23/05/12
NOTICIA. El
director del Sector Empleo de la OIT, José Salazar Xirinachs, en la
presentación de su informe anual sobre la situación del empleo, que ha
tenido lugar en Ginebra, ha señalado que las estimaciones de la OIT
apuntan a que el paro juvenil en todo el mundo alcanzará este año el
12,7% y afectará a 75 millones de personas, destacando los casos de
España y Grecia y otros países europeos con altas tasas de desempleo
juvenil.
Transformaciones contemporáneas
de la
economía mundo y crecimiento del desempleo en los países desarrollados
en el siglo XXI
Karl Marx en uno de
los párrafos a la introducción de su magna obra “El Capital” dice: “En
economía política, la libre investigación científica tiene que luchar
con enemigos que otras ciencias no conocen. El carácter especial de la
materia investigada levanta contra ella las pasiones más violentas, más
mezquinas y más repugnantes que anidan en el pecho humano: las furias
del interés privado”.
Desde
la crisis de 1973, el neoliberalismo económico ha impregnado de tal manera el
estudio de la economía que los postulados sobre los que se asienta predominan en
cualquier rama de está disciplina. Los países más industrializados exhiben, su
éxito en su desarrollo económico en la segunda mitad del siglo XX, y el fracaso
de la URSS, como razones incuestionables para mostrar al mundo que no existen
más modelos de desarrollo económico efectivo que los aplicados en Occidente,
aunque la crisis iniciada en el 2008 y presentada por Occidente como
transitoria, cuatro años después se resiste a remitir y sin perspectivas de
futuro de que lo haga.
En el
desarrollo económico occidental la ley de la obtención del máximo beneficio por
quienes detentan el capital, ocupa el lugar central mientras que las personas
ocupan un lugar colateral. En la doctrina neoliberal este axioma como fundamento
para el desarrollo económico se justifica porque el beneficio de las empresas
privadas tiene el efecto colateral de promover el beneficio de la sociedad. En
definitiva, el desarrollo se explica por la máxima liberal de Adam Smith: “el
empresario al buscar su propio beneficio ayuda al conjunto de la sociedad a
obtener bienes y servicios, el zapatero haciendo zapatos, o el panadero
procurando el pan”.
Pero,
si bien la realidad histórica da en parte la razón a Adam Smith, ya que la
autorregulación entre la oferta y la demanda de productos se hace de una manera
más efectiva en el libre mercado que en un sistema planificado -debido a la
imposibilidad de planificar la diversidad de las necesidades económicas de cada
una de las personas de una sociedad-, también existe la otra realidad del
perverso modelo en el que ha derivado el sistema de libre mercado que, a través
de la concentración de capital realizado desde los inicios de la revolución
industrial, ha dado casi todo el poder económico mundial a una minoría
oligárquica occidental que detenta y controla a través de las finanzas la mayor
parte del capital mundial, mientras que la mayoría de la humanidad está sumida
en el subdesarrollo económico. “Las furias del interés privado” de las
que hablara Marx sigue condicionando en el siglo XXI la marcha de la política
económica; de los conocimientos económicos; de la educación mediática de la
ciudadanía, así como de la organización política y militar.
El
mundo globalizado del siglo XXI, paradójicamente en su funcionalidad comercial,
tiene más similitudes con la del periodo liberal comprendido entre 1830 y 1873
que la del periodo posterior hasta la crisis de 1973 que se inicia el ciclo
neoliberal . En el periodo de las revoluciones liberales de 1830 hasta la crisis
de 1873 la globalización económica de la mano del liberalismo, dentro de los
límites de la infraestructura propia de la época, era la norma mundial. Tras la
crisis de 1873, la economía pasó a un sistema proteccionista por áreas de
influencia bajo el dominio de los diferentes imperios europeos.
En el
periodo de 1830 a 1873 las alternativas revolucionarias al modelo de acumulación
capitalista, desarrolladas principalmente por Marx y sus seguidores, se
consideraba que solo podían ser mundiales, aunque si bien, las mismas debían
producirse e iniciarse en el Centro del sistema económico mundial, es decir en
Alemania, Francia y Gran Bretaña y desde ellas expandirse a las colonias de
estos imperios. En 1847 Engels afirma en su trabajo de “Principios del
Comunismo” que con la construcción de un mercado mundial, “la revolución
comunista no será nacional sino general en todos los países civilizados”.
Bajo el
modelo económico de áreas de influencia desarrollado tras la crisis de 1873 y
que culminaría en la confrontación entre los imperios europeos en la Primera
Guerra Mundial (1914-1918), se impuso como modelo revolucionario alternativo al
capitalismo las teorías de Lenin, cuyo fundamento se basaba en iniciar la
revolución socialista en un solo país: Rusia, y promover la misma en otras
naciones a través del cambio revolucionario del Estado, uniendo todos los
Estados socialistas en un área geopolítica desconexionada del área geopolítica
capitalista. En
1915 Lenin en su artículo “La Consigna de los Estados Unidos de Europa”define la
tesis de la revolución en un solo país, este cambio de las tesis de Engels, lo
justifica porque el capitalismo había evolucionado de una fase concurrencial de
mercado mundial, a otro de carácter diferente formado por imperialismos
monopolistas de sus áreas de influencia geopolíticas respectivas.
