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historia, economía, política..
Artículos de Opinión
Una
visión geopolítica en favor del respeto entre naciones, la
integración económica mundial y la armonía con el medioambiente
Autor
Seudónimo:
Saint Just
Artículos
02/11/2016
NOTICIA. La NASA revela en
imágenes comparadas de satélite, el progresivo deshielo del Ártico entre los
años 1984 y 2016.
NOTICIA. La institución
científica National Oceanic & Atmospheric Administration / NOAA, notificó
que en el año 2015 se habían superado las 400 ppm de CO2 en el aire atmosférico.
Las fuerzas inexorables de
la civilización global en el siglo XXI
En los últimos meses
diversas instituciones científicas han presentado informes con resultados
que muestran los progresivos cambios que está experimentando la troposfera terrestre
debido a los emisiones de gases de efecto invernadero principalmente de CO2,
con especial incidencia en la disminución de las masas heladas permanentes
del planeta principalmente en el Ártico y los glaciares de montaña.
La institución científica
National Oceanic & Atmospheric Administration / NOAA dependiente del
Departamento de Comercio de los Estados Unidos, notificó que la tasa de
crecimiento anual de CO2 en
el aire atmosférico medida
en el Observatorio de Mauna Loa, en Hawai, subió en 2015 en tres partes por millón
(ppm), siendo el mayor incremento anual en 56 años de registros, hasta
situarse la concentración de CO2 en
el aire atmosférico en
400,8 ppm, un 43% superior a la concentración preindustrial de 280 ppm.
Nota.
La gráfica muestra las concentraciones medias mensuales de CO2 registradas
en Mauna Loa desde 1958. Los altibajos de la línea azul oscura muestran la
influencia de la vegetación en el hemisferio norte sobre el CO2,
mayor en invierno, y menor en verano, cuando el crecimiento de las plantas
elimina el CO2 del
aire. La línea rosa brillante muestra la concentración media anual de CO2.
La tasa de aumento se ha acentuado con el paso del tiempo, habiéndose
triplicado, de 0,6 ppm al año a principios de los años 60 a un promedio de
2,1 ppm durante los últimos 10 años. Fuente. NOAA.
La concentración de CO2 y
otros gases de efecto invernadero en el aire
atmosférico tienen una
repercusión directa en el aumento de temperaturas debido a la alteración
histórica del balance energético de la radiación entrante y saliente terrestre
por el aumento del efecto
invernadero que impide que
la radiación de onda larga que
emite la Tierra salga al espacio exterior; una radiación que en etapas
previas de una menor concentración de CO2 era transparente en
el aire atmosférico
y salía al espacio exterior.
Esta radiación que queda atrapada en la troposfera,
según el informe del Estado del Clima 2015 de la WMO, suponía forzar un
aumento radiativo de 1,94 vatios de energía por metro2, siendo
el CO2 en un 60%
responsable del forzamiento
radiativo de
todos los gases de efecto invernadero.
Debido a la
correspondencia existente entre menor temperatura
y mayor longitud
de onda radiativa terrestre, los ambientes más fríos son los que
experimentan un mayor incremento relativo del forzamiento
radiativo, pues al actuar los gases de efecto invernadero en la troposfera como
una red que estrecha sus ventanas en la medida que la concentración de
estos gases aumenta, las longitudes de onda radiativa más largas son
las primeras en dejar de ser transparentes en
el aire atmosférico.
El mapa elaborado por la
NASA sobre el incremento térmico de la superficie terrestre es ilustrativo
al respecto, siendo los ambientes más fríos del hemisferio
boreal donde más se acusa
el incremento térmico.
Incremento térmico
(NASA)
El incremento térmico en
el hemisferio boreal se debe a que las mayores emisiones de gases de
efecto invernadero se producen en el mismo. El siguiente mapa elaborado
por NOAA muestra la distribución mundial de las mismas.
Emisiones de gases de
efecto invernadero (NOAA; año 2012)
Las emisiones tienen una
estrecha relación con el consumo energético, tal y como se puede apreciar
en la siguiente imagen nocturna de la Tierra realizada por la
superposición de imágenes satelitales.
Esta concentración de
gases de efecto invernadero en el hemisferio
boreal, con una mayor repercusión relativa en el incremento térmico en
los ambientes más fríos, es lo que está ocasionando un retroceso de las
masas heladas permanentes desde la última desglaciación hace 20.000 años,
tal y como se puede apreciar en las imágenes satelitales publicadas
recientemente por la NASA sobre los cambios acontecidos en la masa de
hielo del Ártico, en las que se puede apreciar una significativa
disminución entre los años 1984 y 2016.
