En el mes de agosto del 2021, Afganistán ha puesto fin a la guerra de veinte
años (2001-2021) de la OTAN en ese país. El nuevo poder de los talibanes en
Kabul, tras el anuncio del final de la guerra declaró una amnistía extensiva a
todos los afganos.
En una entrevista exclusiva con la cadena paquistaní Geo News, el líder talibán,
Jalil Rahman Haqani, manifestó el 22/08/2021, que el presidente fugitivo Ashraf
Qani, el vicepresidente Amrulá Saleh, así como el ex-asesor de seguridad
nacional, Hamdulá Mohib si quieren pueden volver al país. También, instó a los
afganos que buscan huir del país a que no lo hagan, puesto que el gobierno no va
a tomar ninguna medida de represalia contra ningún afgano, afirmando que “los
tayikos, baluchis, hazaras y pashtunes son todos hermanos de talibanes”,
prometiendo seguridad a todas las tribus afganas.
En la actualidad el movimiento talibán es muy diferente del que gobernó
Afganistán entre 1996 y el 2001, sus llamamientos a la reconciliación entre
todas las etnias afganas está orientado a establecer una paz duradera que
garantice la reconstrucción soberana del país tras la guerra. Ello implica
ganarse la confianza de la naciones vecinas, y principalmente de Rusia, China e
Irán, cuestión que solo será posible con acciones prácticas que demuestren su
voluntad de ser un movimiento pacífico contrario a toda forma de terrorismo y
comprometido con el bienestar de su población, lo que llevará su tiempo.
Afganistán tras un largo periplo de casi dos siglos de invasiones 1839-2021 ha
sido en la Historia Contemporánea la nación que durante mayor periodo de
tiempo ha sido invadida. Tras la expulsión de las fuerzas de la OTAN, es muy
posible que esta atormentada nación haya puesto fin a su historia de invasiones.
Invasiones de Afganistán en la Historia Contemporánea
Afganistán fue ocupada por Gran Bretaña varias veces entre 1839 y 1919, año en
la que declaró su independencia. Mantuvo un régimen monárquico hasta 1973, fecha
en la que se estableció la República de Afganistán. En 1978, la Revolución de
Saur de inspiración soviética estableció la República Democrática de Afganistán.
La intervención de la Unión Soviética en apoyo del gobierno dio inicio a la
guerra de Afganistán (1978-1989), contra la guerrilla islámica, que recibió el
apoyo de Estados Unidos, Arabia Saudita, Pakistán y otras naciones occidentales
y musulmanas. Los soviéticos se retiraron en 1989, pero la guerra civil
prosiguió hasta que en 1996, los talibanes establecieron el Emirato Islámico de
Afganistán.
En 2001, en reacción a los atentados del 11 de septiembre de 2001, una coalición
internacional de la OTAN liderada por Estados Unidos invadió el país, derrocó a
los talibanes y colocó en el poder a un nuevo gobierno, dando lugar a una nueva
guerra de los talibanes contra las fuerzas ocupantes. En el año 2020, EEUU, el
gobierno prooccidental afgano y los talibanes, que controlaban más de la mitad
del territorio de Afganistán, iniciaron negociaciones con el fin de poner fin a
la guerra, que concluyeron con la retirada de las fuerzas de la OTAN, y el
ascenso de nuevo al poder de los talibanes en agosto del 2021.
El final de los imperialismos militares
A finales del siglo XX, tras la desaparición de la URSS, los estrategas
estadounidenses, entendieron que sin oponente militar era el momento de lanzarse
a regir los destinos del Mundo desde la nación que se había constituido en el
Centro del sistema político y económico mundial: Estados Unidos.
Tras el atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York el 11S del
2001, el gobierno de Estados Unidos diseñó un Plan mundial por el que se
magnificaba la amenaza terrorista, con ello, se tenía el pretexto para formular
la política del ataque preventivo, “atacar para evitar se atacado”.
El primer objetivo fue Afganistán. Se derrocó al gobierno de los talibanes. Eso
animó a los estrategas de EEUU a seguir adelante en su política de instaurar un
mundo unipolar bajo la égida de Estados Unidos. La invasión de Irak en el año
2003 al margen de la ONU montada sobre la mentira de que el régimen iraquí tenía
armas de destrucción masiva para su uso contra EEUU o sus aliados, servía al
propósito de la guerra preventiva, así como para crear una alianza de países que
funcionarían dejando de lado a la ONU y bajo la dirección de Estados Unidos. El
éxito de esa guerra garantizaba el éxito de esa nueva alianza de naciones.
La invasión fue todo un éxito, mas cuando parecía inevitable que este plan
funcionara, comenzó poco a poco a desmoronarse. Diferentes naciones se
resistieron a aceptar la nueva política de hechos consumados de EEUU, pero por
encima de esas objeciones a la invasión, lo que hizo inviable la misma, fue la
constatación como una verdad histórica inconmovible: “que la época histórica de
los Imperios coloniales con presencia militar y administración del invasor en
territorio ocupado había pasado”.
