19/03/2018
NOTICIA. Con una participación del 67% de los 108
millones de electores rusos convocados a las urnas, Vladimir Putin obtuvo el 76%
de los votos.
Transformaciones en la reciente historia de Rusia
El 18/03/2018, Vladimir Putin ganó de nuevo la
presidencia de Rusia al obtener un 76% de los votos, seguido del candidato del
Partido Comunista, Pável Grudinin, quien obtuvo el 12 %.
Las elecciones presidenciales rusas han estado
marcadas por las sanciones económicas de las potencias occidentales de los
últimos años a Rusia, y por la participación de Crimea en las elecciones como
territorio ruso.
Tras las vicisitudes a las que ha estado
sometida Rusia por la política de sanciones occidentales, la victoria de
Vladimir Putin en la elecciones del 18/03/2018, es una confirmación de que Rusia
continuará en el camino que le ha hecho fuerte e independiente estos últimos
años.
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Desde la desaparición de la URSS, Rusia ha
tenido tres periodos claramente marcados. 1º. El comprendido entre 1991 y el
2000, caracterizado por una privatización salvaje de la economía estatalizada.
2º. El periodo del 2000 al 2014, en el que Rusia comienza a reorganizarse como
nación soberana, se abre al mundo exterior con su ingreso en la OMC, y aspira a
un entendimiento con las potencias del G7, pasando a ingresar el G8. 3º. El
periodo del 2104 al 2018, en el que Rusia tras la crisis de Ucrania, se aleja de
las potencias occidentales afrontando duras sanciones económicas.
Ahora tras la victoria de Vladimir Putin en las
elecciones presidenciales, Rusia se adentra en una nueva época en la que las
posibilidades de llegar a una distensión con Occidente se encuentran estancadas
y se orienta a un renacimiento como nación basándose principalmente en sus
propios recursos materiales y humanos.
En el primer periodo (1991-2000), los
principales beneficiarios de la nueva Rusia fueron una clase de funcionarios y
oligarcas apátridas de la extinta URSS que fueron el principal ariete para su
demolición y así poder legalizar sus negocios en la sombra y controlar los
recursos naturales de Rusia. Los políticos más aplaudidos por Occidente como
Mijail Gorbachov (1985-1990) y Boris Yeltsin (1991-1999), fueron los
representantes de esta clase social. Ambos mandatarios, lejos de emprender un
proceso de transición reformista que hubiera introducido a Rusia ordenadamente a
la economía de mercado preservando los logros sociales de la URSS, fueron
quienes en política interior sumieron a Rusia en un proceso caótico de
destrucción de sus instituciones políticas y sociales dejando al país al borde
de la desmembración en diferentes repúblicas. En política exterior
protagonizaron una claudicación ante las potencias de la OTAN, comparable a la
capitulación de Alemania tras las dos Guerras Mundiales, sin que los adversarios
de Rusia hubieran hecho méritos para ello. Boris Yeltsin, líder de la nueva Rusia, se contentaría con unas vagas promesas
de la OTAN de preservar el estatus de neutralidad de los países del este europeo
que habían formado parte de a URSS, cuando lo propio de cualquier gobernante
hubiera sido la implementación de tratados para garantizar la legalidad de estas
promesas. Bajo estos gobernantes, todo parecía responder a la improvisación lo
cual mantenía un estado de confusión política en la ciudadanía buscado por
Occidente para debilitar a Rusia. Boris Yeltsin, en la década de los noventa, en
sus dos mandatos como presidente de Rusia representó los intereses de la nueva
oligarquía apátrida rusa que aspiraba a incorporarse a los centros de poder
económicos y financieros occidentales, mientras Rusia naufragaba como nación y
la población experimentaba un retroceso en sus condiciones de vida que se
reflejaría en el drástico descenso de la expectativa de vida que pasaría de los
72 años en la URSS a 65 en la nueva Rusia.
Los estrategas occidentales temerosos de que
surgiera un movimiento patriótico en Rusia que le hiciera renacer de nuevo de
sus cenizas como ya lo había hecho en otros momentos de su historia, abogaban por
la división de Rusia, pero este propósito no llegaría a materializarse porque el
ave Fénix del renacimiento nacional de Rusia llegaría antes que los planes de la
OTAN.