Masa helada del Ártico
(NASA)
Otros estudios realizados
sobre los glaciares de montaña revelan también una disminución continúa de
los mismos. En un estudio presentado al Foro Internacional de Glaciares y
Ecosistemas de Montaña que se llevó a cabo del 10 al 13/08/2016 en la
ciudad andina de Huaraz, mostró que Perú había registrado la pérdida del
40% de sus glaciares en los últimos cuarenta años, habiendo pasado la
superficie cubierta por glaciares milenarios de 2.042 kilómetros2 en
los años setenta del siglo pasado a 1.290 kilómetros2 actualmente,
siendo la más afectada la denominada Cordillera Blanca, ubicada en la zona
central de Perú, y que es considerada la cadena tropical más alta del
mundo donde se encuentran el 70% de los glaciares tropicales del mundo. En
el año 2014, el Instituto de Investigación de Medio Ambiente e Ingeniería
de Regiones Frías y Áridas de la Academia de Ciencias de China publicó su
segundo Inventario de Glaciares de China que incluye 46.377 glaciares que
ocupaban en la década de los cincuenta del siglo XX una superficie total
de 59.425 kilómetros2. Según el estudio, los glaciares de China
se han reducido durante los últimos 60 años 9.000 kilómetros2.
Los glaciares más afectados son los ubicados en el macizo de Altái y la
cordillera Gangdise, donde el 37,2 y el 32,7% de los glaciares
respectivamente han desaparecido, y los glaciares de los montes Himalayas,
Tangula, Tianshan, Pamir, Hengduan, Nyenchen Tanglha y Filian que han
disminuido entre un 21 y un 27%.
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La importancia de las
repercusiones climáticas por el incremento de los gases de efecto
invernadero hay que considerarlas por las perturbaciones que las mismas
puedan ocasionar sobre la civilización humana. Quienes argumentan que la
vida en la Tierra ha existido con concentraciones de CO2 superiores
a las actuales y por lo tanto restan importancia a las mismas, lo hacen
sin tener en cuenta un patrón de referencia, en este caso su incidencia en
la especie humana y la civilización alcanzada, por lo que sus afirmaciones
carecen de valor, más si se tiene en cuenta que las variaciones del CO2 en
la historia geológica de la Tierra obviamente siempre han sido por causas
naturales y solamente con el surgimiento de la civilización industrial
hace 250 años sustentada en la transformación de la energía en trabajo
productivo en base al uso masivo de combustibles fósiles es cuando la
causa de esta alteración se produce por causas no naturales, es decir, por
una de las especies que habita la Tierra, el ser humano, y se están
manifestando en: 1. un progresivo deshielo de las masas de hielo
milenarias, y 2. en alteraciones en la circulación
atmosférica que están
repercutiendo en un incremento de los fenómenos
meteorológicos extremos.
El grado de impacto que
estos cambios están produciendo en la vigente civilización se puede
considerar, hasta ahora, menor, incluso existen zonas del planeta que
parecen beneficiarse del mismo, como el deshielo del Ártico que puede
permitir abrir una vía marítima comercial entre Europa y la costa oriental
de Asia a través del estrecho de Bering, o el avance de la taiga en
detrimento de la tundra en Siberia. Los deshielos de los glaciares de
montaña se pueden considerar beneficiosos desde el punto de vista de un
incremento de las reservas de agua subterránea y el incremento de los
lagos de montaña que pudieran ser aprovechados como reservas de agua
dulce.
Sin embargo, en el medio
y largo plazo los cambios climáticos derivados del incremento
térmico y de las
alteraciones en la circulación
atmosférica pueden ser
catastróficos para la actual civilización. Se aprecia una tendencia a una
mayor repetición y fortaleza de los fenómenos
meteorológicos extremos que
tienen su expresión en ciclones de
fuerza desconocida y en un reforzamiento de la sequedad de las zonas anticiclónicas a
la vez que éstos expanden sus límites ampliándose la desertización,
sustituyendo climas semiáridos por
climas áridos. Los
cambios térmicos que provocan el deshielo de las plataformas heladas
tendrán su punto dramático si afectan notoriamente al continente antártico
pues el nivel de los mares podría crecer varios metros, lo que supondría
que los asentamientos humanos costeros donde habita casi el 50% de la
humanidad y entre las que se encuentran varias de las ciudades más
pobladas del mundo podrían quedar anegadas por las aguas del mar.
