22/06/12
NOTICIA. Los
jefes de Estado de Italia, Francia, Alemania y España se dieron cita en
Roma para analizar de modo extraoficial las vías de la salida de la
crisis económica que afecta a la eurozona
NOTICIA.
Moody's reduce calificación de 15 de los bancos más grandes del mundo.
La agencia calificadora dijo que las perspectivas de largo plazo en
cuanto a rentabilidad y crecimiento de los 15 bancos se están reduciendo
El incierto
porvenir económico occidental
La crisis financiera
Occidental es analizada por el oficialismo económico como producto de
una serie de errores de los gestores financieros, o debido a un afán
desmesurado de riqueza, o ambas cuestiones juntas. Tras casi cuatro años
de crisis, este oficialismo económico ha hecho extensiva la
responsabilidad de la perpetuación de la misma a la ineptitud de los
gestores políticos, por ejemplo en el caso de Francia e Italia por la
mala gestión de la derecha política, y en el caso de Gran Bretaña,
Grecia y España por la pésima gestión de la socialdemocracia. Instalados
en este discurso, los electores han cambiando de gobierno en los
respectivos países en la creencia de que cambiando los gestores
políticos los nuevos gobiernos darían con la fórmula política para poner
fin a la crisis económica. Como se está demostrando que los cambios de
gobierno en los países respectivos no añaden nada nuevo respecto de los
anteriores, los gobiernos entrantes acusan de su falta de resultados a
la mala gestión de los anteriores, a su falta de previsión económica y a
la irresponsabilidad de los directivos financieros.
Pero la
crisis financiera iniciada en el 2008, no fue consecuencia de mala gestión o
ambición desmedida, eso pudo darse en algunos casos, pero difícilmente pueden
ser razones que expliquen el crack del sistema financiero más poderoso jamás
existido, tanto por su volumen de negocio como por la sofisticación alcanzada,
muy superior, debido a la constante acumulación histórica de capital, al
precedente en las tres grandes crisis globales del capitalismo, la de 1873, la
de 1929 y la de 1973.
No
obstante, tanto el oficialismo económico neoliberal y la izquierda europea
siguen sin querer comprender que el inicio de la crisis y su perpetuación, tiene
una raíz estructural propia de la naturaleza del ciclo económico en la que se
situó la economía de los países más industrializados, regida históricamente por
una clase financiera occidental, en el contexto de la conformación de la
economía mundo al inicio del presente siglo.
Tras la
crisis de 1973, que devino en una fuerte estanflación, una vez superada la
misma, las finanzas occidentales dejaron de depender de bancos sujetos al Estado
cuya misión no solo era regular la inflación sino promover inversiones a través
de planes indicativos de producción. El sistema financiero privado pasó a
controlar el crecimiento económico y el sistema competencial se globalizó
progresivamente.
En el
sistema competencial globalizado, el volumen de ganancia tiende en el tiempo a
igualarse relativamente, es decir, si un activo produce un 10% de beneficio y
otro un 20% los inversores y productores de bienes o servicios, según el caso,
tenderán a concentrarse en el del 20%, pero el exceso de oferta rápidamente hará
caer la rentabilidad hasta que, con oscilaciones entre unos y otros activos, el
beneficio medio tanto alcanzado por el fabricante o por el financiero tienden a
equilibrarse reflejándose en los mercados bursátiles.
El
sistema competencial tiene la particularidad que el fabricante de productos o
proveedor de servicios está inmerso en la mejora continua de los procesos de
producción para obtener con la misma o menor inversión más productos y
servicios, o de mejor calidad por el mismo o menor precio. Cuando un fabricante
obtiene una ventaja productiva sobre la competencia, al producir más y mejor con
menos inversión su margen de ganancia es mayor, por ejemplo 20% sobre 10% del
que no ha introducido la mejora pero, con el paso del tiempo, la competencia
tiende a igualar esa mejora productiva, de tal manera que ambos fabricantes
terminan produciendo productos igual de competitivos con la misma inversión por
producto, ajustándose su ganancia por la tendencia de los mercados a equilibrar
la tasa media de ganancia relativa, por ejemplo, al 10%.
