01/05/2016
NOTICIA. El 1 de mayo las principales
capitales del mundo conmemoran el día de los trabajadores.
Auge y decadencia de las
ideologías universales
Cada 1 de mayo millones de trabajadores salen a
calles y plazas en la mayoría de ciudades del mundo para conmemorar el
día mundial de los trabajadores. Sin embargo, el sentido de la
conmemoración ha ido cambiando con el paso del tiempo. El 1 de mayo pasó
de ser una jornada de reivindicación de derechos laborales, a
convertirse en el exponente internacionalista de los trabajadores del
mundo de acabar con todas formas de opresión y alcanzar una sociedad
basada en la fraternidad universal, una aspiración que llegado el siglo
XXI se ha ido eclipsando hasta convertirse en fiestas nacionales del
trabajador sin componente reivindicativo universal.
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Nunca en la historia, el Mundo estuvo tan
interconectado en las relaciones económicas y políticas como en la
actualidad, sin embargo, los inicios del siglo XXI, es uno de esos
momentos en la historia contemporánea cuando más se carece de un
pensamiento político universal transformador cuyo sujeto principal sea
el género humano y sus fines sean alcanzar la redención de las plagas
que le azotan: hambre, miseria, guerras, analfabetismo, discriminación
de la mujer, falta de atención sanitaria y degradación medioambiental.
Con la ilustración en el siglo XVIII, comenzó una
corriente de pensamiento en la que el “ser humano” se constituyó en el
“centro de todas las cosas”, por él debían regirse las normas sociales,
expresadas en los derechos inalienables de las personas. Al fin, tras
siglos de oscurantismo, el siglo de las luces alumbraba un ideal para la
humanidad por el cual la Tierra podía dejar de ser un “Valle de
Lágrimas” donde, en base a las leyes divinas, le había sido negado al
ser humano su capacidad de transformar la realidad social en su propio
beneficio. Había llegado para la humanidad el momento de su periplo
histórico, en el que como género, podía aspirar a lograr la felicidad
social en la Tierra porque el hombre era perfectible y por lo mismo
susceptible de alcanzar la felicidad en un paraíso terrenal y no
celestial. Una idea que ya había sido recogida en la declaración de
independencia de los Estados Unidos de América del 4 de julio de 1776 y
que tuvo su concreción en el artículo 1 de la Declaración de los
derechos del Hombre y del Ciudadano (24 junio 1793, Año I del gobierno
jacobino) por el que se establece: El objetivo de la sociedad es la
felicidad común”.
En esta nueva era que se iniciaba de la mano de un
nuevo pensamiento político, el destino de la humanidad ya no pertenecía
a los designios de dioses reyes y tribunos, la soberanía de los
pueblos podía dejar de ser “Patrimonio de los Reyes” y los Reyes, hasta
entonces omnipresentes en la historia de la humanidad, comenzaron a ser
cuestionados.
La Revolución Francesa de 1789 fue el primer gran
revulsivo de la historia de la humanidad, el primer paso práctico por el
que se iniciaba el camino de la transformación política basada en los
derechos de ser humano. La teoría social formulada por ilustrados como
Rousseau, Montesquieu y Voltaire, abrió un nuevo
camino a las clases sociales subordinadas a los poderes absolutistas.
Esas clases sociales no solamente podían rebelarse contra dichos
poderes, como ya había ocurrido otras veces en la historia, pero que
siempre habían quedado en simples revueltas ante la falta de un discurso
político alternativo al establecido, sino que desde ese momento, existía
un camino diferente para organizar la sociedad, era posible creer
políticamente en la igualdad en la libertad y la
fraternidad de todos los seres humanos. Las rebeliones contra los
poderes entonces establecidos, dejaron de ser revueltas y pasaron a ser
revoluciones. El mundo comenzó a cambiar de base y los que hasta
entonces “nada” eran, podían aspirar a un mañana en el que todo podía
ser.
