14/09/2012
NOTICIA. El
asesinato de embajador de EEUU en Libia, demuestra los riesgos de
colaborar con extremistas
El difícil
despertar del mundo árabe
El mundo árabe está
comprometido en su segundo despertar. El primero fue el que le dio la
soberanía como naciones. En los dos primeros tercios del siglo XX, las
actuales naciones árabes alumbraron su independencia de los imperios,
turco, francés, británico, español y alemán. La independencia vendría de
la mano de dos pensamientos políticos totalmente diferenciados. En
Argelia, Túnez, Egipto, Siria e Irak la influencia del pensamiento laico
tendría gran importancia, con el FLN en Argelia, El Nasserismo en
Egipto, el socialismo de Bourguiba en Túnez, de Gadafi en Libia, y los
partidos Baaz del Renacimiento Árabe Socialista, en Siria e Irak; por el
contrario, en Arabia Saudita, Jordania, Marruecos y Emiratos Árabes se
impondría el pensamiento conservador de monarquías absolutistas cuyo
máximo exponente de raíces medievales es Arabia Saudita regido por la
Ley Básica adoptada en 1992 que declara que los reyes de Arabia Saudita
serán los descendientes del primer rey, Abdelaziz bin Saud y que el
Corán será la constitución del país es decir que se regirá por la Ley
Islámica o Sharia. No existen partidos políticos, ni tampoco elecciones,
excepto las municipales sin que se puedan presentar formaciones
políticas y donde la mujer no tiene derecho a voto.
Si las formaciones políticas
laicas fueron las más activas políticamente en el proceso de independencia
árabe, tras la misma, sus gobiernos sustentados en partidos únicos no pudieron
cubrir las expectativas socioeconómicas que la población había puesto en la meta
de la soberanía, por otra parte, los partidos de pensamiento laico tampoco
encajaban en la fuerte tradición religiosa musulmana de la población. En las
relaciones internacionales esta corriente de pensamiento se situó claramente
enfrentada a los antiguos imperios coloniales y a EEUU como sucesor de las
políticas neocoloniales y a su principal aliado en la región, Israel, si bien,
tras la derrota de Egipto por Israel en 1967 en la guerra de los seis días, la
relaciones irían cambiando, pasando Egipto bajo el régimen de Mubarak a
convertirse en un fiel aliado de Israel y EEUU. Con posterioridad las
pretensiones de Irak de convertirse en una potencia regional fueron finiquitadas
por la invasión de ese país por EEUU en el 2003.
Esta corriente árabe de
pensamiento semilaica, iría progresivamente entrando en colisión con la
emergencia política de los partidos ligados al Islam. Su incapacidad para
promover un desarrollo socioeconómico inclusivo, iría dando relevancia a las
formaciones políticas islámicas. Las revueltas del año 2011 en Túnez, Egipto y
Libia acabarían con las regímenes herederos de la independencia.
De manera diferente, los
países que accedieron a la independencia manteniendo la tradición monárquica e
identificada con el islamismo más fundamentalista como Jordania, Marruecos,
Emiratos Árabes y particularmente Arabia Saudita, son las naciones donde las
revueltas populares prácticamente han pasado sin que las mismas hayan dado lugar
a ningún cambio político. Este desenlace, hasta el momento, es un alivio, no
solo para los gobernantes de estas naciones sino también para Occidente, pues
los regímenes absolutistas que gobiernan son fieles aliados particularmente de
EEUU.
De todos los regímenes árabes
de inspiración laica, solamente ha quedado uno en pie: Siria, bajo el gobierno
de Al Assad, y el partido Baaz, y su derrota, en la actual guerra que mantiene
contra grupos armados, sería un triunfo para el movimiento político islámico
sunnita, pero a su vez también lo sería para Israel y Occidente, pues, el
gobierno que le sucedería sería fiel a sus dictados. El ejemplo más claro se ha
visto en Libia, el triunfo de los combatientes del Islam partidarios de
implantar en ese país un régimen basado en las leyes islámicas, es a su vez, en
pago al servicio de Occidente por llevarlos al poder, uno de los más fieles
aliados en la región.
Hasta ahora se ha demostrado
como evidente que, en el ascenso político fundamentalista sunnita, Arabia
Saudita como régimen más importante de esa corriente en el mundo árabe gana en
influencia y también lo hace EEUU como aliado principal de este país. El
conflicto sirio hay que entenderlo en este contexto, y por ello, tanto Arabia
Saudita como EEUU son los países más comprometidos en alimentar la sublevación
armada en siria contra Al Assad a través de apoyar con armas y combatientes
extranjeros a los rebeldes sirios. En el caso de Arabia Saudita porque Siria
representa para su liderazgo sunnita en la región el último reducto a abatir, y
en el de EEUU porque supone acabar con un aliado de Irán.
