La lucha armada como instrumento
de acción política y el cambio de los tiempos
Cuba celebró el 1 de enero del 2014 el 55 aniversario del triunfo de la
revolución sobre la dictadura de Fulgencio Batista, a su vez, Cuba desde el
19/11/2012 acoge las negociaciones entre la guerrilla de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno de Colombia presidido por Juan
Manuel Santos para poner fin a un conflicto armado que se inició hace cinco
décadas.
Algo más de medio siglo separan ambas fechas, sin embargo, el cambio de los
tiempos ha mostrado que el recurso a las armas considerado como instrumento
revolucionario en Cuba en los años cincuenta del siglo XX, en el caso de
Colombia se muestra ahora, tras una guerra que tiene en su haber miles de
victimas y millones de desplazados, como un recurso obsoleto para la
transformación política. Los cambios históricos han hecho de la paz y la
voluntad política de las mayorías el método por excelencia para alcanzar la
democracia política y social en el marco de las soberanías nacionales.
En
1956, los 82 expedicionarios que habían desembarcado en la costa cubana se
proponían combatir contra el numeroso y bien equipado ejército del dictador
Batista apoyado por EEUU. Las simpatías de los isleños hacia los guerrilleros
creció en vista del pésimo estado en el que se encontraba el país. El 1 de enero
de 1959, tras la huida del país de Fulgencio Batista provocada por los avances
de la guerrilla, el poder pasó al movimiento revolucionario encabezado por Fidel
Castro.
En
ese momento histórico, este acontecimiento y la sucesión de golpes de Estado
militares en América Latina para derrocar a gobiernos reformistas reviviría en
la oposición de izquierdas el principio de que el poder político, para propiciar
cambios en las naciones favorables a la mayoría ciudadana, estaba en la “punta
del fusil”, y un movimiento guerrillero se extendió por varios países del
continente.
Dirigentes que hoy son presidentes de gobierno en algunos países, como Dilma
Rousseff, en Brasil; José Mújica en Uruguay, y Daniel Ortega en Nicaragua, se
enrolaron en la lucha armada en los años sesenta y setenta para combatir a las
dictaduras militares. En Sudáfrica, el que ha sido uno de los líderes mas
apreciados a nivel mundial, Nelson Mandela, también en esos años se levantaría
en armas contra el oprobioso régimen blanco del apartheid.
Se
adoptó el “foquismo” como estrategia militar y política de la lucha
armada. El “foquismo” precisa que se den las condiciones de que una
mayoría de la población rechaza el Estado dictatorial militar o colonial y se
fundamenta en la ecuación: (acción / reacción = acumulación de fuerzas
revolucionarias), en la que un pequeño foco de
combatientes armados con sus acciones van ganándose el apoyo de la población, el
gobierno militar reprime estas acciones y la represión aumenta la popularidad de
los combatientes.
Esta estrategia no era nueva, casi todos los movimientos de emancipación
colonial que recurrieron a la
lucha armada para derrotar a los imperios coloniales europeos en África, Oriente
Medio y, a éstos y al imperio japonés en Asia, recurrieron en sus inicios al “foquismo”.
En China la Larga Marcha de
un pequeño grupos de revolucionarios formaría parte de esta estrategia. El Che
Guevara pretendió exportar el “foquismo” a Bolivia donde sería abatido
por los militares bolivianos, sin que tuviera continuidad esta estrategia porque
la mayoría de la población no respaldó las acciones de los guerrilleros.
En
Europa en los años sesenta del siglo XX dos movimientos se inspiraron en este
modelo militar El IRA irlandés y ETA en el País Vasco.
No
obstante, tras los procesos de descolonización y la formación del actual mosaico
de Naciones que conforman las Naciones Unidas, la guerra y la estrategia foquista perdió
su vigencia.
Las mayorías sociales una vez conseguida la soberanía aspiraban a la paz como
condición básica para su desarrollo económico. El final de la Guerra Fría, en la
que tanto la antigua URSS como EEUU, la exportaban a los países en desarrollo,
también contribuyó decisivamente al final de la lucha armada como forma de
transformación de la sociedad.
Los grupos que no percibieron los cambios históricos, continuaron con sus
acciones armadas y, alejados de la población, derivaron en grupos terroristas
como el IRA y ETA, con acciones indiscriminadas armadas que solo sembraban el
temor entre la población.
Una vez finalizado el colonialismo, la legitimidad y vigencia de la guerra
deviene cuando es un acto de resistencia popular en defensa de la soberanía
nacional frente a una invasión militar extranjera sin que, la misma, cuente con
el respaldo de la legalidad internacional establecida en la ONU. En el último
tercio del siglo XX se produjeron grandes guerras de resistencia como fueron las
protagonizadas por la mayoría de la población en Vietnam frente a la agresión
estadounidense (1965-1975); la resistencia en Afganistán a la invasión
ruso-soviética (1978-1992); la resistencia en Angola frente al régimen del
apartheid de Sudáfrica (1975-1989), y la resistencia de Irán frente al ataque de
Irak durante la década de los ochenta.
Las guerras de agresión han continuado en el siglo XXI protagonizadas por EEUU y
la OTAN, en Afganistán, Irak y Libia, en las que estas potencias se han situado
por encima de la ONU, bien por actuar al margen de la misma, o por la
interpretación abusiva de su mandato como sucedió en Libia. No obstante, el
fracaso de estas guerras, pues solo han traído devastación a los países
agredidos, alumbran un periodo en el que las guerras de agresión están abocadas
a su desaparición porque la mayoría de la humanidad las rechaza vehementemente como
método de propiciar cambios políticos.
La
lucha armada insurreccional como instrumento de transformación de la sociedad
también ha quedado relegada por los cambios históricos. En la actualidad, la
lucha patrocinada por grupos armados solo puede ser considerada terrorismo,
ninguna oposición política tiene legitimidad para alzarse en armas, pues las
transformaciones internas de cada nación deben venir de la movilización y la
voluntad popular. Cuando en el seno de un estado la oposición a un gobierno
recurre a las armas deja ser oposición política para convertirse en oposición
terrorista.
El
recurso a la insurrección armada para cambiar gobiernos la protagonizan
solamente quienes persiguen intereses de grupos tribales o de poderes facciosos,
instrumentalizando el sectarismo religioso como acontece en algunos países del
centro y norte de África y particularmente en Siria e Irak, despreciando su
soberanía como naciones y la voluntad de las mayorías sociales que quieren la
paz.
Las potencias de la OTAN y medios de comunicación afines, en un doble discurso,
han clasificado en función de sus intereses a estos grupos armados en rebeldes y terroristas,
de tal forma, que los yihadistas que toman las armas para luchar contra el
gobierno sirio, puesto que favorecen a los intereses de la OTAN, son
considerados rebeldes pero esos mismos yihadistas si se trasladan a Malí que se
oponen a los intereses franceses son calificados de terroristas, una doble
visión que oscurece el discurso antiterrorista, e impide vencer al terrorismo en
el campo de las ideas. Y, mientras no se derrote al terrorismo en el terreno
ideológico éste continuará. El recurso a las armas para cambiar gobiernos y el
apoyo a estos grupos debe ser condenado sin excepción.