Las guerras de independencia contra los últimos imperios coloniales francés y
británico estaban aun calientes en la memoria de quienes habían luchado contra
ellos. No importaba que esta vez la ideología que encabezaba la resistencia al
nuevo imperialismo militar estadounidense no estuviera inspirada en principios
laicos, sino religiosos, el resultado era el mismo, una fiera resistencia al
invasor. Como en Vietnam el guión parecía también escrito, la ocupación se
ganaba pero la guerra se perdía.
La humillante derrota de EEUU en Afganistán en agosto del 2021 por un pueblo de
campesinos y pastores tras veinte años de ocupación de esa nación por el
ejército y la alianza militar más poderosa de la historia (OTAN), ha vuelto a
dejar claro que la pretensión de EEUU de cambiar el estatus mundial por la
fuerza de las armas, no puede imponerse a determinados valores alcanzados por
la mayoría de las sociedades del mundo forjados a lo largo de la historia
contemporánea. Esos valores tienen que ver con la asunción colectiva de las
“soberanías nacionales” como marco de decisión política, que propiciaron la
descolonización, y ante las cuales, las ambiciones imperialistas sucumben.
El imperialismo como método de expansión militar en el siglo XXI, tras la guerra
de Irak y el final de la ocupación militar por la OTAN de Afganistán durante
veinte años ha venido a ratificar esa realidad histórica. Pero no solo ha muerto
el imperialismo militar de EEUU sino de todos los potenciales imperialismos
militares, porque cualquier experiencia similar está de antemano condenada ya a
su derrota.
A su vez, el concepto de guerra ofensiva relámpago
como método expansionista ha quedado obsoleto, porque el rápido triunfo militar
de la ocupación no garantiza a la postre el éxito de la contienda en
la guerra prolongada y, además, produce la
pérdida de la influencia política del agresor. Afganistán representa una confirmación de esta realidad, pues EEUU no solo ha perdido la guerra
sino también la influencia sobre ese país.
Un nuevo paradigma en las relaciones internacionales
En este nuevo escenario mundial en el que las políticas de agresión militar han
sufrido un duro revés, la humanidad y las naciones se enfrentan al desafío de
lograr un nuevo paradigma universal que reemplace el
imperialismo militar y el neo-imperialismo
económico por otro basado en el respeto a la soberanía de las naciones y
la colaboración para el beneficio mutuo.
La voluntad transformadora que impulsa los cambios globales precisa de ese nuevo
paradigma universal porque los desheredados de la tierra quieren salir de su
situación de pobreza y la humanidad se enfrenta a problemas como el cambio
climático, la malnutrición, las enfermedades y el analfabetismo, problemas que
necesitan de soluciones globales.
El recorrido histórico de más de dos siglos ha desbrozado lo verdadero de lo
falso en el avance de la civilización humana. Lo falso ha sido que la verdad de
unos no se puede imponer por la fuerza de las armas a otros, pretexto bajo el
que actuaron los imperios coloniales europeos, el imperialismo de EEUU y el de
la antigua URSS. Lo verdadero es que el género humano ha extraído de ese camino
de dolor, la experiencia de que solo es posible avanzar desde el diálogo, el
respeto y el entendimiento entre el mosaico de naciones surgidas desde el siglo
XVIII tras un doloroso parto de guerras, y lo verdadero es también que el ritmo
de los cambios políticos y sociales lo deben marcar los propios ciudadanos de
cada nación.
Una nueva realidad política comienza a abrirse camino con el declive de la
cultura imperialista Occidental: la formación de un mundo multipolar basado en
el acuerdo entre potencias en unas relaciones entre iguales. Por otra parte, los
países que no son “polo” también están interesados en que se desarrolle un mundo
multipolar porque les permite establecer sus relaciones internacionales
preferentes en libre competencia, en lugar de depender exclusivamente de
Occidente.
El enemigo número uno para llevar adelante esas transformaciones sigue siendo la
vigencia de la concepción retrógrada de sacar beneficio unilateral de unas
naciones a costa de otras, presente en las sociedades que su grado de bienestar
ha alcanzado un alto desarrollo, pues entienden que los postulados políticos
universales pueden perjudicar su estatus.
Serán pues los países o regiones del mundo más poblados y emergentes económica y
políticamente los más interesados en un proceso integrador, y por ello son
quienes están llamados a liderar esta iniciativa. El avance económico y
diplomático en el escenario mundial de estas naciones es lo que puede hacer que
los viejos imperios occidentales abandonen el neo-imperialismo económico y se
inclinen hacia una política sincera de colaboración entre naciones.
En el actual momento histórico, la integración política y económica mundial
vendrá determinada en gran medida por la relación entre Occidente y Oriente.