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Una visión geopolítica en favor del respeto entre naciones, la integración económica mundial y la armonía con el medioambiente

Autor

Seudónimo: Saint Just

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15/06/12

NOTICIA. La localidad mexicana de Los Cabos será sede los días 18 y 19 de la cumbre de jefes de Estado del G20.

NOTICIA. La cumbre Río+20 se celebrará del 20 al 22 de junio en Río de Janeiro, Brasil, auspiciada por las Naciones Unidas sobre desarrollo y sustentabilidad medioambiental.

 

G20 y Río+20

Entre los días 18 y 22 de junio tendrán lugar dos encuentros de mandatarios mundiales en las que se pueden considerar cumbres cimeras sobre los problemas que afectan a la economía global y a los problemas de sustentabilidad medioambiental que genera el desarrollo económico global.

La cumbre del G20 reunirá a los jefes de Estado de los principales países industrializados y de los principales países en desarrollo donde se debatirá sobre la economía mundial. La Cumbre de Río+20, que toma su nombre de la cumbre realizada en 1992 también en Río de Janeiro sobre desarrollo y sustentabilidad medioambiental, reunirá a la mayoría de los países del mundo, a la que acudirán numerosos jefes de Estado y tratará sobre el desarrollo sostenible, es decir, respetuoso con el medioambiente.

La realización de estas cumbres obedece a los problemas objetivos a los que se enfrenta la humanidad, en el caso de la cumbre del G20 la persistencia de la crisis económica, y en el caso de la cumbre de Río+20 el creciente impacto medioambiental de la acción del hombre sobre la naturaleza.

No obstante, a pesar de las buenas intenciones de algunos mandatarios, como es el caso de la anfitriona de la cumbre de Río+20, la presidenta brasileña Dilma Rousseff, que defiende un modelo económico de "preservación, construcción y crecimiento", así como de los esfuerzos realizados en la preparación de estas cumbres que han llenado numerosos documentos, la realidad es que tanto la cumbre del G20 y la de Río+20, no van a marcar un antes y un después en las políticas globales, tanto sobre la marcha de la economía mundial como sobre la acción humana sobre el medio ambiente.

La separación de los problemas económicos y medioambientales mundiales en dos cumbres diferentes, es un claro síntoma de la desgobernanza mundial. Los problemas económicos tienen su propio ámbito de tratamiento, en este caso, en el G20, y los problemas medioambientales se tratan aparte, cuando el impacto de la acción humana sobre la naturaleza es consecuencia del anárquico modelo de desarrollo económico mundial.

Las políticas globales tanto económicas como medioambientales, para su implementación debieran disponer de instituciones de gobernanza mundial efectivas y debieran estar fundamentadas en poner como sujeto central de las mismas la preservación del ecosistema terrestre y el bienestar de la mayoría de la humanidad adaptado a las limitaciones del ecosistema mundial. Pero tales instituciones de gobernanza mundial y principios rectores no existen, por lo tanto, los acuerdos tomados en estas cumbres mundiales como son el G20 y Río+20, escasamente incidirán en los problemas que pretenden resolver.

Tal vez, el mérito que se puede atribuir a estas cumbres sea que sirven para mostrar al conjunto de la humanidad los graves desequilibrios socioeconómicos de la vigente economía mundo y la gravedad del deterioro medioambiental que la acción del hombre está provocando en las últimas décadas, así como mostrar también, con su reiterado fracaso, la necesidad de la superación de las mismas y el establecimiento de un modelo de gobernanza mundial que, en cierta medida, constituye el octavo objetivo de los ocho que componen los objetivos del milenio, a saber: Fomentar una asociación mundial para el desarrollo.

Veinte años después de la primera Cumbre en Río de Janeiro sobre el medio ambiente, los factores que miden el deterioro medioambiental mundial han sido mayores en este periodo que el existente desde que comenzó la revolución industrial doscientos cincuenta años atrás. Si tomamos como referencia la concentración del dióxido de carbono en ppm que representa el 59,80% de la contribución al forzamiento radiativo (W/m2) de todos los gases de efecto invernadero que se emiten a la atmósfera y son responsables de calentamiento troposférico; esta concentración era en el año 1750 de 280 ppm y en 1992 de 355 ppm; en el año 2010 según la medición de WMO fue de 389,6 ppm. Es decir, que el promedio anual en el incremento de la concentración de ppm de dióxido de carbono en la atmósfera fue entre 1750 y 1992 de 0,31 ppm; mientras que el promedio anual entre 1992 y el 2010 fue de 1,92 ppm.

Una tendencia que va en aumento, pues el incremento medio anual de la concentración de ppm de dióxido de carbono en la atmósfera fue entre 1992 y 1999 de 1,0 ppm; y el incremento promedio entre 1999 y el 2010 fue de 2,51 ppm. 

Incrmento medio anual ppm CO2 en el aire atmosférico

Fuente: Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC). Elaboración propia.

La dinámica del deterioro medioambiental y de los graves desequilibrios socioeconómicos mundiales está sujeta al vigente paradigma tecnológico alcanzado por la humanidad para convertir la energía en trabajo productivo, el cual es dependiente en un 80% de los combustibles fósiles, así como a las profundas leyes que rigen la economía competencial mundial, y frente a estos factores los mandatarios políticos que responden prioritariamente al desarrollo de sus respectivas naciones, poco pueden hacer por contrarrestar las leyes económicas mundiales y los perversos efectos medioambientales que ocasionan.

