12/06/2018
NOTICIA.
El 09/06/2018, finalizó en Quebec (Canadá) la cumbre del G7
NOTICIA.
El 10/06/2018 finalizó en Qingdao (China) la Cumbre de la OCS
La OCS y el G7
Los días 8 y 9 de
junio, los líderes del Grupo de las Siete economías más industrializadas (G7),
mantuvieron su 44º reunión en Quebec (Canadá). El G7, nació para coordinar las
políticas macroeconómicas globales, pero tras la crisis financiera del 2008,
esta función ha venido recayendo principalmente en el G20. La presente cumbre
del G7, ha sido, tal vez en su larga historia, la primera que se ha celebrado en
medio de notorias discrepancias, debido a la decisión de EEUU de imponer
aranceles a las importaciones de acero y aluminio procedentes de Canadá, México
y la Unión Europea, y su negativa a la implementación del Acuerdo
de París sobre el Cambio Climático. Al término de la cumbre, los siete
Estados emitieron un comunicado conjunto que resumía las diferencias de
Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y Reino Unido, de un lado, y Estados
Unidos, del otro. Con posterioridad el presidente Donald Trump, resentido por
unas declaraciones que consideró inapropiadas del primer ministro canadiense,
Justin Trudeau, sobre las políticas proteccionistas de EEUU, anunció su retirada
del comunicado suscrito.
Con un día de
diferencia, ha tenido lugar el 9 y 10 de junio, en Qingdao (China) la XVIII
Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) que fue establecida
el 15 de junio de 2001 en Shanghái por Rusia, China, Kazajistán, Kirguistán,
Tayikistán y Uzbekistán, a la que en el año 2017 se incorporaron la India y
Pakistán constituyendo la presente cumbre la primera en la que estas naciones
participan de pleno derecho. La OCS, nació con el objetivo de coordinar las
políticas en el espacio asiático de lucha contra el terrorismo, sin embargo, con
el paso del tiempo, la OCS, ha avanzado en la coordinación en defensa y
políticas económicas, principalmente en el proyecto euroasiático surgido a
iniciativa de China de la Nueva Ruta de la Seda que aspira a unir el desarrollo
económico de Oriente y Occidente. La cumbre ha finalizado con un amplio consenso
de los principios que deben inspirar a la organización basados en el denominado
espíritu de Shanghái de respeto mutuo y colaboración, que han alcanzado un nuevo
nivel al establecer una guía práctica para estimular el desarrollo económico
compartido del conjunto de naciones que en la actualidad forman la OCS, a las
que se sumarán las naciones que tienen el estatus de Estados observadores:
Afganistán, Bielorrusia, Irán y Mongolia, y las que están en calidad de socios
en el diálogo: Armenia, Sri Lanka, Nepal, Camboya, Turquía y Azerbaiyán.
Tanto el G7 como
la OCS son organizaciones con dos visiones del mundo diferentes. El G7
representa a las economías desarrolladas más importantes que desde la Segunda
Guerra Mundial han regido los destinos de la economía
mundial, mientras que la OCS, al igual que los países BRICS, son
organizaciones emergentes que agrupan a los principales países en desarrollo. La
crisis financiera global del 2008, abrió para ambas organizaciones una nueva
etapa en la economía mundial.
En los países
desarrollados puso fin al modelo neoliberal de crecimiento económico global por
elevación del consumo concentrado en las sociedades desarrolladas debido al
apalancamiento financiero de prestamistas y consumidores, y en los países en
desarrollo abrió la coyuntura en la que su prosperidad ya no podía depender del
modelo consumista de los países desarrollados, lo que les llevaría a los
principales países en desarrollo a tener que afrontar el desafío de construir
sus economías en base a la promoción de la innovación científico técnica y la
construcción de sociedades propias de consumo, un camino en el que China se está
adentrando de forma exitosa.
Los países
industrializados, incapaces de iniciar un nuevo ciclo consumista en la magnitud
que les hubiese permitido un crecimiento económico del que detraer los recursos
fiscales para afrontar sus gastos estatales y a las empresas aumentar la
producción, ha derivado en una
situación de progresivo endeudamiento de los Estados y de concentración
empresarial y financiera en la que las empresas menos solventes son absorbidas
por las más fuertes.
Mientras no
exista crecimiento económico por encima de las mejoras de la productividad que
la economía competencial impone (producir los mismos productos en cantidad y
calidad con menos mano de obra), que se puede situar en un crecimiento del PIB
anual por encima del 3%, no se produce aumento de las horas de producción, y por
lo tanto, la creación de empleo solamente puede venir de una distribución de las
horas de trabajo que se realiza con una creciente precarización de las
condiciones laborales.