Pero,
resulta que ambos fabricantes, si antes de la mejora productiva vendían cada uno
100 productos y precisaban una inversión de 1000$; con una ganancia del 10% cada
cien productos vendidos obtenían una ganancia de 100$; en la nueva situación de
optimización de la productividad la inversión para producir esos cien productos
ya no será de 1000$, sino que será menor, por ejemplo, de 800$, como la tasa
relativa de ganancia tiende a equilibrarse, en este ejemplo a un 10%, ahora
ambos ganarán 80$, es decir, la tasa de ganancia relativa se mantiene en el 10%
pero la tasa absoluta de ganancia ha pasado del 100$ a 80$, pues el coste de
producción por producto ha pasado de 1000$/100p = 10$/p, a 800$/100p = 8$/p
Para
recuperar la caída absoluta de ganancia que toda mejora productiva, a la postre,
impone, se precisa vender más productos, por ejemplo, un fabricante de
automóviles precisar vender más automóviles, pues, si en un primer estadio
productivo para obtener con una inversión de 1000$ una rentabilidad de 100$
precisaba vender 100 productos, en el nuevo estadio productivo para obtener esos
100$ de beneficio precisaría vender en el equivalente a una inversión 1000$/8$=
125 automóviles.
En
resumen, la mejora de la productividad da al que la obtiene una ventaja en el
mercado, pero en el sistema competencial esa ventaja es transitoria, hasta que
se obtiene un nivel de productividad equivalente entre los competidores. En cada
mejora general de la productividad que se han venido produciendo desde la
revolución industrial, el nivel competencial se establece en un nuevo estadio
de productividad, de tal manera que para
mantener o aumentar la tasa absoluta de ganancia es preciso realizar mayores
inversiones, y con ello producir mas productos y servicios. En la actualidad el
nivel de productividad e innovación para la mejora de la misma la tienen los
países mas industrializados particularmente, EEUU, Alemania y Japón, el resto de
países para mantener su competitividad en los mercados tienen que compensar el
diferencial de productividad en productos manufacturados con mano de obra más
barata, tal es el caso de China.
Los
países más industrializados han venido concentrando el grueso de la demanda
efectiva mundial en materia de consumo desde después de la Segunda Guerra
Mundial y, las mejoras de la productividad, les ha obligado a tener que realizar
sucesivas reproducciones ampliadas de capital para producir más y de esa manera
mantener o mejorar la tasa absoluta de ganancia. Para ello, los países
industrializados están instalados en un ciclo consumista que se ha venido
manifestando a través de la siguiente secuencia:
1.
Innovación científico técnica productiva, que permite la mejora de la
productividad técnica y el diseño de nuevos productos.
2.
Capital para su rentabilización en la inversión.
3.
Publicidad de los nuevos productos.
4.
Financiación al consumidor
5.
Consumo de Productos.
En esta
secuencia, el ciclo de consumo que establece toda reproducción ampliada de
capital tiende a ser, en productos de uso común, más corto, a la vez que se
crean con la publicidad nuevas necesidades en el consumidor, por ejemplo la
segunda residencia.
Por
otra parte, la concentración de la demanda efectiva mundial en los países
industrializados con número limitado de consumidores (unos 1000 millones) ha
venido obligando a tener que acelerar los ciclos de consumo, para mantener la
tasa absoluta ganancia.
La tasa
absoluta de ganancia tiene dos grandes beneficiarios, por una parte, la empresa
que fábrica los productos o produce servicios y, por otra parte, el financiero
que adelanta el dinero al fabricante para las inversiones correspondientes.
Ambos, precisan que el PIB crezca por encima de las mejoras de la productividad
pues es la condición para que la tasa absoluta de ganancia en un sistema
competencial no caiga. El financiero es el responsable de orientar las
inversiones, pues está en su mano prestar para las actividades productivas que
considera más rentables y con mayor futuro.
En los
inicios del siglo XXI, el ciclo de consumo que se precisaba para mantener la
tasa absoluta de ganancia circunscrita al ámbito de los consumidores de los
países industrializados precisaba incrementar el consumo en un grado muy
elevado. La producción inmobiliaria fue el sector de inversión que la banca
occidental apostó como forma de elevar el PIB y con ello, mejorar su tasa
absoluta de ganancia.
La
crisis financiera del 2008 evidenció que debido al alto grado de desarrollo
económico alcanzado en los países industrializados, para mantener la tasa de
ganancia absoluta, precisaba de una aceleración del ciclo consumista de su
población imposible de lograr, pues implicaba ya en el estadio consumista
alcanzado tener que cambiar de automóvil cada pocos años y disponer de más de
una residencia por consumidor. Imposibilidad que se puso de manifiesto en la
crisis inmobiliaria del 2008, que terminó con un alto grado de apalancamiento
financiero de los consumidores y en la quiebra técnica de los bancos más
importantes de los países industrializados.