Todo desarrollo económico precisa de la creciente conversión de la energía en trabajo, es decir, precisa de energía para hacer funcionar lo artefactos construidos al efecto, como petroleros, aviones, maquinarias para la producción agrícola, la construcción de infraestructuras etc. Estos artefactos solo pueden funcionar eficazmente con derivados de los combustibles fósiles, y a pesar del estimulo que se está realizando por implementar otras fuentes de energía, la economía mundo, en el actual estadio tecnológico, es y será durante décadas mayoritariamente dependiente de esta fuente de energía.

Por otra parte, la economía mundo se fundamenta en un régimen competencial, es decir, los diferentes actores económicos sean empresas o naciones tienen que optimizar su producción para ser competitivos en los mercados nacionales e internacionales, uno de los efectos que tiene este régimen competencial es la externalización de costes, que en el caso de las emisiones de gases de efecto invernadero se traduce en la libre emisión de los mismos a la atmósfera. Si una nación intentara por si sola internalizar esos costes, a través de promover cambios tecnológicos para hacer funcionar sus artefactos productivos sin emisiones de gases de efecto invernadero, sus productos se encarecerían de tal manera que no podría sobrevivir económicamente en el actual mundo comercialmente globalizado, por todo ello es imposible evitar, por una parte, la utilización en un alto grado de los combustibles fósiles y, por otra parte, sustraerse a la economía competencial mundial.

Así, la externalización de costes en forma de libre emisión de gases de efecto invernadero continuará casi con toda probabilidad hasta el final de las reservas conocidas de los combustibles fósiles. Si bien, la reducción anual de su emisión es un objetivo que se viene planteando en numerosas cumbres, este objetivo se ve desbordado por el propio crecimiento económico, por ejemplo, hay países emergentes como China que en los últimos años están desarrollando fuertemente políticas para un desarrollo económico bajo en carbono, pero ello no puede evitar que el crecimiento económico y la dependencia de los combustibles fósiles haga que las emisiones anuales crezcan, aunque evidentemente siempre serán menores que sino mediaran estas políticas de reducción de emisiones,

Al final lo que los datos muestran es que la política de reducción anual de emisiones no está evitando el incremento del CO2 en el aire atmosférico, porque los factores derivados del crecimiento económico, de la dependencia tecnológica del motor de combustión interna basado en los combustibles fósiles, y la externalización de costes en forma de emisiones como forma de participar en la economía competencial mundial, contrarrestan las políticas de reducción de emisiones.

Por otra parte, el modelo de desarrollo occidental alcanzado tras doscientos años de innovación y de utilización de las materias primas del planeta para el uso y consumo de una sexta parte de la humanidad, no es posible remitirlo, más bien al contrario, legítimamente los países en desarrollo que se asoman, un siglo después de los industrializados, a su desarrollo económico aspiran a unos estándares de consumo similar, por ejemplo al de EEUU, Japón o Alemania.

Pero, como ya se vio en la primera conferencia de Río en 1992, con el actual modelo energético mundial ello no es posible, pues los combustibles fósiles se agotarían en pocos años y su impacto sería medioambientalmente insostenible, por ello, los países industrializados para no perder su estatus depredador de materias primas persisten en mantener el modelo de dominio militar mundial para asegurarse el uso preferente de los recursos del planeta.

El desarrollo sustentable podría ser posible si la humanidad alcanzara un estado civilizatorio en cuatro factores clave:

-Una gobernanza mundial en la que el conjunto de la humanidad fuera el sujeto de desarrollo económico. Este fundamento, inevitablemente conllevaría, por inútil, el final de la carrera armamentística de las naciones.

-Un control demográfico para que la humanidad no sobrepasara los 10.000 millones personas, con políticas demográficas reguladoras al respecto.

-Un cambio en el sistema competencial mundial, para acabar con la externalización de costes medioambientales como método de abaratar costes de producción, promoviendo un impuesto mundial según renta per capita que iría destinado a la implementación de sumideros de CO2.

-Un cambio en el paradigma tecnológico a través de promover motores con funcionalidad eléctrica, cuya fuente primaria de energía estuviera en las energías renovables, e impulsando la investigación para alcanzar, si es posible, la energía limpia e inagotable: la energía de fusión nuclear, con la cual, la humanidad podría mantener un nivel de consumo energético que le asegurara el desarrollo económico suficiente en alimentación, educación y salud en los próximo siglos.

-Una distribución mundial de la jornada de trabajo equitativa para todas las personas del mundo, de tal manera que las mejoras de la productividad en la conversión de la energía en trabajo productivo que hacen que se reduzca el esfuerzo humano para la producción de bienes y servicios, redunde por igual en un aumento del tiempo libre de cada persona.

En ese estadio civilizatorio si se consiguiera disponer de fuentes de energía limpia e inagotable, la humanidad podría construir un mundo donde las máquinas desempeñaran la mayor parte del trabajo, y las personas se dedicarían a la investigación, el arte, el ocio y cultivar la felicidad común.

No es una utopía, es posible. El género humano puede construir la felicidad en la Tierra, pero por ahora, la especie humana, fruto de su tradición de dominio de unos por otros puede autodestruirse bien por guerras, o aniquilar el ecosistema terrestre que la mantiene.

El sujeto transformador, hacia una nueva civilización, ya no es ninguna clase social, es el propio género humano, que tal vez no se convierta en tal sujeto transformador hasta que llegue el momento evidente de que su propia existencia como especie esté en peligro.

Hoy, la visión biocéntrica por oposición a la antropocéntrica que formulara en los años ochenta del siglo XX el pensador y político alemán Rudoplh Bahro en la que debiera ser la relación del género humano con la naturaleza, está más vigente que nunca.

 

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