Esta situación ha
derivado en los países industrializados en un enfrentamiento entre la clase
financiera y la clase industrial, que ha tenido su máxima expresión en EEUU con
la llegada al gobierno del partido republicano presidido por Donald Trump. La
clase financiera de los países desarrollados ha ido perdiendo su raigambre
nacional. La existencia de los paraísos fiscales, les ha permitido evadir sus
responsabilidades fiscales y han hecho de la economía especulativa, en la que
han incluido las deudas soberanas de los estados, la base de su negocio. Pero
ello, no crea riqueza sino que apalanca a los Estados en sus deudas y les impide
desarrollar políticas económicas industriales, a la vez que la riqueza monetaria
se concentra globalmente en pocas manos y se ubica en los paraísos fiscales y la
banca en la sombra.
Dentro de estas
contradicciones EEUU ha apostado por una política que le permita reactivar el
sector industrial en su propio territorio. La política de deslocalización que
tan buenos réditos le otorgó a la clase empresarial estadounidense antes de la
crisis del 2008, ahora se ha vuelto en su contra como un boomerang, y la
política proteccionista de imponer aranceles al acero y al aluminio y, tal vez,
en un futuro próximo a la importación de automóviles, tiene como finalidad
tratar de revitalizar la producción nacional estadounidense y aumentar el poder
de la clase empresarial industrial con un marcado sesgo patriótico, frente a la
globalista clase financiera representada en EEUU por el partido demócrata y los
principales medios de comunicación. En definitiva, la administración
estadounidense, al no existir crecimiento económico suficiente para todos,
pretende acaparar el mismo a costa de sus socios del G7.
Pero ni EEUU, ni
el G7 están ya solos en el mundo para determinar la marcha de la economía
global. El hecho de que concentren la mayor parte del PIB mundial, y que EEUU
domine el sistema monetario mundial, ya no puede evitar que las potencias en
desarrollo puedan marcar su propio camino de crecimiento económico; en ese
sentido, la proyección de la OCS en el espacio euroasiático ya no depende de la
marcha de las economías desarrolladas sino principalmente de: la modernización
de las economías de las naciones más importantes que forman la OCS; del comercio
entre las mismas; la conectividad en infraestructuras; el paso hacia sociedades
de consumo, y la planificación y coordinación de iniciativas económicas en el
espacio euroasiático.
Aunque las
economías del G7 siguen liderando las ratios de productividad técnica y la
innovación científico técnica, los principales países de la OCS, principalmente
China, acortan diferencias en ambos campos, y debido a que parten de unos
salarios más bajos cada avance en la productividad y la innovación les convierte
en competidores aventajados en el mercado global.
Agotado pues, el
modelo de crecimiento económico global por elevación del consumo de las
sociedades desarrolladas, el desarrollo de los países en desarrollo es la
apuesta del futuro del crecimiento de la economía mundial, y en ello deberán
concentrarse las principales potencias económicas emergentes. En la medida que
las naciones en desarrollo avancen, sus economías dependerán menos de las
economías de los países desarrollados, y el modelo neocolonial vigente desde
hace medio siglo regido por el G7 se irá eclipsando, sin que el poder militar
que concentran tampoco pueda impedirlo.
La comparación en
materia económica, demográfica y militar del G7 y de la OCS, ofrece una
perspectiva de los cambios que se avecinan en el espacio euroasiático y con ello
en la economía mundial.
Fuente: The World Fact-book Central Intelligence Agency. USA.
Elaboración propia
Nota: El billón
corresponde al sistema europeo (un millón de millones), denominado en el sistema
estadounidense como trillón.
La tabla se ha
estructurado para presentar una comparativa económica del G7 y la OCS, y de
ambas organizaciones con el conjunto económico mundial.
Considerando el
valor económico medido por el PIB nominal, el G7 en el año 2017 concentraba 36,6
billones de dólares por 16,4 billones la OCS. Con relación al conjunto mundial,
el G7 agrupaba el 45,9% del valor económico global y la OCS el 20,6%; sin
embargo, considerando el valor económico por el poder adquisitivo interno de
compra de cada nación (PIB - PPA), el G7 y la OCS tienen una participación casi
equivalente en la economía mundial con un porcentaje del 30,6% y 30,2%
respectivamente.
El PIB nominal
refleja el valor económico de cada nación en dólares estadounidenses en el
mercado internacional, por ser esta divisa la utilizada preferentemente para las
transacciones internacionales, mientras que el PIB - PPA refleja el valor
económico en el mercado interno de cada nación respecto del dólar, por ello EEUU
es la única nación que la relación entre el PIB nominal y el PIB-PPA es igual a 1, mientra que en el resto de naciones esta relación es diferente.
En los países del G7 la relación entre ambos modos contables es de 1 a 1,1
mientras que en el conjunto de la OCS es de 1 a 2,3; siendo en las tres
economías más importantes de esta organización: China 1 a 1,9; Rusia 1 a 2,7 y
la India 1 a 3,9.
Debido a esta
diferencia, la renta per cápita por ser un valor utilizado para medir el poder
adquisitivo medio de la población de una nación es más indicado calcularla en
PIB-PPA per cápita. En el ámbito del G7, la renta media en PIB-PPA es de 50.671
dólares estadounidenses y en el de la OCS de 12.496-$, siendo Rusia quien
detenta un mayor poder adquisitivo per cápita con 28.169 $ de PIB-PPA.
