17/11/2014
NOTICIA.
El 16/11/2014 finalizó la cumbre de dos días del G-20 en Brisbane
Australia.
La resistencia
al cambio de los países
desarrollados en el G-20
El G-20, compuesto
por las veinte economías de los países más importantes desarrollados y
en vías de desarrollo, tiene como meta promover el desarrollo y el
crecimiento económico mundial. Desde el año 2008, coincidiendo con el
inicio de la crisis económica mundial, ha celebrado nueve cumbres con la
asistencia de los respectivos jefes de Estado o Gobierno.
Todas
ellas han concluido reiterativamente con los mismos acuerdos sin que, hasta
la fecha, escasamente hayan contribuido a cambiar el curso de la
economía mundial. Los problemas financieros que determinaron la crisis
económica del 2008, solamente se han resuelto en lo relativo a evitar la
quiebra del sistema financiero de los países desarrollados, pero los
problemas de estancamiento económico y aumento del desempleo continúan
latentes incluso acentuándose.
La
principal causa financiera que desencadenó la crisis del 2008 y lastra
la recuperación económica global sigue sin acometerse. La crisis
financiera global del 2008 tuvo su origen en la crisis del ciclo
alcista de la economía
mundial basado en el
consumismo de las sociedades desarrolladas. La financiación insostenible
de un ciclo consumista basado
principalmente en la especulación inmobiliaria derivó en un apalancamiento
financiero de
consumidores y entidades financieras, que se acentuó por el pánico ante
la crisis de los más importantes accionistas de muchos grupos bancarios
que retiraron sus depósitos para
ocultarlos en paraísos fiscales o cajas de seguridad, lo que impidió que
las propias entidades bancarias pudieran hacer frente al vencimiento de
sus obligaciones crediticias y hubo que recapitalizarlas con el dinero
de los contribuyentes. De esta manera, el capital de los evasores tuvo
que ser amortizado por la ciudadanía en los denominados planes
de rescate.
No
obstante, la banca occidental tras impedir su quiebra se encontró en
medio de una situación de crisis de crecimiento económico debido a la
persistencia del apalancamiento financiero de la ciudadanía occidental
que impedía reactivar un nuevo ciclo consumista y, con ello, las
empresas debían recortar sus pedidos.
Sin
crecimiento económico la banca no puede hacer negocio, pues
el préstamo a interés no es sino el adelanto de una parte del beneficio
que el empresario debe reportar a la entidad financiera,
y las empresas ante la caída de la demanda no
pueden aumentar su producción y, con ello, carecen de la solvencia
necesaria para endeudarse, y el financiero ante la imposibilidad de
recuperar su capital deja de prestar.
La falta
de crecimiento, contra lo que algunos afirman, no es debido a una falta
de voluntad de los bancos a prestar, sino que es debido a la caída de la demanda
efectiva de los
consumidores, que impide garantizar la producción y con ello el
crecimiento económico y la solvencia de las empresas.
En esta
situación bancos y empresas sobreviven por la concentración de las
mismas. En la medida que la producción se contrae, las empresas y
entidades financieras tienden a agruparse para
asegurar la solvencia de sus cuentas
de resultados.
Sin
embargo, y paradójicamente, existen en la economía
mundial cantidades
ingentes de capital acumulado durante el ciclo
alcista anterior a la
crisis del 2008, estimado en decenas de billones de dólares, un capital
que se encuentra fuera del alcance de los Estados nacionales a buen
refugio en paraísos fiscales y bajo la titularidad de un minoría
privilegiada que no tiene ningún interés que su renta pudiera destinarse
a aumentar la capacidad adquisitiva de las clases medias, sino que
siguen pretendiendo aumentarla a través de la inversión. Pero, en una
situación de estancamiento económico, las posibilidades de inversión en
actividades productivas son muy reducidas, por ello, se orientan a
acrecentar su renta especulando con las deudas
soberanas.
Los
Estados, particularmente los europeos, ante la falta de ingresos
fiscales debido a la
disminución del consumo, tienden a endeudarse para hacer frente a sus
gastos corrientes, y muchos de los prestamistas no son sino aquellos que
ocultaron el dinero anteriormente a la crisis del 2008, y operan desde fondos
de inversión opacos o la banca
en la sombra.
