiva la
responsabilidad de la perpetuación de la misma a la ineptitud de los gestores
políticos, por ejemplo en el caso de Francia e Italia por la mala gestión de
la derecha política, y en el caso de Gran Bretaña, Grecia y España por la
pésima gestión de la socialdemocracia. Instalados en este discurso, los
electores han cambiando de gobierno en los respectivos países en la creencia
de que cambiando los gestores políticos los nuevos gobiernos darían con la
fórmula política para poner fin a la crisis económica. Como se está
demostrando que los cambios de gobierno en los países respectivos no añaden
nada nuevo respecto de los anteriores, los gobiernos entrantes acusan de su
falta de resultados a la mala gestión de los anteriores, a su falta de
previsión económica y a la irresponsabilidad de los directivos financieros.
Pero la crisis financiera iniciada en
el 2008, no fue consecuencia de mala gestión o ambición desmedida, eso pudo
darse en algunos casos, pero difícilmente pueden ser razones que expliquen el
crack del sistema financiero más poderoso jamás existido, tanto por su volumen
de negocio como por la sofisticación alcanzada, muy superior, debido a la
constante acumulación histórica de capital, al precedente en las tres grandes
crisis globales del capitalismo, la de 1873, la de 1929 y la de 1973.
No obstante, tanto el oficialismo
económico neoliberal y la izquierda europea siguen sin querer comprender que
el inicio de la crisis y su perpetuación, tiene una raíz estructural propia de
la naturaleza del ciclo económico en la que se situó la economía de los países
más industrializados, regida históricamente por una clase financiera
occidental, en el contexto de la conformación de la economía mundo al inicio
del presente siglo.
Tras la crisis de 1973, que devino en
una fuerte estanflación, una vez superada la misma, las finanzas occidentales
dejaron de depender de bancos sujetos al Estado cuya misión no solo era
regular la inflación sino promover inversiones a través de planes indicativos
de producción. El sistema financiero privado pasó a controlar el crecimiento
económico y el sistema competencial se globalizó progresivamente.
En el sistema competencial
globalizado, el volumen de ganancia tiende en el tiempo a igualarse
relativamente, es decir, si un activo produce un 10% de beneficio y otro un
20% los inversores y productores de bienes o servicios, según el caso,
tenderán a concentrarse en el del 20%, pero el exceso de oferta rápidamente
hará caer la rentabilidad hasta que, con oscilaciones entre unos y otros
activos, el beneficio medio tanto alcanzado por el fabricante o por el
financiero tienden a equilibrarse reflejándose en los mercados bursátiles.
El sistema competencial tiene la
particularidad que el fabricante de productos o proveedor de servicios está
inmerso en la mejora continua de los procesos de producción para obtener con
la misma o menor inversión más productos y servicios, o de mejor calidad por
el mismo o menor precio. Cuando un fabricante obtiene una ventaja productiva
sobre la competencia, al producir más y mejor con menos inversión su margen de
ganancia es mayor, por ejemplo 20% sobre 10% del que no ha introducido la
mejora pero, con el paso del tiempo, la competencia tiende a igualar esa
mejora productiva, de tal manera que ambos fabricantes terminan produciendo
productos igual de competitivos con la misma inversión por producto,
ajustándose su ganancia por la tendencia de los mercados a equilibrar la tasa
media de ganancia relativa, por ejemplo, al 10%.
Pero, resulta que ambos fabricantes,
si antes de la mejora productiva vendían cada uno 100 productos y precisaban
una inversión de 1000$; con una ganancia del 10% cada cien productos vendidos
obtenían una ganancia de 100$; en la nueva situación de optimización de la
productividad la inversión para producir esos cien productos ya no será de
1000$, sino que será menor, por ejemplo, de 800$, como la tasa relativa de
ganancia tiende a equilibrarse, en este ejemplo a un 10%, ahora ambos ganarán
80$, es decir, la tasa de ganancia relativa se mantiene en el 10% pero la tasa
absoluta de ganancia ha pasado del 100$ a 80$, pues el coste de producción por
producto ha pasado de 1000$/100p = 10$/p, a 800$/100p = 8$/p
Para recuperar la caída absoluta de
ganancia que toda mejora productiva, a la postre, impone, se precisa vender
más productos, por ejemplo, un fabricante de automóviles precisar vender más
automóviles, pues, si en un primer estadio productivo para obtener con una
inversión de 1000$ una rentabilidad de 100$ precisaba vender 100 productos, en
el nuevo estadio productivo para obtener esos 100$ de beneficio precisaría
vender en el equivalente a una inversión 1000$/8$= 125 automóviles.