El segundo periodo de la nueva Rusia
(2000-2014) comenzaría con el ascenso a la presidencia de Rusia de Vladimir
Putin en dos ocasiones (2000 - 2004 - 2008), primero como candidato
independiente y posteriormente bajo los auspicios del movimiento político Rusia
Unida, desde entonces el rumbo de Rusia comenzó a cambiar. Las nuevas fuerzas
políticas de Rusia pondrían fin al dominio económico de los millonarios
apátridas rusos. Los recursos de materias primas y de combustibles fósiles
pasarían a estar gestionados por el Estado o por empresarios patrióticos. Rusia
Unida actuaría como el nexo entre estas nuevas clases empresariales con las
clases medias.
Entre los años 2008 al 2012, la presidencia de
la nación recaería en Dmitri Medvédev, y en el año 2012 de nuevo Vladimir Putin
alcanzaría la Presidencia. El objetivo de la recomposición interna de Rusia y el
encaje de su economía en la economía mundial después de haber permanecido la
mayor parte del siglo XX desconexionada de los principales países desarrollados
y mercados mundiales, implicaba un acercamiento a las potencias del G7, pero a
su vez, Rusia no estaba dispuesta a pagar el peaje de los dramáticos años
noventa por su inserción en la economía mundial; su independencia como nación y
su estatus como potencia mundial con derecho a veto en el Consejo de Seguridad
de la ONU se había convertido en la cuestión principal. En este periodo Rusia
ingresa en la OMC (2012), y se une al foro del G-7, pasando este foro a
constituirse en el G7+1, o G8.
Sin embargo, para las potencias del G7
lideradas por EEUU, el renacimiento de una Rusia independiente no resultaba de
su interés. La estrategia de la dominación global de las potencias
liberales se había cumplido en gran medida tras la desaparición de la URSS, y no
estaban dispuestas a establecer unas relaciones de equidad con una Rusia
emergente e independiente, su objetivo seguía siendo el derribo de Rusia como
nación, y la expansión de la OTAN hacia las fronteras de Rusia formaba parte de
esa estrategia.
El Tercer periodo (2014-2018) ha venido marcado
por una tensa relación entre Rusia y las potencias occidentales. En el año 2014
estas potencias consideraron que un cambio de régimen en Ucrania contribuiría
decisivamente a estrechar el cerco a Rusia, pues con ello se habría la puerta a
que la principal base naval de Rusia ubicada en Crimea que le da acceso al Mar
Negro y al Mediterráneo pudiera pasar a estar controlada por la OTAN.
El golpe de Estado del 23/02/2014 en Ucrania
con la destitución inconstitucional del presidente Víctor Yanukóvich, y la
elección por los diputados de Alexander Turchínov como nuevo presidente,
determinaría un cambio radical en las relaciones entre las potencias
occidentales y Rusia. El golpe de Estado derivaría en una guerra civil en
Ucrania entre Kiev y las regiones del Donbass que no reconocieron a las nuevas
autoridades golpistas ucranianas. Tampoco lo haría Crimea quien primero se
separaría de Ucrania y posteriormente pediría su incorporación a Rusia a la que
había pertenecido secularmente, decisión que fue aprobada por una abrumadora
mayoría del 91% en el referéndum celebrado al afecto el 16/03/2014.
La frustración de las potencias de la OTAN por
la vuelta de Crimea a Rusia, les llevaría a implementar una serie de sanciones
contra Rusia destinadas a erosionar su economía, a su vez, emprendieron una
sostenida campaña de tergiversación mediática de los acontecimientos acaecidos
en Ucrania como propaganda dirigida a su propia ciudadanía para justificar la
confrontación con Rusia.
En su pretensión, la política de sanciones, la
manipulación mediática sobre Ucrania y el despliegue de fuerzas de la OTAN en
las fronteras de Rusia, pretendía la claudicación de Rusia, pero no ha sido así.
La rendición nunca ha formado parte del alma del pueblo ruso. Históricamente el
efecto que ha tenido en el pueblo ruso la confrontación entre Rusia y Occidente
ha sido el de reafirmar su unidad y su carácter patriótico; la historia
contemporánea tiene ejemplos elocuentes, como fue la guerra contra las fuerzas
invasoras napoleónicas y la lucha de la URSS contra la Alemania Nazi.
La debilidad política de los años noventa en la
que se sumió Rusia tras la desaparición de la URSS no fue principalmente debido
a la confrontación con Occidente sino porque el enemigo de Rusia se gestó dentro
de sus fronteras con la traición de oligarcas apátridas y políticos afines en
colusión con los intereses políticos de los poderes financieros occidentales.