El progresivo aumento
anual de ppm de los gases de efecto invernadero en el aire atmosférico que
han tenido su mayor incremento en los últimos diez años (periodo en el que
estuvo en vigor el Protocolo de Kioto), con una media anual de 2,1 ppm de
CO2, induce a pensar que, hasta ahora, los intentos por detener
las emisiones de este gas por causas antropogénicas han tenido poca
incidencia, sin que tampoco los acuerdos adoptados en la Cumbre del Clima
en París en diciembre de 2015, permitan asegurar que la tendencia pueda
ser revertida, más si se tiene en cuenta, que ya se ha alcanzado un nivel
de concentración de 400 ppm de CO2 que
por ser éste un gas muy longevo perdurará durante cientos de años en el aire
atmosférico.
El cambio climático ha
pasado a formar parte de la civilización global, y se ha convertido en una
fuerza inexorable que puede cuestionar la habitabilidad en grandes
espacios terrestres bien sea por sequías o por inundaciones. Sin embargo,
las fuerzas inexorables que subyacen en la que parece inevitable acción
del ser humano sobre la naturaleza tienen raíz económica y energética. El
crecimiento económico es el fundamento incuestionable de la vigente
civilización. El crecimiento económico sirve al desarrollo de las naciones
para mejorar la vida de las sociedades que la componen, y el crecimiento
demográfico estimula aun más el mismo. Sin crecimiento económico la
mayoría de la humanidad que vive en los países en desarrollo estaría
abocada a vivir en la pobreza sin esperanza de alcanzar el bienestar que
les asegure alimentación, techo, atención en la enfermedad y educación.
Unido a lo anterior, el
propio funcionamiento de la economía de mercado precisa de un constante
crecimiento económico para compensar las mejoras de la productividad que
el sistema competencial impone (producir más o con mejor calidad con menos
coste). El empresario debido a la competencia está obligado a introducir
mejoras en su productividad, pero cuando produce el mismo número de
productos con menor coste ve disminuido su volumen total de ingresos de
los cuales obtiene la ganancia, y para mantener el mismo volumen de
ingresos precisa vender más productos, es decir, precisa del crecimiento
económico.
El crecimiento económico
conlleva un aumento de la utilización de energía para su conversión en
trabajo productivo, y la utilización de los
combustibles fósiles en un 70 a 80% para la conversión de la energía en
trabajo productivo es una dependencia que difícilmente puede ser
reemplazada, debido a que esta conversión en el actual paradigma
tecnológico es dependiente del motor de combustión interna con el que
funcionan los grandes medios de transporte y maquinarias pesadas. Por
otra parte, el sistema económico competencial induce a obtener la energía
de los combustibles fósiles a través de la externalización de costes en
forma de gases de efecto invernadero.
La combinación, pues, de
las fuerzas que impulsan el crecimiento económico con la dependencia de
los combustibles fósiles para la obtención de energía en un sistema
competencial que conlleva la externalización de costes medioambientales
han predominado hasta ahora sobre los intentos de controlar las emisiones
de CO2 y, es muy
posible, que continúe esta tendencia hasta el final de los combustibles
fósiles sino se llega a un acuerdo global sobre la captura y almacenaje
del CO2 a través de
una masiva implementación de sumideros artificiales y naturales, o se
consiga su sustitución por un avance tecnológico que permita obtener
energía ilimitada de la fusión nuclear, y la sustitución del motor de
combustión interna.
El género humano se
enfrenta en el siglo XXI a fuerzas inexorables contradictorias; las
mejoras en la productividad pueden conseguir que las máquinas realicen el
trabajo más ímprobo y se alcance el bienestar social en todas las naciones
del mundo pero, a su vez, las fuerzas económicas de un mercado global
desregulado en conjunción con la externalización de gases de efecto
invernadero, amenazan esa prosperidad anhelada.
Los acuerdos globales
sobre el cambio climático como el alcanzado en París en diciembre de 2015
son necesarios pero insuficientes, pues no abordan integralmente la
regulación del conjunto de las fuerzas económicas, energéticas y políticas
globales que influyen negativamente en el medio ambiente. Solamente
alcanzando una gobernanza global consensuada entre todas las naciones del
mundo será posible conjugar estas fuerzas contradictorias.
El mundo se ha convertido
en un barco en el que solamente es posible evitar el naufragio económico y
medioambiental con el empeño de una única tripulación, el género humano.
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