En el objetivo de derrocar el
régimen de Al Assad, también está comprometida la corriente yihadista tanto
interna como de otros países. Muchos combatientes yihadistas de Libia que
lucharon contra el régimen de Gadafi están engrosando las filas de la
resistencia armada en Siria. Ni EEUU ni Arabia Saudita y el resto de monarquías
del golfo disimulan su apoyo a estos grupos armados provenientes de otros
países, facilitándoles su entrada a Siria desde Turquía, Jordania y Líbano y
armándolos; negándose a condenar sus atrocidades, como las efectuadas
recientemente en atentados con coches bomba en Alepo en las que han perdido la
vida numerosos civiles. En la guerra de Siria, los yihadistas ponen su sangre, y
Arabia Saudita y Occidente las armas, la logística y la cobertura diplomática y
mediática.
Tras el fracasado plan de
Kofi Annan, para mediar entre las partes enfrentadas, el ejército del régimen
sirio ha emprendido una ofensiva que está diezmando las filas de los levantados
en armas. Sus reclamos para que la OTAN intervenga, como lo hizo en Libia, no
han tenido eco ante la firme postura de China y Rusia de no autorizar en el
Consejo de Seguridad de la ONU una intervención extranjera. La guerra está
empantanada, y aunque a Occidente no le viene mal que la misma prosiga, pues su
prolongación debilita al régimen sirio, también el paso del tiempo, sin que las
bandas armadas consigan avances militares y apoyo de la población, tiene que
estar desmoralizándolas, al comprobar que son falsas las expectativas creadas
por los medios de comunicación occidentales y de las monarquías del golfo, de
que su lucha no sería una guerra prolongada, ante el inminente final del régimen
de Al Asad.
Si bien, para los yihadistas,
el considerado anti-islámico régimen de Al Asad, es su enemigo principal, EEUU y
las monarquías del golfo también lo son, lo expresó claramente en febrero del
presente año el líder de Al Qaeda Ayman al Zawahiri: "los rebeldes en Siria
que buscan deponer al presidente Bashar Assad no pueden depender de la ayuda de
Occidente, Estados Unidos, Turquía y los ejecutivos corruptos de los países
árabes de la Liga Árabe”. Y aunque en Siria se apoyen mutuamente contra su
enemigo principal, la desmoralización que se puede estar gestando debido al
estancamiento de la guerra, se puede traducir en resentimiento al ver que están
siendo utilizados en una guerra donde, hasta ahora, solo están encontrando una
muerte segura, sin que la OTAN se atreva a intervenir y, si esta sospecha se
acentúa, la alianza de los yihadistas con Arabia Saudita y la OTAN puede
resquebrajarse, cesando el flujo de combatientes de Libia y otros países árabes
hacia Siria.
Los recientes acontecimientos
de Libia en los que la embajada de EEUU fue atacada en protesta por la difusión
de un video sobre la vida del Profeta Mahoma, blasfemo para los creyentes
musulmanes, en el que murió el embajador de EEUU, muestran por el tipo de ataque
con granadas, que en el mismo participaron yihadistas entrenados en su manejo,
lo que a su vez evidencia la fragilidad en la que se encuentra la alianza de
estos grupos con la OTAN y las monarquías árabes, optando, por lo menos un
sector de los yihadistas por volverse contra los que hasta ahora han venido
siendo sus patrocinadores en Siria y Libia. Según la publicación del diario ruso
Kommersant bajo el título, “La revolución Libia devora sus progenitores”
el ataque al consulado de Bengasi fue perpetrado por militantes de la agrupación Ansar
ash Sharia, una de las principales fuerza de ataque de la insurgencia
creadas durante la guerra civil en Libia, y que recibió importante ayuda de
países occidentales, entre ellos EEUU.
La amplitud de la protesta en
los países árabes, tampoco se puede pensar que responda a un movimiento
puramente espontáneo, los sectores más radicales han encontrado en el legítimo
enfado de los fieles musulmanes una oportunidad para atacar en todos los
frentes. El desconcierto de la ruptura de una alianza que parecía firme entre
yihadistas y EEUU en Libia lo reflejan las palabras de Hillary Clinton al
comentar lo sucedido: “¿cómo pudo
ocurrir? ¿Cómo pudo pasar en un país que ayudamos a liberar, en la ciudad que
ayudamos a salvar de la destrucción? Esto demuestra lo complejo y desconcertante
que puede llegar a ser el mundo”.