La
libertad Guiando al Pueblo 1830 (Delacroix)
Pero esa aspiración que en el pensamiento parecía
irrefutable, en la práctica, se encontró con serios obstáculos
fundamentados en los intereses creados de las nuevas clases sociales
liberales y burguesas, que veían como el camino hacía ese fin en
beneficio de todo el género humano, contradecía sus intereses
particulares y por ello, se opusieron al mismo, y la mayoría de la
población que había creído en el mensaje de la libertad, la
igualdad y la fraternidad universal, vieron como ese mensaje,
de nuevo, solamente beneficiaba a unos pocos. Y en oposición al
pensamiento liberal, el socialismo prendió entre amplios sectores
desfavorecidos de obreros y campesinos como ideal universal emancipador
enfrentando al nuevo poder del capitalismo pensado y estructurado para
perpetuar el interés particular de determinadas clases sociales y
naciones por encima del interés general de la humanidad.
La “nación” surgida al calor de ilustración como
soberanía de los pueblos en contra del concepto de soberanía del Antiguo
Régimen basada en reyes, parecía el marco adecuado para avanzar en el
camino hacia la redención socialista universal del género humano, en el
que cada nación protagonizaría su propio cambio a través de la
desconexión geopolítica del capitalismo mundial y la suma de estas
naciones socialistas llevaría al final del capitalismo, es decir, al
final de la prevalencia de los intereses de una “minoría” sobre los
universales del género humano.
La conquista revolucionaria del Estado nacional era
pues la condición imprescindible. La trágica experiencia de la Comuna de
París de 1871, llevó a fundamentar a los teóricos del cambio del
capitalismo al socialismo el principio de que la voluntad popular no
garantizaba el cambio pacífico del sistema económico capitalista al
socialista, ni siquiera garantizaba las reformas del propio capitalismo
si éstas iban en contra de los intereses de las clases sociales que
detentaban el poder económico, pues, esas clases, utilizaban todo su
poder militar para acabar con los cambios económicos y políticos. De ese
concepto surgió la teoría de que el poder de transformación de la
sociedad no nace de las urnas sino de la punta del fusil y que una vez
tomado el poder, éste, debe mantenerse también a través de la represión
de las clases sociales expulsadas del poder (Teoría que llevaría al
movimiento internacionalista a dividirse entre la II internacional de
socialismo democrático y la III internacional comunista de dictadura del
proletariado).
Discurso
de Lenin a obreros y soldados 1917
La revolución bolchevique de 1917, guiada por ese
pensamiento y formulada como teoría científica por Lenin en su obra “El
Estado y la Revolución” supuso para millones de personas una luz, un
primer paso en el avance hacia el ideal emancipador del género humano,
pero el propio método revolucionario de toma del poder por la fuerza de
las armas y su estrategia de mantenerlo con una represión brutal sobre
ciudadanos y naciones en el ámbito de lo que, luego se constituiría como
Imperio Soviético, comenzó a cuestionar entre quienes creían en la
emancipación universal de género humano, si tal estrategia podía llevar
a tal fin.
Durante el siglo XIX, el capitalismo de las
metrópolis europeas fortalecido en las revoluciones liberales nacionales
se expandió militarmente a todo el mundo, justificando con la
exportación de los valores de la civilización occidental para sacar a
los pueblos de su atraso lo que era imperialismo colonial y expolio
económico. Pero esta expansión de raíz económica y política, llevaba a
profundas diferencias de intereses de dominio territorial geopolítico
entre las propias potencias imperiales, de tal manera que, el poder
capitalista se reforzó militarmente, no solo para frenar posibles
cambios sociales en la propia metrópolis sino para expandir sus áreas de
influencia geopolítica. La crisis económica de 1873 y la larga depresión
que le sucedió, traería el proteccionismo económico y el final del
entendimiento pacífico entre las potencias occidentales para repartirse
el mundo, y culminó en 1914 en una confrontación sin precedentes: La
Primera Guerra Mundial.
Tras esta guerra el mundo cambio radicalmente, el
nuevo estatus internacional consolidó el predominio de Gran Bretaña y
Francia frente a Alemania. A ese predominio se añadió una nueva potencia
con valores opuestos al capitalismo, la URSS. La depresión de los años
treinta iniciada tras la crisis económica de 1929 volvió a enfrentar a
las potencias capitalistas, pero esta vez, Alemania, la gran derrotada
en la Primera Guerra Mundial y sus aliados Italia y Japón se
convirtieron en las potencias emergentes y trataron de imponer un nuevo
orden mundial en el que no habría lugar ni para las democracias
sustentadas en los valores individuales de la Ilustración, ni para los
regímenes socialistas. La guerra contra ambos sistemas políticos llevó a
Alemania a invadir Europa hacia el Oeste y hacia el Este y a Japón a
invadir China, dando lugar a la Segunda Guerra Mundial, que fue la
guerra más grande y devastadora que jamás conoció el género humano.
