(Febrero 2012)
NOTICIA: El sucesor de Osama Bin Laden al frente de Al Qaeda, el egipcio
Ayman al Zawahiri pidió a los musulmanes en Irak, Jordania, Líbano y
Turquía que se unan con el levantamiento en contra del "pernicioso,
canceroso régimen" de Assad
Siria.
Extraños compañeros de viaje
El líder de Al Qaeda ha reiterado que "los rebeldes en Siria que
buscan deponer al presidente Bashar Assad no pueden depender de la ayuda
de Occidente, Estados Unidos, Turquía y los ejecutivos corruptos de los
países árabes de la Liga Árabe".
El
mundo árabe colonizado en los siglos XIX y XX por Francia y Gran Bretaña, tuvo
su primera revolución en el segundo tercio del siglo XX con las guerras de
independencia de las metrópolis colonizadoras. Tras la Segunda Guerra Mundial la
Guerra Fría protagonizada por las dos potencias más importantes, EEUU y la URSS,
instrumentalizaron la independencia de los viejos imperios coloniales para
consolidar su influencia regional en el mundo. En el Oriente Medio y norte de
África EEUU extendió su influencia en los países independizados ayudando a
restaurar retrogradas monarquías principalmente en Arabia Saudí, Qatar,
Marruecos y en la antigua Persia con la dinastía de Reza Pahlevi. La URSS se
apoyó en los frentes de liberación laicos principalmente, en Argelia con el FLNA,
Egipto con Nasser, Libia con Gadafi, Siria e Irak con los partidos Baaz. Tras la
desaparición de la URSS, y el final de la Guerra Fría los países bajo el
paraguas soviético quedaron huérfanos de la tutela internacional.
No
obstante, si el mundo árabe y persa, tuvieron una primera revolución para
legitimar su independencia, el carácter elitista de estas independencia dio todo
el poder a minoritarios grupos de poder y todos los regímenes de uno y otro
signo surgidos tras la independencia fueron totalitarios con sus pueblos. Con
posterioridad surgieron movimientos sociales que demandaban gobiernos que debían
servir para mejorar las condiciones de vida de la sociedad. La nueva ideología
política que dio sustento a estas demandas se fundamentaba progresivamente en el
Islam.
La
primera gran revolución inspirada en el Islam que acabó con la elite gobernante
fue en Irán. En 1979 el Sha de Persia fue derrocado y se instauró la actual
república islámica de Irán. Con posterioridad, la victoria en Argelia en los
años noventa del movimiento islámico fue abortado con un golpe de Estado de los
sectores más occidentalizados, pero la ideología política islamista ha seguido
emergiendo con fuerza, lo que ha inducido a las monarquías árabes a acentuar su
carácter religioso, como por ejemplo en Arabia Saudita con la formación de una
policía religiosa a modo de la antigua inquisición medieval católica, o que en
Irán el liderazgo supremo de la nación lo ostente un clérigo. Este auge del
islamismo social y político, a su vez, ha traído consigo que las diferencias
religiosas entre sunnitas y chiítas, relegadas durante las luchas por la
independencia, se haya acentuando, dando lugar a enfrentamientos sectarios
religiosos como los que se han venido produciendo en la guerra de Irak.
No
obstante, si en algo coinciden sunnitas y chiítas es en derrocar a los regímenes
que sustentaron la independencia de la mano de ideologías laicas. El ejemplo más
evidente sucedió en la pasada guerra civil en Libia, en la que tanto Irán de
religión chiíta, como Arabia Saudita de religión sunnita, apoyaban
incondicionalmente a los opositores a Gadafi, apoyaron a los opositores a
Mubarak en Egipto y ahora apoyan a la oposición al gobierno en Argelia.
EEUU y
la OTAN se ha venido valiendo de estas rencillas o alianzas, según los casos,
para debilitar gobiernos que no se someten a su tutela. Lo hizo en Irak y en
Libia y, en la guerra civil de este último país, incluso la participación de Al
Qaeda fue aceptada por la OTAN porque contribuía al derrocamiento de Gadafi,
como fue el hecho de que quien lideró la toma de Trípoli fuera Abdelhakim
Belhadj un miembro con un historial muy próximo Al Qaeda.
En el
caso de Siria, sunnitas y chiítas están claramente enfrentados. La familia de Al
Assad es aliado de Irán y pertenece a la minoría chiíta de Siria. Las monarquías
árabes sunnitas son las principales instigadoras de la revuelta sunnita contra
el gobierno de Siria en las que se apoya la OTAN, y a la que muestra ahora
también su apoyo incondicional Al Qaeda, cuestión que tampoco parece desagradar
a la OTAN, pues, el atentado de Alepo contra las fuerzas armadas sirias con
sello de Al Qaeda que dejo decenas de civiles muertos no ha sido condenado por
los países de la OTAN aunque si lo haya hecho el secretario de las Naciones
Unidas, incluso el Vaticano hace llamamientos al diálogo nacional pues ve que un
triunfo sunnita pondría en riesgo la secular libertad de culto de los cristianos
en Siria.
