01/10/2013
NOTICIA.
El Grupo Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), dio a conocer
el 27/09/2013 en Estocolmo las principales conclusiones de su último
informe.
El cambio climático y el sistema energético
mundial
El Grupo Intergubernamental del Cambio
Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), creado por Naciones Unidas,
dio a conocer el 27/09/2013 en Estocolmo (Suecia) las principales
conclusiones de su último informe
El aspecto relevante de las conclusiones es
que el nivel de concentración de CO2 y
otros gases de invernadero en el aire atmosférico tiene ya un carácter
irreversible, pues el CO2, principal causante del efecto
invernadero es un gas de gran longevidad y en función del escenario de
emisiones, entre el 15% y el 40% del CO2 emitido,
perdurará en la atmósfera durante cientos de años, incluso aunque se
enfrentara con firmeza la reducción de emisiones.
Las concentraciones en la atmósfera de dióxido
de carbono, metano y óxido nítrico han crecido hasta niveles sin
precedentes al menos en los últimos 800.000 años. La concentración de CO2 ha
pasado de las 280 partes
por millón (ppp) de la
era preindustrial a las 395 ppp en agosto del 2013 según NOAA Earth
System Research Laboratory (U.S), lo que supone un incremento del 41%
desde los tiempos preindustriales.
Los efectos del cambio climático se están
dejando notar en el progresivo deshielo en las últimas décadas de
Groenlandia y del Antártico que han ido perdiendo masa, mientras que
los glaciares de montaña continúan menguando. Las consecuencias también
más notorias son el aumento de la frecuencia con la que se producen los
fenómenos meteorológicos extremos como huracanes, tifones y sequías
prolongadas, según las regiones del planeta.
El informe pretende ser una guía para la
conferencia prevista en París sobre el clima en 2015, donde se deberán
acordar por los gobiernos acciones para su implementación en el 2020 con
el fin de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas
de las actividades antropogénicas y responsables de calentamiento
climático terrestre global, el cual se puede atribuir sin lugar ya a
dudas a dichas actividades (en un 95% según el informe).
Según el informe del (IPCC), en el mejor de
los casos, si se hacen esfuerzos, el nivel del mar subirá en unos 26
centímetros hasta el año 2100, mientras que, en el peor de los casos, lo
hará en 82 centímetros. Además, las temperaturas de la Tierra subirán de
acuerdo con los diversos escenarios entre 1,5 y cuatro grados
centígrados; por su parte, el Consejo Mundial del Clima afirmó que no se
llegará a cumplir con la “meta de limitar la subida de la temperatura
media global en dos grados”.
Si bien el incremento de la temperatura media
global, es un indicador que mide el cambio térmico climático, oculta más
que revela la forma en la se produce el incremento térmico climático y
sus consecuencias. Tal y como señala el propio informe del (IPCC), esta
descartado que el calentamiento global de la troposfera sea debido a una
variación de la constante solar, es decir, de la radiación entrante
durante el ciclo diurno, sino que se produce por la retención terrestre
de la radiación en longitudes
de onda larga que en la
era preindustrial eran trasparentes en el aire atmosférico y alcanzaban
el espacio exterior y que actualmente, debido al efecto
invernadero, por la concentración de CO2, esa radiación
terrestre queda atrapada en la troposfera aumentado su temperatura que a
su vez la trasmite a la superficie del mar que almacena el calor. Se
puede decir, pues, que la Tierra se calienta no porque reciba más
energía sino porque se enfría menos, principalmente en el ciclo nocturno
donde la tierra despide el calor acumulado al espacio exterior.
Los intercambios de energía entre el aire
atmosférico y el mar no se producen de forma gradual y se puede dar la
circunstancia que se produzcan, como ha sido en los últimos diez años,
pausas en el calentamiento del aire atmosférico por una mayor
acumulación de energía en los océanos, lo que debiera llevar a
considerar que la medición del incremento global de la temperatura media
se tendría que realizar no en promedios de una década sino
de veinte años.
La radiación que emite la Tierra,
principalmente durante el ciclo nocturno, queda atrapada en la
troposfera en función de la mayor longitud de onda, (siendo mayor la
longitud de onda, cuanto menor sea la temperatura), lo que produce que
la mayor retención de energía relativa se produzca en los ambientes más
fríos como los glaciares de montaña o en los polos. Por ello, el
objetivo del promedio de temperatura global debiera venir acompañado de
una escala de variación en el incremento de los promedios de temperatura
mínima según
los diferentes ambientes climáticos, pues, en definitiva el cambio más
dramático del efecto invernadero va a resultar del deshielo de las
plataformas continentales heladas particularmente las de la Antártida y
Groenlandia. Un incremento de un metro del nivel del mar para fines del
presente siglo tendría unos efectos devastadores pues la mayoría de las
playas quedarían anegadas y muchos de los asentamientos humanos costeros
donde vive una gran parte de la humanidad podrían verse afectados.
El IPCC ha hecho su trabajo, y ahora
corresponde a los mandatarios mundiales adoptar medidas para frenar el
calentamiento de la Tierra tomando medidas para reducir la concentración
de gases de efecto invernadero en la atmósfera terrestre particularmente
de CO2 (responsable
en un 60% del forzamiento radiativo medido en W/m2), a unos
niveles de concentración similares a los de 1992 que fueron de 355 ppm.
