0/03/2015
NOTICIA.
El 28/03/2015, El secretario general de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU), Ban Ki-moon, rechazó las operaciones militares en Yemen
por parte de la coalición de países encabezada por Arabia Saudita
abogando por una solución diplomática a la crisis que azota el país.
Oriente Medio. La
inestabilidad como estatu quo
El
pasado mes de enero, Mansur Hadi, expresidente de Yemen, presentó su
renuncia al poder después de que su Gabinete encabezado por el primer
Ministro Jaled Bahah presentara su dimisión, Los houthis de confesión
Chiita mayoritarios en Yemen, representados en el movimiento Ansarolá,
tras aliarse con
expartidarios del anterior presidente Saleh
de confesión sunnita, no encontraron dificultades para hacerse con el
control de todo el país. Ante este cambio de la situación política en
Yemen, Mansur Hadi, en febrero se retractó de la dimisión presentada y
eligió la ciudad de Adén (sur), como sede de la cual tuvo que huir ante
el avance de la coalición liderada por Ansarolá refugiándose en Arabia
Saudita. Este país, con el apoyo del resto de las monarquías árabes de
la región, de Turquía y Egipto, encabezó una fuerza de ataque que inició
desde el 26 de marzo una serie de ofensivas aéreas contra las posiciones
militares yemenitas en un intento de restaurar en el poder al prófugo
presidente Abdu Rabu Mansur Hadi, estrecho aliado del régimen Saudita.
Por su parte Ansarolá, junto a las Fuerzas Armadas de Yemen, afirmaron
que habían logrado detener la ofensiva saudita causando varías decenas
de bajas a las tropas sauditas, habiendo posicionado unidades de
artillería en la región de Al-Buqa (noroeste) en la frontera con Arabia
Saudita.
EEUU y sus principales aliados de la OTAN manifestaron su apoyo a
la ofensiva saudita, mientras que Rusia y China e Irán abogan por una
solución negociada entre las fuerzas yemenitas sin intervenciones
militares foráneas. Esa misma postura sería la que defendería el
secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, el 28/03/2015. "Las
negociaciones, con la intermediación de mi enviado especial, Yamal
Benomar con el respaldo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
(CSNU), siguen siendo la única opción de evitar un conflicto largo,
eterno".
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La
agudización del conflicto en Yemen añade un punto más de inestabilidad a
la ya de por sí inestable región del Próximo y Medio Oriente por la
prolongada guerra en Siria, la Guerra en Irak, el vacío de poder
político en Líbano, y la guerra civil en Libia.
Los
factores que explican la inestabilidad histórica regional y las escasas
perspectivas de cambio de la situación provienen de los problemas
internos en cada nación pero sobre todo está determinada por una
política premeditada de Israel, EEUU, Gran Bretaña, Turquía y las
monarquías absolutistas del Golfo Pérsico de mantener
la inestabilidad como un estatu
quo de la región.
El
principal artífice de esta política destructiva es Israel que con una
población de poco más de ocho millones, en una región poblada por
decenas de millones de musulmanes, asocia su supervivencia como Estado a
su superioridad como potencia regional y, por ser un país de pequeñas
dimensiones, esta supremacía la consigue debilitando el resto de
naciones de la región, principalmente de aquellas que sus dirigentes no
aceptan su tutela y la de EEUU.
Israel
se creo en la región desplazando a los palestinos de su territorio
secular. Bajo las premisas políticas de sus fundadores sionistas y
sucesivos gobiernos de considerarse un pueblo superior, a los pueblos
que le rodean solo les ha dejado la opción de subordinarse a sus
políticas regionales o la guerra. Israel tras varías décadas de
existencia lejos de haber evolucionado hacia un integración regional de
convivencia pacífica propiciando la formación de un Estado palestino
soberano sigue apostando como se ha visto en las pasadas elecciones por
la lógica de la confrontación que le lleva a seguir con la política de
la desestabilización regional para mantener un entorno de naciones
débiles o subordinadas.
Arabia
Saudita, regida por la dinastía monárquica de los Saud, no se puede
considerar propiamente una nación sino un país del Antiguo Régimen donde
la soberanía descansa en el Rey y todos los recursos del país pertenecen
a la monarquía, sus habitantes no son ciudadanos sino súbditos que
carecen de derechos políticos y por ello no existen elecciones. Este
régimen absolutista tiene como finalidad de su política su perpetuación,
y la misma descansa en dos pilares fundamentales: 1º los enormes
recursos en petrodólares que parte de ellos son “generosamente”
distribuidos entre la población para que no cuestionen la política
dictatorial de sus dirigentes, y 2º, al igual que Israel, en promover la
debilidad política de las naciones y movimientos políticos que pudieran
cuestionar su retrógrado régimen, principalmente de las naciones con
regímenes laicos surgidos tras los procesos de descolonización como
Siria, y en el pasado en Irak y Libia, o la de sus opositores
confesionales como Irán y los movimientos chiítas en Líbano, Siria,
Irak, Yemen y Bahrein.