En resumen, la mejora de la
productividad da al que la obtiene una ventaja en el mercado, pero en el
sistema competencial esa ventaja es transitoria, hasta que se obtiene un nivel
de productividad equivalente entre los competidores. En cada mejora general de
la productividad que se han venido produciendo desde la revolución industrial,
el nivel competencial se establece en un nuevo
estadio de productividad, de tal manera
que para mantener o aumentar la tasa absoluta de ganancia es preciso realizar
mayores inversiones, y con ello producir mas productos y servicios. En la
actualidad el nivel de productividad e innovación para la mejora de la misma
la tienen los países mas industrializados particularmente, EEUU, Alemania y
Japón, el resto de países para mantener su competitividad en los mercados
tienen que compensar el diferencial de productividad en productos
manufacturados con mano de obra más barata, tal es el caso de China.
Los países más industrializados han
venido concentrando el grueso de la demanda efectiva mundial en materia de
consumo desde después de la Segunda Guerra Mundial y, las mejoras de la
productividad, les ha obligado a tener que realizar sucesivas reproducciones
ampliadas de capital para producir más y de esa manera mantener o mejorar la
tasa absoluta de ganancia. Para ello, los países industrializados están
instalados en un ciclo consumista que se ha venido manifestando a través de la
siguiente secuencia:
1. Innovación científico técnica
productiva, que permite la mejora de la productividad técnica y el diseño de
nuevos productos.
2. Capital para su rentabilización en
la inversión.
3. Publicidad de los nuevos
productos.
4. Financiación al consumidor
5. Consumo de Productos.
En esta secuencia, el ciclo de
consumo que establece toda reproducción ampliada de capital tiende a ser, en
productos de uso común, más corto, a la vez que se crean con la publicidad
nuevas necesidades en el consumidor, por ejemplo la segunda residencia.
Por otra parte, la concentración de
la demanda efectiva mundial en los países industrializados con número limitado
de consumidores (unos 1000 millones) ha venido obligando a tener que acelerar
los ciclos de consumo, para mantener la tasa absoluta ganancia.
La tasa absoluta de ganancia tiene
dos grandes beneficiarios, por una parte, la empresa que fábrica los productos
o produce servicios y, por otra parte, el financiero que adelanta el dinero al
fabricante para las inversiones correspondientes. Ambos, precisan que el PIB
crezca por encima de las mejoras de la productividad pues es la condición para
que la tasa absoluta de ganancia en un sistema competencial no caiga. El
financiero es el responsable de orientar las inversiones, pues está en su mano
prestar para las actividades productivas que considera más rentables y con
mayor futuro.
En los inicios del siglo XXI, el
ciclo de consumo que se precisaba para mantener la tasa absoluta de ganancia
circunscrita al ámbito de los consumidores de los países industrializados
precisaba incrementar el consumo en un grado muy elevado. La producción
inmobiliaria fue el sector de inversión que la banca occidental apostó como
forma de elevar el PIB y con ello, mejorar su tasa absoluta de ganancia.
La crisis financiera del 2008
evidenció que debido al alto grado de desarrollo económico alcanzado en los
países industrializados, para mantener la tasa de ganancia absoluta, precisaba
de una aceleración del ciclo consumista de su población imposible de lograr,
pues implicaba ya en el estadio consumista alcanzado tener que cambiar de
automóvil cada pocos años y disponer de más de una residencia por consumidor.
Imposibilidad que se puso de manifiesto en la crisis inmobiliaria del 2008,
que terminó con un alto grado de apalancamiento financiero de los consumidores
y en la quiebra técnica de los bancos más importantes de los países
industrializados.