La crisis económica de 1929 tuvo la característica
de dar un fuerte impulso al sesgo internacionalista de todas las
ideologías emergentes. Por un lado, la revolución bolchevique empeñada
en subvertir el orden capitalista mundial, por otro, el nazismo Alemán y
fascismo Italiano y japonés que aspiraban también a instaurar sus
sistemas totalitarios no únicamente en su naciones de origen, sino en el
mundo entero. En ese contexto, las democracias sustentadas en los
valores liberales de la Ilustración entendieron que debían hacer lo
mismo, siendo Estados Unidos quien lideraría esta corriente de
pensamiento. La diferencia cualitativa entre la Primera Gran Guerra y la
Segunda fue, pues, que las partes confrontadas no lo hicieron solamente
por ambiciones territoriales sino porque pretendían implantar un sistema
político económico e ideológico a escala planetaria.
Churchill,
Roosevelt y Stalin Conferencia de Yalta (febrero 1945)
En 1945, Alemania, Italia y Japón fueron derrotados
por las fuerzas soviéticas en alianza con EEUU y Gran Bretaña. En
Núremberg, liberales y bolcheviques juzgaron a los vencidos por la
responsabilidad individual en las atrocidades cometidas y a los
regímenes nazi y fascista los sepultaron en el basurero de la historia
como los sistemas más odiosos jamás conocidos. Mas las diferencias entre
la corriente bolchevique y la liberal tapadas por la alianza frente al
nazismo, no tardaría en destaparse, la victoria comunista en China el
país más poblado de la Tierra, puso en guardia al triunfador de la
corriente liberal, EEUU. La primera gran confrontación tendría lugar en
la guerra de Corea, que terminó en 1953 dividiendo a ese país en dos, en
el paralelo 38, eso y la incorporación de las armas atómicas a los
arsenales de EEUU y la URSS, estableció un empate mundial que dejó al
mundo dividido en dos corrientes de pensamiento y zonas geopolíticas que
tenían el afán de cambiar el mundo, exportando, desde la URSS, el
sistema bolchevique y, desde Estados Unidos, la democracia liberal.
Pero a pesar de ese empate que dio lugar a una
larga guerra fría, donde se evitaba el cuerpo a cuerpo, sobre
todo por el miedo a desatar una guerra nuclear, el Primer Mundo el
Occidental liberal, industrial y capitalista liderado por EEUU, y el
Segundo Mundo el de la URSS, industrial y socialista liderado por Rusia,
tuvieron un terreno donde llevar sus aspiraciones expansionistas, un
mundo sin industrializar, habitado por la mayoría de la población
mundial, un mundo de pobreza y subordinación a las antiguas metrópolis
imperiales europeas: el Tercer Mundo.
Las viejas potencias coloniales europeas, relegadas
ya como imperios por Estados Unidos, no tuvieron el apoyo de esta nueva
potencia para mantener su poder colonial, y menos interés tenía aun el
otro ganador de la Segunda Guerra Mundial, la URSS. De tal manera,
después de la Segunda Guerra Mundial, tras el vacío de poder que dejaron
los antiguos imperios europeos en sus colonias, los movimientos de
liberación colonial se desarrollaron con inusitado vigor, rompieron las
cadenas que los unían a sus antiguas metrópolis imperiales y dieron
lugar en la segunda mitad del siglo XX a la mayoría de naciones que
constituyen el mosaico internacional del que fue denominado Tercer Mundo
en Asia, África y Oceanía.
La emancipación colonial, según la potencia aliada
en el proceso de descolonización, bien Estados Unidos o la URSS,
ampliaba su área de influencia geopolítica respectiva. La confrontación
entre ambas potencias por dominar el proceso descolonizador tuvo su
máxima expresión en la guerra de Vietnam. La URSS ayudando a los
comunistas del Viet-Cong y Estados Unidos con una intervención militar
directa.