La
guerra civil en Siria tiene una fuerte componente internacional, pues, debilitar
a Siria es debilitar a un aliado estratégico de Irán en la región, país al que
miran con recelo tanto la monarquía saudí, la qatarí e Israel por su emergencia
como potencia en el Oriente Medio, además de ser considerado el enemigo número
uno de EEUU y la OTAN.
La
fracasada resolución en el Consejo de Seguridad presentada por los países de la
OTAN con el apoyo de la liga árabe para la destitución del presidente sirio y
vetada por Rusia y China evidencia dos tendencias claras en la región, por una
parte, quienes -tras ver la instrumentalización que la OTAN hizo de la
resolución 1973 para propiciar un cambio de gobierno en Libia-, pretenden
mantener la razón de ser de las Naciones Unidas fundamentada en la no injerencia
en los asuntos internos de un país para imponer desde fuera cambios de gobierno,
tendencia representada por China y Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU y
también porque estas potencias temen que una desestabilización de Siria entrañe
una desestabilización en toda la región y, por otra parte, están quienes hacen
de la injerencia y de la guerra su principal línea de actuación para aislar a
Irán, tendencia representada por las monarquías del Oriente Medio, Israel y la
OTAN a la que se suma también por libre como extraño compañero de viaje Al Qaeda.
Si bien
los objetivos tácticos de los que propician la injerencia y la guerra en Siria y
en contra de Irán son coincidentes no es así en los objetivos estratégicos. La
OTAN, Israel y las monarquías saudí y qatarí pretenden debilitar a Irán en la
región, en el caso de la OTAN e Israel además pretenden subordinar a su tutela a
todos los países del Oriente Medio, por el contrario Al Qaeda tiene un proyecto
de largo plazo tendente a implantar un califato sunni que abarcase desde
Afganistán hasta Marruecos.
Es casi
seguro, que Al Qaeda nunca logrará liderar su quimérico proyecto, pero lo que si
es evidente que el auge de la religión en la política -particularmente en las
naciones de mayoría sunnita- debilita la componente nacionalista que dio lugar
en el pasado a las luchas de independencia y propicia que se abran paso las
fuerzas político religiosas supranacionales sunnitas y, tras las recientes
revueltas árabes, en la medida que avancen las fuerzas religiosas emergentes en
Túnez, Egipto Marruecos y las que puedan surgir en Arabia Saudita y otros países
árabes, las elites familiares que lideraron la independencia de sus naciones
sean monárquicas o de otro signo podrían ser cuestionadas en favor de un
proyecto político religioso sunnita.
Paradójicamente, el éxito de Irán como potencia regional, a pesar del acoso
occidental sufrido desde 1979, alienta en la rama sunnita la idea de que solo
uniéndose bajo un régimen político religioso por encima de nacionalidades pueda
traer una época de esplendor al mundo árabe sunnita, pero por otra parte, el
peso de la tradición de reinos de taifas alimentada por las monarquías
despóticas y corruptas aliadas de la OTAN cuyo objetivo es mantener la división
entre los árabes debilita esa tendencia de unidad político religiosa sunnita.
El
mundo árabe -a diferencia del occidental que tuvo su periodo histórico de
revoluciones liberales en el siglo XIX que acabaron con el Antiguo Régimen y
contribuyeron a la separación de la religión del Estado-, no ha tenido ese
proceso de ruptura con la tradición del Antiguo Régimen y, el peso de la
religión en la política, mantiene su raíces medievales. Desde el punto de vista
de la civilización occidental que dejó atrás las guerras sectarias de religión
en el siglo XVII, esta tendencia que parece alumbrar en el mundo árabe de unir
política y religión es una etapa superada y, por ello, se puede y se debe
considerar retrógrada, sobre todo por el papel al que relega a la mujer. No
obstante, en Occidente existe también otra línea política de actuación
internacional que también es retrógrada y hunde sus raíces en el pasado
imperialista occidental y es la más perniciosa de todas, a saber, el derecho
arrogado a injerir en los asuntos de otras naciones mediante el complot y la
guerra.
La
tendencia histórica más progresista para la humanidad está recogida en los
fundamentos de la carta de las Naciones Unidas por la que deben ser las naciones
y los pueblos sin injerencias externas según su propia experiencia histórica las
que deben encontrar el mejor camino de convivencia, siempre que lo hagan en paz.
Ello no es óbice para que, el mundo Occidental y árabe, puedan mostrar sus
diferencias siempre que lo hagan desde el respeto mutuo. Esa es la esencia de la
carta de las Naciones Unidas y que ninguna nación debiera olvidar, y quienes
defienden estos principios con más ahínco como son actualmente Rusia, China y la
mayoría de los países latinoamericanos son quienes lideran en las relaciones
internacionales el ideal de progreso de la humanidad de un mundo de paz y sin
guerras. Esta tendencia en Siria tiene un nombre diálogo y reconciliación entre
las partes enfrentadas.