Pero lo desconcertante es que
EEUU todavía no se haya dado cuenta que está jugando con fuego al pretender
instrumentalizar inmoralmente a todos los que estén dispuestos a luchar para sus
fines, como fue en su momento en Libia o ahora en Siria, armando cuando le
interesa a jihadistas que desprecian la vida de civiles inocentes, y cuando
tienen oportunidad vuelven sus armas contra sus enemigos de todo signo. Lo
desconcertante es que Occidente no entienda que en un mundo globalizado, el
propio concepto liberal: la libertad de uno termina donde empieza la del otro
(art.
IV derechos del ciudadano 1789), debe ser razón suficiente para
que ningún Estado permita que en nombre de la libertad de expresión en un país,
se puedan herir los sentimientos religiosos de cientos de millones de personas
en otras partes del mundo. Occidente ha estado criticando a Rusia por el caso de
las Pussy Riot, porque, en el entendimiento de Occidente, parece ser que lo que
no es delito en Occidente no tiene porque serlo en Rusia, pero la realidad es
que en Rusia millones de fieles ortodoxos se sintieron ofendidos por la
utilización de una Iglesia para la publicidad política de las Pussy Riot,
incluso algunos feligreses llegaron a formar retenes para custodiar las iglesias
ante el llamamiento del grupo FEMEN de
profanarlas en protesta por la sentencia impuesta a las activistas de Pussy Riot.
Morsi presidente de Egipto ha calificado el video blasfemo sobre Mahoma como un
crimen contra la humanidad, mientras que para los “cruzados progresistas
occidentales” es una inocente muestra de la libertad de expresión ¿Dónde está el
término justo? La afirmación de Putin de que el
Estado debe proteger los sentimientos de los creyentes, es la mejor manera
de entender que la libertad de expresión de unos termina cuando millones de
personas pueden sentirse ofendidas en lo más profundo de sus creencias.
El drama del mundo árabe es
que no termina de conformar un pensamiento equilibrado entre la política y la
religión. La concepción retrograda de política y religión se muestra en las
monarquías árabes, pues cuanto más retrógrada, más se justifica la existencia de
las monarquías absolutistas del Antiguo Régimen, y más se desprecia la
democracia.
El mundo árabe tendrá que
encontrar el punto de equilibrio entre la religión y la democracia; entre la
democracia y el desarrollo socioeconómico inclusivo, y entre la soberanía y el
respeto a otras naciones. Tal vez, el nuevo presidente de Egipto esté intentando
encontrar ese punto, y si logra ese consenso con la sociedad será un ejemplo
para el resto de naciones árabes. Morsi está dando pasos importantes, en
política interna, al afirmar la autoridad de la democracia frente a los
militares y el inicio de políticas tendentes a un desarrollo socioeconómico
inclusivo; en política exterior, apunta a una diversificación de las relaciones
de Egipto entre los países emergentes y los desarrollados. Su propuesta de
creación de un grupo de contacto regional formado por Egipto, Turquía, Arabia
Saudita e Irán para facilitar una solución regional al conflicto en Siria, puede
ser una buena iniciativa, siempre y cuando solo se busque la pacificación de ese
país para que se abra un proceso político en el mismo para solucionar por la vía
del consenso las diferencias políticas de la sociedad en Siria.
No obstante, Morsi irá
demasiado lejos si pretende que el grupo de contacto decida por lo que
legítimamente solo le corresponde decidir a los sirios. La política exterior de
Egipto como de cualquier nación integrada en el Movimiento de los no Alineados,
debe ser respetuosa con los principios que rigen esa organización, en los que la
soberanía de las naciones es sagrada.
Morsi no pareció entenderlo
así en la cumbre del NOAL en
Teherán, al ignorar su responsabilidad como presidente saliente de respetar la
soberanía de las naciones presentes en la reunión, entrometiéndose, en una
desafortunada intervención, en la política de Siria, despreciando con ello
públicamente ante todos los presentes, representantes de más de cien naciones,
los principios del NOAL. Tal vez Morsi con esa intervención pretendió agradar a
EEUU, pero demostró no ser un político de sólidos principios comprometido con el
NOAL.