Huida de
los últimos efectivos de EEUU por el tejado de la embajada en Saigón
(1975)
Estados Unidos poseedor hasta entonces de la
maquinaria de guerra más poderosa de la historia, fue derrotado por un
ejército de campesinos. Las imágenes de la precipitada y bochornosa
retirada de sus últimos efectivos de Saigón en 1975 fueron grabadas y
vistas en todos los medios informativos del mundo y dejaron un recuerdo
imborrable para la historia de que el poderío basado solamente en la
fuerza de las armas, sino está apoyado por amplios sectores sociales,
está destinado al fracaso. Una lección que no aprendió la URSS, y que
años más tarde tuvo que experimentarla en la ocupación a Afganistán y en
su posterior expulsión de ese país por los señores de la guerra.
Por otra parte, las ideologías en las que se
justificaban la ampliación de la influencia soviética o de EEUU dejaron
de ser universales y comenzaron a prevalecer los intereses de las
metrópolis imperiales sobre las propias ideologías. En el caso de la
URSS con la represión en los países del Este europeo incorporados al
área soviética después de la Segunda Guerra Mundial, donde se impuso por
la fuerza la planificación de sus economías en función de los intereses
de Rusia en modelos económicos “socialistas” que tenían el rechazo
mayoritario de sus habitantes como lo acreditó la apertura de la
“primavera de Praga” en 1968 y su posterior aplastamiento ese mismo año
por los tanques del Pacto de Varsovia. En el caso de EEUU, con el apoyo
a los cruentos golpes de Estado en América Latina para mantener su
influencia geopolítica, como fueron, entre otros, los golpes de Estado
en Chile y Argentina, con el fin de frenar los cambios democráticos
liderados por gobiernos que querían implementar reformas sociales en
favor de la mayoría de la población, limitando para ello el poder de las
oligarquías dominantes, y también, con el apoyo a dictaduras
sanguinarias como la de los Somoza en Nicaragua, política que
contradecía abiertamente su mensaje universal de exportación de la
democracia.
Tanques
soviéticos en Praga en 1968
En el mundo occidental, el pensamiento universal,
instrumentalizado en el caso del “socialismo” por el Imperio soviético y
de la “democracia” por el imperialismo de EEUU, comenzaron a ser
cuestionados por la hipocresía en la que se sustentaban y tuvo su máxima
expresión en la denominada “revolución de Mayo de 1968”, la cual se
puede considerar una rebelión contra la falacia entre la teoría y la
práctica de los discursos universales. Dentro de este movimiento de
protesta, en unos casos, se intentó articular discursos alternativos, en
otros, revisar los viejos pero ninguno tuvo el eco necesario como para
recomponer o formular un nuevo discurso universal capaz de motivar a la
sociedades en las diferentes partes del mundo y éstas, y cada una de
ellas, se atrincheraron en las políticas nacionales.
Manifestantes en Paris en 1968
El siglo XX, que había comenzado su andadura
pensando en una revolución socialista universal, que había proclamado, a
mediados de siglo ante el fascismo, la vigencia universal de la
democracia, en la recta final del siglo XX fenecían esos valores ante
los intereses creados por las elites dominantes en casi todos los países
del mundo. El sueño universal de libertad, igualdad y
fraternidad se desplomaba. Aquellos que habían levantado la bandera
de la democracia apoyaban las dictaduras y se demostraba que quienes
habían levantado la bandera roja del socialismo eran sanguinarios
carceleros de pueblos y naciones. En los años ochenta del siglo XX las
ideologías universalistas estaban agotadas. La riqueza del Tercer Mundo
redundaba en las sociedades de los países ricos, por la transferencia de
la deuda de los países pobres a los ricos y por el intercambio desigual
de mercancías, por ello, la mayoría social de los países ricos no
precisaba ningún discurso universal redentor y podían mirar para otro
lado cuando sus gobiernos democráticos apoyaban a siniestras dictaduras
en el Tercer Mundo. En la URSS, el régimen perdía apoyo popular ante el
atraso económico respecto de Occidente por eso la dirigencia soviética
tuvo que recurrir, cada vez más, a la represión para mantenerse en el
poder.
Caída del
Muro de Berlín 9/11/1989
Existía, pues, un agotamiento ideológico mundial.