Estas diferencias
adquisitivas pueden inducir a pensar que las economías del G7 debieran tener un
mayor dinamismo económico, pero no es así, y ello se refleja en el porcentaje de
crecimiento de las diferentes economías. El crecimiento económico del conjunto
del G7 se situó en el año 2017 en el 2%, mientras el de la OCS fue del 6,3%, que
en cifras absolutas supusieron una aportación al PIB mundial por parte de los
países del G7 de 738.000 millones de dólares, y de 1.026.190 millones por parte
de los países de la OCS.
El conjunto de la
economía mundial creció ese año 2.785.300 millones de dólares, por lo que la
aportación al crecimiento del PIB mundial del G7 fue el 26,5%, mientras que la
aportación de los países de la OCS fue el 36,8%, siendo la aportación más
importante la realizada por China con 811.920 millones de dólares que representó
el 29,2% del total del crecimiento del PIB mundial.
Estas diferencias
en el crecimiento de la economía mundial es una tendencia que en todas las
proyecciones económicas realizadas tanto por el FMI como por el Banco Mundial
reflejan que se va a mantener constante en el tiempo, lo cual implica que en los
próximos años se irá produciendo un cambio gradual en la conformación de la
economía mundial.
El alto poder
adquisitivo de los países del G7 ya no va a ser quien concentre casi
exclusivamente el crecimiento económico mundial como lo ha venido siendo desde
el siglo XIX, primero con el modelo colonial y desde la segunda Guerra Mundial
con el modelo neocolonial, sino que los países emergentes y particularmente el
espacio euroasiático irán ganando un marcado protagonismo.
El modelo de
crecimiento económico de los países desarrollados está limitado porque como ya
mostró la crisis financiera del 2008, no es posible reeditar un ciclo consumista
basado en un 20% de la población el cual precisaría generalizar la segunda
vivienda a la mayor parte de la población y reducir los ciclos de renovación de
automóviles y de otros bienes de consumo a periodos de tiempo más cortos. A ello
se viene a sumar la concentración de la riqueza y su ocultación y evasión en
paraísos fiscales y la banca en la sombra amparada en una desregulación
financiera internacional, que impide a los Estados actuar fiscalmente contra sus
poseedores para propiciar una redistribución de la misma con el fin de
estimular la demanda
efectiva de las clases medias.
De manera
diferente, el crecimiento de los países de la OCS no se fundamenta en la
adquisición de bienes de consumo prescindibles en una situación de crisis como
la segunda vivienda o la renovación compulsiva de artículos de consumo, sino que
el crecimiento económico se sustenta en necesidades perentorias como el acceso a
la primera vivienda, la dotación de infraestructuras y la construcción del
Estado de Bienestar sobre una población de 3.070 millones que representa el
41,5% de la población mundial, frente a los 763 millones de los países del G7
que solamente agrupan el 10,3%.
Los cambios en la
economía mundial generan en los países del G7 sinergias encontradas en el seno
de las fuerzas fácticas políticas, financieras y militares, lo que crea
confusión en las políticas a seguir. Mientras que unos apuestan claramente por
participar en los cambios económicos que se están produciendo en el espacio
euroasiático apoyando como es el caso de los países de la UE, la iniciativa de
la Nueva Ruta de la Seda, EEUU y Japón, le han dado la espalda a la misma.
EEUU, es la
nación que por no tener nada que ganar con los cambios en la economía mundial,
con más firmeza se resiste a los mismos. La magnitud de su economía, su control
del sistema monetario internacional y su poderosa fuerza militar, le permiten,
como lo está haciendo la nueva administración republicana, maniobrar para
intentar evitar que los cambios económicos se produzcan, pero ello ya no es
posible, la economía global tiene una regla básica de la cual no es posible
sustraerse, y es la ley de que para que funcione tiene que ser rentable, y para
mantener la tasa de ganancia necesita de un crecimiento constante, como mínimo
por encima de las mejoras competenciales en productividad que año tras año se
introducen en la economía mundial.
La fuerza militar
de poco sirve para combatir esta ley económica. En la primera mitad del siglo XX,
las potencias económicas como Alemania y Japón lo hicieron implementado el
proteccionismo económico e intentando crear áreas geo-económicas exclusivas a
través de la expansión fuera de sus fronteras, que devinieron en las dos Guerras
Mundiales, pero los tiempos han cambiado, y si entonces la guerra no acabó con
el modelo económico competencial mundial, ahora la misma, en una economía global
se ha convertido en un anacronismo que la descarta como forma de cambiar la
marcha de la economía mundial.
Fuente: The World Fact-book Central Intelligence Agency. USA.
Elaboración propia.
El enorme gasto
militar que EEUU dedica todos los años a mantener su despliegue militar global
que representa el 36% del gasto militar mundial, también se está convirtiendo en un
anacronismo sustentado en la falsa ilusión de perpetuar un imperio que se
resiste a adaptarse a los nuevos tiempos e integrarse en un modelo económico
global basado en una relación entre naciones de ganar ganar, en lugar de que
unas pierdan para que otras ganen.