La confrontación desatada por las potencias de
la OTAN contra Rusia desde el año 2014, ha sido percibida por la mayoría del
pueblo ruso no solamente como una agresión sino como una agresión injusta por
estar cargada de mentiras y acusaciones falsas de lo acontecido en esos años en
Ucrania.
Para Rusia, entre la elección de ser una
potencia soberana o una nación subordinada, la decisión ha sido clara, la
independencia como nación debe prevalecer. Vladimir Putin, llegaría a afirmar al
respecto que la vía escogida por Alemania de subordinarse a EEUU no era un
modelo a seguir en Rusia.
A pesar de los llamamientos de los dirigentes
rusos a un restablecimiento cordial de las relaciones, la confrontación con
Occidente se ha ido tornando en irreversible, lo que ha situado a Rusia en la
tesitura de ir cambiando sus prioridades estratégicas tanto en política interna
como exterior. Desde el año 2014 Rusia ha pasado a promocionar sus capacidades
internas que en un país tan extenso como Rusia, con abundantes materias primas y
mano de obra altamente cualificada, son muchas. Rusia se ha convertido en este
periodo en el líder mundial de producción de cereales; se está incorporando
exitosamente a la nueva revolución tecnológica digital, y ha conseguido que su
PIB resentido por las sanciones se haya situado en la senda del crecimiento,
habiendo cerrado el año 2017 con un incremento del 1,5%. En el terreno militar,
ha dado un salto importante en la reorganización de su ejército y desarrollado
nuevas armas defensivas y ofensivas sin parangón en el mundo, que le han
permitido reinstaurar su capacidad disuasoria frente a una posible agresión de
la OTAN.
Durante el periodo de la URSS, la política
exterior rusa se basó en áreas de influencia exclusivas regidas desde Moscú.
Esta política llevaría a China en los años sesenta del pasado siglo a
enfrentarse a la URSS, a su vez en los países del este europeo bajo el Pacto de
Varsovia se iría gestando un creciente descontento hacia la tutela de Moscú.
Después de la URSS, Rusia abandonó esta política, y se comprometió con una
política basada en el respeto mutuo entre naciones y la defensa del derecho
internacional establecido en la carta de las Naciones Unidas. Este cambio,
permitiría poner fin a los contenciosos fronterizos con China. Sin embargo, la
desconfianza en los países del este europeo hacia Moscú no terminó de superarse,
y la misma fue instrumentalizada por la OTAN para influir en el viraje de estas
naciones hacia su inclusión en la UE y la OTAN.
Ello ha determinado que los socios más
confiables en el área internacional se encuentren entre las naciones asiáticas
fronterizas con Rusia y en Latinoamérica por la desconfianza histórica en esta
región respecto de EEUU. En el Oriente Medio, Rusia ha vuelto ha desempeñarse
como una potencia mundial. Su intervención militar aérea en la guerra de Siria a
petición del gobierno de esa Nación, ha contribuido decisivamente a la derrota
del Estado Islámico, y la victoria ante el resto de grupos terroristas se
vislumbra ya en el horizonte.
En el ámbito económico, Rusia, debido a su
pasado bajo la URRS con una economía alejada de los mercados occidentales,
perdió su oportunidad histórica de acceso a los mismos en materia de productos
manufacturados. Sin embargo, la economía mundial está transformándose
rápidamente por la emergencia de China que está cambiando el centro económico
mundial de Occidente a Oriente. En este nuevo escenario, la inserción de la
economía rusa en la economía mundial, más allá de su industria petrolera y gasística, tendrá que realizarla orientándola a los nuevos países emergentes.
La actual estrategia de la dominación
mundial liderada por Occidente y justificada en su autoarrogada
excepcionalidad para regir los destinos del mundo, choca frontalmente con la
voluntad de Rusia de fortalecerse como nación independiente, y en política
exterior, tanto a Rusia como a las potencias emergentes con vocación soberana,
solamente les queda la opción de unirse en la construcción de un nuevo marco de
relaciones internacionales basado en la colaboración.
El fortalecimiento de esta corriente de la que
Rusia es ya uno de sus pilares fundamentales puede hacer que la cultura secular
de la dominación global sea relegada, dando paso a una civilización
global de unión de todas las naciones en un destino común compartido en
favor de los intereses de todos los pueblos del mundo.