Lo que sostenía a Occidente era su alto estatus económico, pero en la
URSS la economía se había articulado no en base al desarrollo de las
fuerzas productivas en interés de la sociedad sino en base a la
paranoia de la defensa militar. El abandono de las necesidades de la
sociedad como eje central del desarrollo económico generó una economía
sumergida que era la que regía la demanda interna, y una nueva clase
social surgida de las camarillas de burócratas bien situados en el
aparato del Estado eran sus beneficiarios. Eso llevó a que esa misma
clase de funcionarios aspirara a un Estado político en el que sus
intereses fueran legales. Todo se juntó, y en 1989 explotó el sistema
soviético, afortunadamente de manera incruenta, los países del Este
Europeo se independizaron de la tutela odiosa de Rusia y este
país entró en la última década del siglo en un proceso de disgregación
social y política.
“A China solo le puede salvar el socialismo”
era el eslogan del Partido Comunista de China (PCCh) en su lucha contra
la ocupación japonesa y en la posterior guerra civil librada contra las
fuerzas del Koumitang, frase que se hizo realidad cuando Mao Zedong
proclamó en 1949 en Pekín la fundación de la República Popular de China,
con la frase, ¡China se ha puesto en pie!
Proclamación de la República Popular China por Mao Zedong el 1/10/1949
“Solo China puede salvar el socialismo” fue
el eslogan al que se aferraron los dirigentes del PCCh ante el retroceso
mundial del denominado “socialismo real” iniciado con la caída del “muro
de Berlín” en 1989.
Entre ambas fechas que coinciden con el período de
la Guerra Fría, China vivió aislada del mundo, no era algo nuevo, pues,
hasta la ocupación semicolonial británica y la posterior ocupación
japonesa, China el país más populoso y avanzado hasta el siglo XVII de
nuestra era, había creído que fuera de sus fronteras solo existían
bárbaros y que China unía todo lo que había de importante bajo el cielo.
En el periodo de la Guerra Fría en el que la construcción del socialismo
a escala planetaria se fundamentaba en la progresiva desconexión
económica de países del sistema capitalista, la tradición histórica de
China encajaba bien en ese modelo. Pero la caída de la URSS y los
disturbios de la plaza de Tian'anmen fueron lecciones que los dirigentes
Chinos aprendieron rápido, comprendieron que los tiempos estaban
cambiando y que había que “avanzar al paso del tiempo”. El
proceso de reforma y apertura iniciado por Deng Xiaoping en 1979 pasó a
una fase acelerada impulsado por la política económica de "economía
socialista y de mercado", socialista para los campesinos y socialista y
de mercado en las zonas industriales específicas de la costa oriental de
China para el desarrollo económico; por otra parte, la política de un
"país con dos sistemas” permitió la incorporación de Macao y Hong Kong a
la soberanía China respetando sus modelos políticos y administrativos.
China comenzó a crecer económicamente como ningún país lo había hecho
nunca desde la revolución industrial y cientos de millones de personas
comenzaron a salir del atraso y la miseria. El PCCh sorteo la crisis
ideológica desarrollando el aspecto nacionalista de su ideario, dejando
para otro tiempo histórico el objetivo comunista de la redención del
género humano bajo la premisa de que cada nación sin injerencias
externas encontraría su camino de desarrollo y prosperidad.
La última década del siglo XX supuso el final de
las ideologías universales tal y como las concibieron en su praxis los
teóricos liberales y socialistas del siglo XIX, “la práctica, único
criterio científico e histórico de verdad” proclamado por Marx, así lo
atestiguaba. Al mismo tiempo, en muchos de los países del Tercer Mundo,
el término de “países en vías de desarrollo” utilizado para definir a
los países pobres, se desveló como un eufemismo sin contenido real,
porque los pobres cada vez eran más pobres, y nadie sabía cuanto tiempo
era necesario para culminar el desarrollo prometido. Las economías de
esos países seguían sustentándose básicamente en ser suministradores de
materias primas de los países ricos, y el declive de las economías
agrarias de autoconsumo para rentabilizar los espacios agrarios a su vez
expulsaban a millones de campesinos a la periferia de las ciudades
conformando grandes aglomeraciones en asentamientos humanos carentes de
las infraestructuras básicas como alcantarillados, luz y agua potable;
hábitats donde la subsistencia se aseguraba a través del desarrollo de
un sector económico informal desligado de las actividades
productivas. Al final del siglo XX, los pobres del planeta quedaron,
pues, huérfanos de la teoría científica transformadora y revolucionaria
por la cual todo el género humano debía beneficiarse por igual de los
avances técnicos, científicos, sanitarios y educativos, así como de los
recursos energéticos y alimentarios.