El solo hecho de reducir los actuales niveles
de concentración de CO2 en
la atmósfera terrestre de 395 ppm a 355 ppm supondría un esfuerzo enorme
de implementación de sumideros de CO2, principalmente de
sumideros naturales en base a una ampliación considerable de la
superficie forestal del planeta, además de sumideros artificiales que
capturasen el CO2 emitido
por las actividades antropogénicas y lo enterrasen bajo tierra.
Pero la cuestión que se le plantea a la
humanidad es:
¿Pueden los mandatarios mundiales tomar
medidas efectivas en un sistema económico competencial globalizado donde
la externalización de costes en forma de emisión de gases de efecto
invernadero forma parte de la ventaja competitiva comercial y el coste
de la internalización supondría perder ventajas en el mercado mundial?
¿Pueden los mandatarios mundiales cambiar el
vigente sistema energético
mundial basado en un 80%
en los combustibles fósiles, cuando existe una demanda creciente de los
países en desarrollo de los mismos por ser la fuente de energía primaria
más barata y asequible a su desarrollo tecnológico para la conversión de
la energía en trabajo productivo?
Los esfuerzos por implementar las energías
renovables son menores que la demanda creciente de combustibles fósiles
para incrementar el PIB en los países en desarrollo, y aunque la
participación porcentual de las energías renovables en el sistema
energético mundial está
ganando en importancia y pudieran pasar, incluida la energía de fisión
nuclear, del actual 20% a un 40%, en cifras absolutas el 60% restante
que correspondería a los combustibles fósiles seguirá siendo mayor que
la demanda que existía a finales del siglo XX.
Por otra parte, el sistema
energético mundial depende
del actual paradigma
tecnológico mundial sin
que se pueda sustituir al motor
de combustión interna por
las energías renovables para la transformación de la energía en trabajo
productivo en la
maquinaria con la que funcionan los grandes transportes terrestres,
marítimos y aéreos; la maquinaria pesada móvil para la construcción de
infraestructuras, y la destinada al sector agrario que permite liberar
del trabajo manual agrícola a la mayoría de la población activa para
emplearse en otros sectores económicos.
Debido pues: 1- al sistema económico
competencial mundial que precisa de la externalización de costes
medioambientales como ventaja competitiva; 2- a la creciente demanda de
combustibles fósiles de los países en desarrollo por ser la fuente de
energía primaria más asequible y barata, y 3- al actual paradigma
tecnológico dependiente del motor de combustión interna para el
desarrollo de grandes actividades económicas, la tendencia general es
que los combustibles fósiles seguirán usándose hasta su agotamiento, y
la externalización de los mismos en forma de gases de efecto invernadero
continuará aumentando.
El incremento de las energías renovables
aminora las emisiones anuales y con ello se retrasa la fecha de
agotamiento de los combustibles fósiles (que con toda probabilidad se
produzca en el presente siglo), pero el retraso de dos o tres décadas en
su agotamiento no va impedir que los efectos del CO2 en
la atmósfera terrestre continúen, pues el CO2 es
un gas de una gran longevidad y sus efectos se dejaran sentir por
siglos.
La humanidad se enfrenta pues, a retos que los
mandatarios mundiales en el actual paradigma económico y energético no
pueden resolver sin que se produzca un cambio en la gobernanza mundial
donde el mundo: 1- este gobernado de manera global y con unos objetivos
comunes asumidos por todas las naciones; 2- donde la externalización de
costes de libre emisión sea erradicada como forma de ventaja
competencial, y 3- se opte decididamente por la creación masiva de
sumideros naturales y artificiales de CO2.
Con ello, se conseguiría reducir la
concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera terrestre,
que de no realizarse, si se externalizaran a la atmósfera las reservas
probadas de combustibles fósiles en el año 2004, al término de las
mismas* se
podía llegar a una concentración de 612 ppm de CO2 en
el aire atmosférico, lo que supondría 217 ppm de CO2 más
que las 395 actuales, un incremento del 55%, y un incremento del 218%
respecto a las 280 ppm de la era preindustrial.
Pero la humanidad, en el presente siglo, se
enfrenta no solamente a la externalización de todas las reservas de
combustibles fósiles al aire atmosférico, sino también al colapso
económico por el agotamiento de estos combustibles si para entonces no
consigue crear un sistema tecnológico alternativo al motor de combustión
interna para la conversión de la energía
en trabajo productivo que
sirva para hacer funcionar los grandes trasportes y maquinarias pesadas
utilizadas en la agricultura y la construcción de infraestructuras.
La humanidad no puede vivir de espaldas a un
futuro que precisa acabar con la vigente cultura de competencia entre
las naciones e inaugurar una nueva
civilización de
cooperación y gobernanza mundial para impedir los fatales efectos
medioambientales, así como aunar conocimientos y esfuerzos para crear un nuevo
modelo energético y tecnológico que
le aseguren la prosperidad económica, la armonía con el medio ambiente y
sobre todo, su supervivencia como especie.