La crisis del 2008 ha puesto de
manifiesto que el crecimiento económico mundial basado principalmente en la
demanda efectiva de los consumidores de los países desarrollados es ya un
imposible, pues no es posible implementar un nuevo ciclo consumista capaz de
rehacer la caída de la tasa absoluta de ganancia circunscrita al número
limitado de consumidores de los países industrializados. Esta crisis era un
destino manifiesto, que más tarde o más temprano tenía que producirse.
Esta es las causa estructural de la
crisis que azota a Occidente, habiéndose llegado a un estadio donde no hay
energías económicas y financieras suficientes para recomponer el modelo
consumista de las pasadas décadas, ni para liderar la demanda efectiva
mundial, por lo tanto, el aumento del desempleo será una constante progresiva.
En el centro
de la tormenta de la crisis se sitúa el sector financiero, el cual, sino hay
crecimiento por encima de las mejoras técnicas de la productividad no puede
detraer plusvalías y por lo tanto está condenado como todo sector económico a
ir progresivamente reduciéndose y concentrándose.
Los rescates financieros, y la
especulación con las deudas soberanas de los países occidentales más débiles,
solamente han podido y pueden ofrecer al sistema financiero respiros
temporales, el cual se encuentra, por otra parte, inmerso en un mundo
contable, donde se desconoce si el valor del dinero electrónico que sustenta
los mercados financieros es real o una ficción con la que se pretende evitar
la quiebra técnica de muchos bancos y fondos de inversión.
El único valor económico real es
el que deviene del crecimiento económico y ese se encuentra en los países
emergentes y, por ello, las plusvalías de los prestamos para el crecimiento
revierten en sus sistemas financieros, por ejemplo, el último informe dado a conocer en junio de este año por la
revista especializada
The Banker confirmó que los prestamistas de los bancos de china acaparan
un tercio de los beneficios globales de los bancos en el mundo, cuando hace
cinco años apenas era un 4%, por el contrario, los bancos europeos
representaron sólo el 6% del beneficio global del año 2011. Estos países
emergentes cuentan, para desespero, de la banca occidental, con poderosos
bancos públicos que son un freno a la especulación y les impide tomar el
control de estas economías. Así su única salida es encerrarse en su decadencia
marcada por su propio éxito pues han llegado a su cenit.
La resistencia, a admitir que la
crisis económica es consecuencia de la quiebra de los factores estructurales
sobre los que ha descansado la economía de los países más industrializados
durante las últimas décadas, viene alimentando la matriz de opinión en la UE
tanto en la izquierda como en la derecha de que la crisis tiene solución
cambiando los gestores políticos en cada país. Pero tras cuatro años de
cambios políticos la crisis sigue azotando cada vez con más virulencia
particularmente la zona euro, aunque también es evidente que el recorrido de
la crisis todavía ha sido muy corto para mostrar tanto a la ciudadanía como al
oficialismo económico que la crisis en los países industrializados, no tiene
solución mientras no se apueste por un modelo de integración económico mundial
entre lo países industrializados y en desarrollo.
El mayor problema que van a tener los países
industrializados es el desempleo y en una situación de estancamiento económico
éste podría aumentar, pero también Occidente tiene buenas ratios de
productividad y salarios altos que les permite distribuir el tiempo de
trabajo. Distribuir el trabajo y colaborar con los países en desarrollo para
alcanzar una sociedad mundial modestamente acomodada debiera ser el objetivo
de las sociedades desarrolladas.
Un cambio de esta naturaleza
afectaría no solo a las relaciones económicas en cuanto al comercio, sino a la
organización de la finanzas mundiales, las prioridades de inversión en el
mundo, a la transferencia de tecnologías hacia los países en desarrollo y, sin
duda reestructurando la maquinaria de guerra Occidental, representada en la
OTAN y liderada por EEUU, en el objetivo de disminuir todos los ejércitos del
mundo y poner fin al armamento nuclear.
No obstante, a pesar de que ésta
pudiera ser la salida deseada, es difícil predecir las consecuencias políticas
y militares en las que puede derivar la persistencia de la crisis de los
países industrializados, lo que si es evidente que la misma, por su naturaleza
estructural continuará por mucho tiempo.