Emigrantes
mexicanos intentando pasar la valla fronteriza con EEUU
Y, tal vez por ello, en esa década del final del
siglo XX, cuando la esperanza transformadora universal se ha agotado, es
cuando se comienzan a gestar los grandes movimientos migratorios de los
países pobres a los países ricos. Las fronteras de las naciones que
constituían el mosaico de los países pobres, y por las que arduamente se
había luchado por su independencia y por el desarrollo económico, eran
percibidas por gran parte de sus habitantes como prisiones de miseria y
éstos, comenzaron a asaltar la fortaleza de los países ricos,
arriesgando en ello su vida, cruzando desiertos a pie, océanos en
barcazas de pesca. Los que conseguían atravesar sus murallas, veían que
la tierra prometida no era tal y caían en redes de explotación de
jornadas intensas de trabajo por escasos salarios, pero esta explotación
era considerada, por muchos, como un mal menor ante la desesperanza de
pensar, que en su país de origen, nunca tendrían un porvenir mejor.
Agotadas, pues, tanto política como ideológicamente
las fuerzas que pretendieron ser transformadoras de la historia, los
países ricos, podían proyectar sin resistencia su acción dominadora al
resto del mundo. El “pensamiento de la desigualdad universal”, vencedor
en los países ricos, se edulcoraba con un ropaje en el que parecía justo
que los triunfadores se beneficiaran de su buen hacer, mientras que, los
pobres del mundo recogían los frutos de su incompetencia. Y, por otra
parte, EEUU sin oponente militar, por defunción del adversario, podía
proclamar que la batalla estaba ganada. Era el momento de lanzarse a
regir los destinos del Mundo desde la nación que se había constituido en
el Centro del sistema político y económico mundial: Estados Unidos.
Con el comienzo del siglo XXI entró en el gobierno
de EEUU el partido republicano con George W. Bush como presidente. Los
nuevos estrategas de la Casa Blanca aspiraban a instaurar un nuevo orden
mundial basado en el liderazgo inequívoco de EEUU ante el desorden en el
que había quedado el mundo al finalizar la Guerra Fría. Tras el atentado
terrorista contra las torres gemelas de Nueva York el 11S del 2001, todo
se desarrolló como si de un guión escrito se tratara. El gobierno de
Estados Unidos diseñó un Plan mundial por el que se magnificaba la
amenaza terrorista, con ello, se tenía el pretexto para recortar
libertades y formular la política del ataque preventivo, “atacar para
evitar se atacado”. El primer objetivo fue Afganistán bastión del
fundamentalismo islámico. Se derrocó al gobierno de los talibanes, al
mundo le pareció bien y el nuevo gobierno de ese país tuvo la bendición
de la ONU. Eso animó a los estrategas de EEUU a seguir adelante en su
política de instaurar un mundo unipolar bajo la égida de Estados Unidos.
La invasión de Irak montada sobre la mentira de que el régimen iraquí
tenía armas de destrucción masiva para su uso contra EEUU o sus aliados,
servía al propósito de la guerra preventiva, así como para crear una
alianza de países que funcionarían dejando de lado a la ONU y bajo la
dirección de Estados Unidos. El éxito de esa guerra garantizaba el éxito
de esa nueva alianza de naciones.