Desde
fuera de la región, a EEUU y a las antiguas potencias coloniales
(Francia y Gran Bretaña), les interesa que los países con recursos
petroleros estén gobernados por gobiernos títeres de su confianza y, por
ello, en aquellos países que sus dirigentes no se subordinan a sus
políticas también quieren debilitarlos.
Egipto,
que en su día fue el país que pretendió liderar a las naciones árabes
bajo la promoción del panarabismo ha ido quedando relegado como potencia
regional debido a la renuncia progresiva de sus dirigentes de crear un
renacimiento árabe sustentado en naciones soberanas de estados laicos,
habiéndose convertido en la actualidad en una nación gobernada por
dirigentes tutelados por Arabia Saudita, país que apoyo a Al-Sisi en su
golpe de Estado contra los Hermanos Musulmanes con la promesa de
inversiones millonarias en Egipto.
Turquía,
de la mano de sus actuales dirigentes está intentando revivir parte de
la influencia del antiguo Imperio Otomano, pretendiendo tutelar a Siria
e Irak para tener acceso a sus recursos energéticos, lo que le sitúa
también en la política de desestabilizar estos países como forma de
ganar influencia.
Todos
estos actores, cada uno con sus intereses particulares, se alían para
acabar con los restos del panarabismo que pretendió resistirse a la
hegemonía israelita y estadounidense, y para debilitar a Irán como
potencia regional emergente, atacando principalmente a sus aliados
regionales, en Siria, Irak y ahora Yemen.
Irán es
una potencia regional que se ha construido a si misma, su política
exterior se basa en ayudar a sus aliados si estos son atacados, pero su
política exterior sigue la línea histórica de los últimos doscientos
años de no intervención directa fuera de sus fronteras. Su ascenso como
potencia regional, a pesar de las sanciones impuestas por Occidente, la
ha conseguido con su propio esfuerzo gracias a su desarrollo científico
técnico que la ha convertido en la nación de la región del Oriente Medio
más evolucionada en esta materia, y también debido a la fortaleza de su
régimen político que armoniza su tradición religiosa con un sistema
político republicano que otorga el derecho a sus ciudadanos de elegir
sus representantes políticos.
Para las
fuerzas interesadas en promover la desestabilización regional, los
principios de no injerencia en los asuntos internos de otros países o el
respeto a la soberanía de las naciones carecen de sentido, si en algún
lugar de mundo la ONU es puramente testimonial es en la región del
Próximo y Medio Oriente. Paradójicamente, Irán, la nación que más se
atiene a los principios de la ONU de no vulneración de las fronteras de
otros países es la que está sufriendo las sanciones por un pretendido
programa de armas nucleares que ya se ha demostrado inexistente por la OIEA,
al igual que en su día lo fueron las armas de destrucción masiva en
Irak.
En la
política de desestabilización regional operan principalmente los
servicios secretos de Israel, EEUU y Arabia Saudita, pero lo hacen sobre
un caldo de cultivo muy propicio: el alimento de las tensiones sectarias
entre grupos confesionales, que las han instrumentalizado con la
finalidad de acabar con los regímenes opuestos a la hegemonía de EEUU e
Israel. En el caso de Siria y Libia con la promoción del terrorismo como
forma de insurgencia apoyando a los denominados “rebeldes”, unos
insurgentes que cambiaron de bando para constituirse en un Califato
terrorista en territorios de Irak y Siria, y dividir dramáticamente a
Libia.
Una vez
que los regímenes laicos caen que queda: la barbarie yihadista. Los
regímenes laicos derrocados por perversos que fueran respetaban las
religiones, pero ahora los nuevos bárbaros fundamentalistas alimentados
por la frustración de ver que la grandeza islámica del medievo ha
quedado destrozada por la modernidad occidental se aferran a las
tradiciones medievales. Los promotores de la desestabilización han visto
que sus políticas han tenido efectos no deseados, pero no por ello
tienen intención de volver a los principios de la ONU de respeto entre
naciones, y tras sus intervenciones en Irak, Siria y Libia, ahora le ha
tocado el turno a Yemen.
No
existe esperanza a corto plazo para las maltratadas naciones y pueblos
árabes, porque su fracaso es el triunfo de los poderosos representados
principalmente por las élites políticas de Arabia Saudita, Israel y EEUU.
La historia demuestra que sin paz no puede haber prosperidad, y es de
esperar que deberá llegar el día que las mayorías sociales árabes se
miren en el espejo de otras regiones del mundo que gracias a la paz
pueden construir su desarrollo y acaben con todos aquellos que enarbolan
las banderas del odio entre confesiones por encima de la fraternidad.