La
crisis del 2008 ha puesto de manifiesto que el crecimiento económico mundial
basado principalmente en la demanda efectiva de los consumidores de los países
desarrollados es ya un imposible, pues no es posible implementar un nuevo ciclo
consumista capaz de rehacer la caída de la tasa absoluta de ganancia
circunscrita al número limitado de consumidores de los países industrializados.
Esta crisis era un destino manifiesto, que más tarde o más temprano tenía que
producirse.
Esta es
las causa estructural de la crisis que azota a Occidente, habiéndose llegado a
un estadio donde no hay energías económicas y financieras suficientes para
recomponer el modelo consumista de las pasadas décadas, ni para liderar la
demanda efectiva mundial, por lo tanto, el aumento del desempleo será una
constante progresiva.
En el
centro de la tormenta de la crisis se sitúa el sector financiero occidental, el
cual, sino hay crecimiento por encima de las mejoras técnicas de la
productividad no puede detraer plusvalías y por lo tanto está condenado como
todo sector económico a ir progresivamente reduciéndose y concentrándose.
Los
rescates financieros y la especulación con las deudas soberanas de los países
occidentales más débiles, solamente han podido y pueden ofrecer al sistema
financiero respiros temporales, el cual se encuentra, por otra parte, inmerso en
un mundo contable, donde se desconoce si el valor del dinero electrónico que
sustenta los mercados financieros es real o una ficción con la que se pretende
evitar la quiebra técnica de muchos bancos y fondos de inversión.
El
único valor económico real es el que deviene del crecimiento económico y ese se
encuentra en los países emergentes y, por ello, las plusvalías de los prestamos
para el crecimiento revierten en sus sistemas financieros, por ejemplo, el
último informe dado a conocer en junio de este año por la revista especializada The
Banker confirmó
que los prestamistas de los bancos de china acaparan un tercio de los beneficios
globales de los bancos en el mundo, cuando hace cinco años apenas era un 4%, por
el contrario, los bancos europeos representaron sólo el 6% del beneficio global
del año 2011. Estos países emergentes cuentan, para desespero, de la banca
occidental, con poderosos bancos públicos que son un freno a la especulación y
les impide tomar el control de estas economías. Así su única salida es
encerrarse en su decadencia marcada por su propio éxito pues han llegado a su
cenit.
La
resistencia, a admitir que la crisis económica es consecuencia de la quiebra de
los factores estructurales sobre los que ha descansado la economía de los países
más industrializados durante las últimas décadas, viene alimentando la matriz de
opinión en la UE tanto en la izquierda como en la derecha de que la crisis tiene
solución cambiando los gestores políticos en cada país. Pero tras cuatro años de
cambios políticos la crisis sigue azotando cada vez con más virulencia
particularmente la zona euro, aunque también es evidente que el recorrido de la
crisis todavía ha sido muy corto para mostrar tanto a la ciudadanía como al
oficialismo económico que la crisis en los países industrializados, no tiene
solución mientras no se apueste por un modelo de integración económico mundial
entre lo países industrializados y en desarrollo.
El
mayor problema que van a tener los países industrializados es el desempleo y en
una situación de estancamiento económico éste podría aumentar, pero también
Occidente tiene buenas ratios de productividad y salarios altos que les permite
distribuir el tiempo de trabajo. Distribuir el trabajo y colaborar con los
países en desarrollo para alcanzar una sociedad mundial modestamente acomodada
debiera ser el objetivo de las sociedades desarrolladas.
Un
cambio de esta naturaleza afectaría no solo a las relaciones económicas en
cuanto al comercio, sino a la organización de la finanzas mundiales, las
prioridades de inversión en el mundo, a la transferencia de tecnologías hacia
los países en desarrollo y, sin duda reestructurando la maquinaria de guerra
Occidental, representada en la OTAN y liderada por EEUU, en el objetivo de
disminuir todos los ejércitos del mundo y poner fin al armamento nuclear.
No
obstante, a pesar de que ésta pudiera ser la salida deseada, es difícil predecir
las consecuencias políticas y militares en las que puede derivar la persistencia
de la crisis de los países industrializados, lo que si es evidente que la misma,
por su naturaleza estructural continuará por mucho tiempo.