La invasión fue todo un éxito, mas cuando parecía
inevitable que este plan funcionara, comenzó poco a poco a desmoronarse
por la constatación como una verdad histórica inconmovible: “que la
época histórica de los Imperios coloniales con presencia militar y
administración del invasor en territorio ocupado había pasado”. Las
guerras de independencia contra los últimos imperios coloniales francés
y británico estaban aun calientes en la memoria de quienes habían
luchado contra ellos. Como en Vietnam el guión parecía también escrito,
la ocupación se ganaba pero la guerra se perdía. Los países que apoyaron
a EEUU en la invasión fueron abandonando poco a poco la coalición. La
revelación al mundo de la mentira de las armas de destrucción masiva y
los crueles métodos del invasor utilizados contra la resistencia
desacreditaron mundialmente a EEUU. Los estrategas de EEUU y sus aliados
se dieron cuenta tarde de que habían subestimado las lecciones de su
propia experiencia histórica y la de otras potencias coloniales donde se
demostraba que la fortaleza de las naciones descansa en última instancia
en la conciencia nacional de las personas que las pueblan, y por ello,
la descolonización no era reversible históricamente y tampoco era
posible que sus propias sociedades aceptaran con indiferencia el horror
de la tortura y de los campos de concentración como el de Guantánamo.
Este intento y fracaso de EEUU de cambiar el
estatus mundial por la fuerza de las armas, revelaba también que ni el
final político del socialismo soviético y el fracaso de las grandes
ideologías socialistas universales surgidas en el siglo XIX, era
suficiente para transgredir determinados valores alcanzados por la
mayoría de las sociedades del mundo desde que alumbrara la Ilustración
en el siglo XVIII. Esos valores tenían que ver con la asunción colectiva
de las “soberanías nacionales” como marco de decisión política de las
sociedades respectivas, y ante las cuales, las ambiciones imperialistas
sucumbían. El imperialismo como método de expansión militar en los
principios del siglo XXI, tras la guerra de Irak, había muerto. Y
También quedaba obsoleto el concepto de guerra ofensiva como método
expansionista, porque el triunfo militar relámpago de la ocupación ya no
garantizaba, a la postre, el éxito de la contienda en la guerra
prolongada y además, producía la pérdida de la influencia política del
agresor.
No obstante, los cambios históricos no suelen ser
percibidos a veces por las sociedades y dirigentes políticos y en
Estados Unidos, seguían existiendo fuerzas políticas y económicas que
continuaban apostando por hacer valer su hegemonía militar al resto del
mundo que tendría su expresión en la intervención de la OTAN en Libia y
en la desestabilización de Siria, que han llevado también a un desastre
económico y humanitario, cuyos efectos colaterales en forma de
refugiados está sufriendo ahora la UE.
Una nueva realidad política parece, pues, que
comienza a abrirse camino ante la imposibilidad de instaurar la
hegemonía mundial Occidental: la formación de un
mundo multipolar, donde los nuevos polos geopolíticos emergentes
estarían de acuerdo en las relaciones entre iguales, es decir, sin
ambiciones imperialistas como superación de las dramáticas experiencias
históricas vividas, como fue en China la larga guerra contra la
ocupación japonesa, en la India la de la ocupación colonial británica,
en los países latinoamericanos el largo período de subordinación
política a su vecino del norte y el azote de los golpes de Estado, o en
el caso de Rusia, por la amarga experiencia de la ambición imperial
soviética de posguerra que le aisló del resto del mundo y le arrastró al
caos como nación en la última década del siglo XX. Por otra parte, los
países que no son “polo” también están interesados en que se desarrolle
un mundo multipolar porque les permite establecer sus relaciones
internacionales preferentes en libre competencia, en lugar de depender
exclusivamente de Occidente.
En este emergente escenario mundial tras el fracaso
en la práctica de las ideologías universalistas liberal y
socialista al que contribuyeron las dos grandes potencias que las
instrumentalizaron en su propio beneficio, EEUU y la extinta URSS ¿Cabe
pensar que el proyecto de una humanidad regida por los valores de
libertad, igualdad y fraternidad son una utopía?
¿Cabe pensar que el género humano se ha detenido en su afán por
transformar la sociedad en la búsqueda de esos valores comunes a todas
las ideologías, sean liberales o socialistas, nacidas de los ideales de
la Ilustración, por las que la humanidad creyó que la felicidad
social en la tierra era posible? Si la humanidad aceptó con
resignación durante milenios que la Tierra era un valle de lágrimas y
que solo en otro mundo metafísico dejaría de serlo ¿Se ha vuelto de
nuevo a esa situación del pensamiento universal? Cabe pensar que no, y
cabe hacerlo, porque tras un recorrido histórico de doscientos años de
lucha por esos ideales, la voluntad transformadora sigue vigente y la
resignación pertenece ya al oscurantismo de otra civilización que fue
sepultada en el siglo de las luces y cabe también pensar que no,
porque los desheredados de la tierra quieren salir de su situación de
pobreza y la humanidad se enfrenta a problemas como el cambio climático,
la malnutrición, las enfermedades y el analfabetismo, problemas que
necesitan de soluciones globales que no pueden ser solucionados por
métodos militares.