Debido
a la precaria situación que había quedado Alemania tras su derrota en la Primera
Guerra Mundial, este país inicio una guerra imperialista mundial para recuperar
y ampliar su área de influencia (1939). Al término de la Segunda Guerra Mundial
(1945), tras la nueva derrota de Alemania y la victoria de EEUU y sus aliados en
el frente Occidental, y de la URSS en el frente Oriental, la economía mundo se
dividió en tres grandes espacios económicos: el dominado por EEUU y Europa
Occidental de régimen capitalista, llamado Primer Mundo; el dominado por Rusia
bajo un régimen de economías industriales estatalizadas, o Segundo Mundo, y el
espacio político económico que irían componiendo los diferentes países que
fueron accediendo a su independencia colonial y otros países en desarrollo como
los de América Latina, que recibiría el nombre de Tercer Mundo.
Tras el
desplome de la URSS (1991), el área geopolítica del Segundo Mundo desapareció,
con ello, despareció el modelo revolucionario diseñado por Lenin, y tras la
incorporación de China en el 2001 a la OMC, la economía mundo volvió a estar, de
nuevo, unida en un mercado mundial, pero, a diferencia del periodo decimonónico,
regida ahora, no por burguesías nacionales, sino por una oligarquía occidental
formada a lo largo de dos siglos de acumulación capitalista y dominante de las
relaciones de producción y financieras mundiales. Así de nuevo, en el mundo del
siglo XXI, ya totalmente interconexionado, solo cabe contemplar las
transformaciones económicas y políticas estructurales de la economía mundo, como
lo anunciara Engels y lo estudiara Marx, en un escenario mundial.
Si
bien, los actores mundiales para esa transformación han cambiado. Los países
industrializados del Primer Mundo y las clases trabajadoras que lo componen ya
no representan el sujeto transformador de la economía mundial como pensaron los
revolucionarios del siglo XIX; estas clases han sido durante la segunda mitad
del siglo XX las beneficiadas del desarrollo económico mundial, principalmente
por pertenecer a los países que más recorrido histórico han tenido en el proceso
de innovación e industrialización y porque se han beneficiado del comercio
desigual con los países del Tercer Mundo y, por ello, son clases
mayoritariamente conservadoras del vigente modelo económico mundial.
Los
sujetos transformadores para una economía mundo orientada al beneficio de la
mayoría de la humanidad, se localizan desde los inicios del siglo XXI en los
países en desarrollo, principalmente por dos razones básicas, la primera por la
emergencia económica de naciones poderosas, como son China e India en Asia,
Rusia en el espacio possoviético, Brasil en Latinoamérica y Sudáfrica en el
África Austral y, la segunda razón, porque representan y articulan el espacio
económico donde habita la mayoría de la humanidad.
Estos
países emergentes que parten en el desarrollo económico desde posiciones más
retrasadas que los países Occidentales, tienen a su favor que el desarrollo
económico de la sociedad en mayor o menor medida está por realizar, lo que les
permite articular un gran mercado interno y, por ello, las perspectivas de
crecimiento son consistentes y duraderas, mientras que, por el contrario, desde
la crisis del 2008 el modelo económico de los países desarrollados ha hecho
techo y ya no es posible reeditar un crecimiento económico sobre la base de
incrementar el consumo de sus clases medias.
La
paralización del crecimiento económico en Occidente implica un incremento del
desempleo, pues para que se cree empleo es necesario crecer por encima de las
mejoras técnicas de la productividad que el sistema competencial mundial impone.
Los países emergentes parten de una productividad técnica inferior a los países
desarrollados, y ello les ha obligado a ser competitivos a través de producir
con mano de obra barata, pero una vez alcanzada la paridad competencial mundial,
los países emergentes están superando diferencialmente la mejora de la
productividad técnica de los países desarrollados lo que les está obligando a
los países desarrollados a abaratar costes salariales para mantener la paridad
competencial mundial, aunque tratan de evitarlo a través de aumentar la masa
monetaria financiera particularmente de dólares estadounidenses y Euros lo que
provoca la reevaluación artificial de las monedas de los países emergentes y,
con ello, contienen su competitividad.
No
obstante, la crisis del modelo de crecimiento mundial que ha venido
sustentándose en el crecimiento económico por elevación de necesidades de las
clases medias de los países desarrollados, y que se manifiesta en millones de
casas sin vender, en la construcción de infraestructuras sin ninguna utilidad o
en gastos militares sin compensación económica, traerá años de estancamiento en
estos países y, con ello, el desempleo aumentará, particularmente entre los más
jóvenes. Éste es un problema estructural que solo puede solucionarse fomentando
una integración económica mundial que complemente las economías de los países
emergentes con las de los países desarrollados.
Tal
vez, las nuevas generaciones de trabajadores de los países desarrollados ante el
fatal destino del desempleo al que están abocadas, se constituyan de nuevo en
agentes transformadores de la economía mundo y propicien, en colaboración con
los países emergentes, un cambio en las relaciones económicas mundiales que
acabe con el monopolio económico de la oligarquía financiera occidental que tras
la bancarrota de su modelo económico, fundamenta su actividad económica en la
especulación financiera en un desesperado intento de sobrevivir a su declive,
habiéndose convertido en el principal freno al desarrollo económico mundial.
La
miseria de la lógica económica occidental actual se basa en que se ha agotado en
el acto de la rentabilidad. La ciencia económica necesita un cambio importante
en sus limitados postulados actuales que contrarreste las
furias del interés privado, y le oriente a buscar el crecimiento económico
poniendo al ser humano como sujeto central del interés económico y el beneficio
como un medio a su servicio y no como un fin en si mismo. Este cambio
posibilitaría la orientación económica mundial hacia la satisfacción de las
necesidades económicas básicas de la mayoría de la humanidad lo que generaría un
nuevo crecimiento económico sin el cual la humanidad nunca alcanzará el estado
del bienestar.