El cambio de los tiempos y el peso
de las ideas
En la historia
contemporánea, los cambios históricos universales han venido precedidos de un
ideario renovado de los que ha emanado la acción política transformadora y
la cultura innovadora, dando lugar a las fuerzas del progreso del momento
histórico en cuestión.
Simultáneamente, las ideas establecidas que representaban el mundo decadente han
reaccionado contra el discurso renovador atrincheradas en el poder
mediático dominante, pero cuando se han dado las condiciones para el cambio
político, el discurso reaccionario no ha podido evitar que el ideario
renovado se abriera paso, demostrándose que ninguna idea permanece para
siempre, sino que todo ideario está continuamente sometido al escrutinio
de los cambios históricos y precisa de una renovación continua.
El concepto “cambio
de los tiempos” expresa el momento histórico en el que las condiciones
objetivas políticas y económicas globales están cambiando, y comienza a
demandarse por las fuerzas intelectualmente avanzadas (fuerzas subjetivas) un
nuevo ideario renovador, y quienes no caminan al paso de los tiempos
corren el riesgo de quedarse en la cuneta de la historia.
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Este proceso
histórico comenzó en el siglo VXIII con la Ilustración y, desde entonces, los
idearios renovadores más importantes han tenido que ver con el auge de la
soberanía de las naciones frente al colonialismo, la democracia frente a la
tiranía, y la justicia social frente a la desmedida concentración de la riqueza.
El pensamiento
renovador de la ilustración propició el fin del Antiguo Régimen proclamando al
pueblo y la nación como el sujeto de la soberanía que acabó con la
soberanía absoluta del Rey sobre territorios y personas; el ideario a favor
de la justicia social y la democracia puso fin a la esclavitud e instauró
los derechos políticos y sociales de las personas, y el ideario de la
emancipación colonial dio lugar a la independencia de las naciones que
conforman la ONU.
Las fuerzas
políticas que protagonizaron los cambios históricos, en muchos casos, incapaces
de renovarse terminaron constituyéndose en fuerzas reaccionarias ante el
empuje de nuevos cambios. Los movimientos liberales del siglo XIX que acabaron
con los regímenes monárquicos totalitarios, una vez en el poder, se opusieron a
las demandas de justicia social, a la vez que se convertían en opresores
coloniales y neocoloniales. La Revolución soviética que se inspiró en valores de
justicia social universal, terminó encerrada en un área de influencia exclusiva
que la estancó económicamente y precipitó su desplome ante la demanda de
reforma y apertura de la ciudadanía. EEUU que había protagonizado la primera
revolución en la historia de la humanidad inspirada en la soberanía de la
nación, pasó a constituirse en un imperio que negaba la soberanía plena al resto
de naciones del mundo, sometiendo a gran parte de ellas a un dominio neocolonial
basado en su tutela económica, política y militar.
De este
periplo de 250 años, la experiencia que tienen las naciones en desarrollo (donde
vive la mayoría de la humanidad) es históricamente amarga, primero sufrieron la
colonización y después, debido al retraso de dos siglos para alcanzar los
avances tecnológicos, se han visto obligadas a permanecer instaladas en un
modelo económico neocolonial al servicio de la demanda económica efectiva de las
naciones desarrolladas.
No obstante,
iniciado el siglo XXI los tiempos están cambiando, y las naciones en
desarrollo basadas en el ideario de paz, desarrollo e inclusión
social son las que representan la voluntad política de transformación mundial para
conseguir que las necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud y
educación sean extensibles a la mayoría de la humanidad.
Los países
desarrollados contrarios a ceder su estatus histórico hegemónico mundial, siguen
instalados en el ideario de arrogarse el derecho de tutelar a otras naciones
bajo el siempre reconocible discurso de la supremacía política de la
civilización occidental sobre los países en desarrollo, que antaño sirvió
para justificar el sometimiento colonial, y ahora para intentar perpetuar la
tutela neocolonial, combatiendo con distintos medios a los gobiernos que no
aceptan la rectoría Occidental.
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El modelo
neocolonial de las naciones desarrolladas (20% de la humanidad > 70% PIB) solamente es
factible mientras el resto de naciones del mundo son débiles por su escasa
significación económica, pero en la actual conformación del mundo multipolar,
debido al auge de los países BRICS*, esa
debilidad de los países en desarrollo sobre la que Occidente ha venido erigiendo
su hegemonía mundial ya no es posible perpetuarla, pues en la medida que los
países en desarrollo aumentan su poder económico se hacen políticamente más
soberanos, su resistencia a aceptar imposiciones es mayor, y con ello el poder
hegemónico de los países desarrollados globalmente disminuye, y el ideario de
paz y desarrollo con inclusión social avanza.
Por otra
parte, la humanidad ha llegado a un estadio civilizatorio en el que los
desequilibrios socioeconómicos y medioambientales globales en un mundo de
recursos limitados son de tal naturaleza que se precisa abandonar la ley de la
selva del más fuerte como principio rector de las relaciones internacionales y
reemplazarlo por el pensamiento de destino común compartido entre países
desarrollados y en desarrollo para abordar juntos los desafíos globales.
No obstante,
debido a la posición dominante en el control de la economía mundo y la
herencia histórica políticamente supremacista de los países
desarrollados, el triunfo del ideario de destino común compartido
no va a ser fruto de las buenas palabras sino de
la derrota de las ideas hegemónicas ante el inexorable avance económico,
político y diplomático de los países en desarrollo.
Solamente
cuando se produzca un cambio en la relación de fuerzas económicas globales entre
los países desarrollados y los países en desarrollo favorable a estos últimos se
darán las condiciones para que el pensamiento de paz y desarrollo con
inclusión social y destino común compartido pueda ser el dominante a escala
planetaria, y el ideario reaccionario de la hegemonía podrá ser enterrado
después de haber reinado durante toda la historia de la humanidad.
Ese paso
histórico supondría inaugurar una nueva civilización universal con una
gobernanza global destinada a alcanzar los objetivos de la humanidad del desarme
global y la prosperidad en armonía con el medio ambiente.
*NOTA
1
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Javier Colomo Ugarte
Doctor en Geografía e Historia