Lo que ha fracasado, no son, pues, esos grandes
ideales, sino el camino trazado por los teóricos del liberalismo
y socialismo del siglo XIX. El recorrido histórico ha desbrozado
lo verdadero de lo falso. Lo falso ha sido que
la verdad de unos no se puede imponer por la fuerza a otros, pretexto
bajo el que actuaron los imperios coloniales europeos, el imperialismo
de EEUU y el de la antigua URSS. Lo verdadero es que el género humano ha
extraído de ese camino de dolor, la experiencia de que solo es posible
avanzar desde el diálogo, el respeto y el entendimiento entre el mosaico
de naciones surgidas desde el siglo XVIII tras un doloroso parto de
guerras y lo verdadero es también que el ritmo de los cambios políticos
y sociales no pueden ser impuestos desde fuera sino que lo deben marcar
los propios ciudadanos de cada nación.
Después de dos siglos se ha dado con el método
pacífico y científico de cambio. El poder transformador no nace de la
fuerza de las armas sino del respeto entre naciones y de la democracia
interna en cada una de ellas. Pero el método no significa el cambio,
sino las bases para fundamentar el cambio. Lo que hará que el cambio se
ponga en marcha es la necesidad de las naciones en colaborar para
afrontar los graves problemas que tiene la humanidad. No obstante, si
bien el marco de las naciones es la base sobre la que deben
fundamentarse las transformaciones mundiales, el enemigo número uno para
llevar adelante esas transformaciones, paradójicamente, es la concepción
retrógrada de exaltación de la competencia entre naciones. Durante los
siglos XIX y XX la competencia entre imperios y naciones se justificaba
porque ante todo, lo que debía prevalecer era el bienestar de cada
nación sobre el resto. Se trataba de sacar beneficio unilateral y ello
llevaba al enfrentamiento, ese modelo vigente en la conciencia de la
mayoría de las sociedades de muchas naciones, principalmente de las que
fueron antiguos imperios coloniales, sigue siendo una de las herencias
negativas del proceso de fundación de las naciones. El objetivo de las
naciones debe ser la superación de las fronteras, al entender que en la
colaboración hay más beneficio que en la competencia siendo las propias
naciones quienes vayan determinando los ritmos de integración en las
relaciones políticas y económicas.
Es evidente que las sociedades más enrocadas en el
paradigma de confrontación entre naciones, en lugar del entendimiento,
son aquellas en las cuales su grado de bienestar ha alcanzado un alto
desarrollo, pues entienden que los postulados políticos universales
pueden perjudicar su estatus mundial y con ello crece el nacionalismo
xenófobo. Serán pues los países o regiones del mundo más poblados y
emergentes económica y políticamente los más interesados en un proceso
mundial integrador.
El sujeto trasformador mundial en favor del
conjunto de la humanidad está, pues, en las naciones que lideran los
procesos de integración regional, que son las que buscan las ventajas en
el entendimiento y no en la competencia y en las sociedades que apuestan
por la democracia y por formar parte de un conjunto de naciones en un
nivel superior de relaciones, no para competir entre bloques sino para
colaborar a favor del bienestar y la libertad del género humano bajo el
principio de un destino común compartido.
Estos son los grandes postulados que pueden redimir al género humano de
las guerras, de las armas atómicas, el racismo y la xenofobia y que
pueden propiciar la colaboración necesaria para enfrentar con garantía
de éxito los graves problemas medioambientales y la pobreza en el mundo.
Se ha llegado a un punto en que los problemas
globales, sino se cambia el rumbo, pueden afectar a la propia
supervivencia del género humano. Ya no es posible que se salven solo las
naciones poderosas, también sus habitantes están condenados a sufrir las
consecuencias derivadas del estancamiento económico y la catástrofe
medioambiental.
Artículo basado en un extracto del ensayo político:
La Tercera Civilización Mundial (2009)