Los
Estados de los países desarrollados han venido endeudándose en la
creencia de que la crisis del 2008 era una crisis pasajera, y que la
vuelta a la senda del crecimiento les reportaría los ingresos
suficientes para pagar su deuda, pero tras siete años de crisis
económica los intereses de
la deuda siguen
acrecentándose constituyendo la principal obligación
de pago de los Estados,
por encima de los gastos en los servicios sociales y del mantenimiento
de las propias administraciones públicas, entrando en un círculo vicioso
que, en una crisis prolongada, solamente es posible romperlo a nivel de
Estados a través de una renegociación de las deudas soberanas y, en el
caso de la UE, recuperando las competencias de los Estados cedidas a
Bruselas, para que los mismos tengan la capacidad político-económica
para tomar medidas adecuadas en sus naciones.
La
solución global que debiera venir de la mano del G-20 pasaría por una reforma
financiera global de
profundo calado que, hasta ahora, ninguna de las cumbres de este foro ha
tenido interés en promover por no disponer del consenso adecuado. Estas
medidas pasarían por una regulación
financiera internacional que
permitiría a los Estados no solo conocer los capitales que sus
nacionales tienen ocultos, sino que también se debiera articular una
legislación internacional para que los Estados pudieran expropiarlos y
destinarlos a pagar sus deudas e incrementar el poder adquisitivo de las
clases medias para estimular el consumo. En definitiva se trataría de
posibilitar los mecanismos internacionales que permitieran convertir la
ingente renta inversión,
destinada actualmente a la especulación con las deudas
soberanas, en renta
consumo para estimular la demanda
efectiva y con ello
volver a la senda del crecimiento económico.
Pero
como se ha podido comprobar, las nueve cumbres del G-20 no han servido
para dar pasos efectivos en esa dirección por la resistencia de los
países desarrollados cuyos gobernantes responden inequívocamente a los
intereses de los poseedores de capitales ocultos y también de los
millonarios de sus países. Gobernantes, que apoyados por grandes
corporaciones mediáticas bajo la financiación y patrocinio de las
grandes fortunas, son elegidos por las clases medias que constituyen la
mayoría social, pero que en su accionar político son títeres de las
grandes fortunas financieras.
La
manera de acabar con el poder de la oligarquía financiera internacional,
que tiene el control financiero mundial, pasa por cambiar los actuales
gobernantes de los países desarrollados ligados a la tradición
neoliberal, por otros que tendrían en su programa político impulsar en
el G-20 una reforma
financiera internacional para
acabar con los privilegios financieros internacionales que permiten
burlar la acción de los Estados y que ahogan las aspiraciones de democracia
social de
las mayorías sociales en el mundo entero.
En ese
empeño, contarían con la colaboración del Grupo BRICS quienes apuestan
claramente por un cambio en el sistema
financiero internacional, y que en la última cumbre del G-20 ya han
manifestado su decepción por la parálisis a la que someten los países
desarrollados a las reformas financieras internacionales que, en lo que
afecta a ellos mismos, reclaman el cumplimiento de la reforma del Fondo
Monetario Internacional (FMI). Un malestar que dejaron patente en un
comunicado emitido al término de la reciente cumbre del G-20 en el que
manifestaban: “el lento accionar de la reforma del FMI debilitó la
legitimidad y la credibilidad de la entidad financiera global”.
Señalando a EEUU como el país más resistente a introducir cambios en las
participación de la cuotas en el FMI al oponerse al aumento de las
mismas de los países emergentes.
No
obstante, es evidente que los procesos de cambio no pueden esperar a que
se llegue a un consenso en el G-20, sino que lo que debe producirse es
un cambio en la correlación de fuerzas de la economía mundial favorable
a los países emergentes para que pueda haber un cambio en la gobernanza
económica mundial.
Frente a
la resistencia
al cambio de
los grupos oligárquicos financieros internacionales de los países
desarrollados, amparados principalmente por los gobernantes neoliberales
del G-7; las fuerzas políticas que encarnan la
renovación para
construir un modelo de desarrollo económico mundial con integración
social, la constituyen las naciones emergentes en desarrollo y las
fuerzas políticas de los países desarrollados que aspiran a ese objetivo
universal.
Esa es la contradicción
principal que mueve
actualmente la lucha política mundial.