12/12/2016
NOTICIA.
El 11/12/2016, el presidente electo estadounidense Donald Trump calificó
de "ridícula" la evaluación de la CIA sobre la intromisión de hackers
rusos en la campaña electoral de EEUU.
Intrigas internas en la administración estadounidense
Durante la campaña electoral a las elecciones presidenciales de EEUU del
08/11/2016, el entonces candidato republicano, Donald Trump, fue
reiteradamente acusado por su oponente demócrata, Hillary Clinton, de
simpatizar con Rusia. Esta acusación sin pruebas fundamentadas formó
parte de la estrategia electoral de los demócratas de anteponer la
denigración del candidato republicano a la difusión de sus propuestas
políticas. En esta estrategia, el partido demócrata contaría con el
apoyo de la mayoría de los medios de comunicación occidentales.
Sin
embargo, los resultados obtenidos por Donald Trump en el colegio de
compromisarios electorales fue aplastante, 306 electores fueron elegidos
para votar al candidato republicano contra 232 por la candidata
demócrata. Una diferencia que mostró la voluntad de cambio de
la mayoría de los Estados de la Unión a pesar de que en los Estados más
poblados se impusiera, Hillary Clinton, superando en voto popular a su
oponente, Donald Trump.
La
victoria de Donald Trump, reveló la limitada influencia de los medios de
comunicación en la conformación de la opinión política en la mayoría de
la sociedad estadounidense, no parecía creíble que Donald Trump, con un
presupuesto menor de campaña electoral y con la mayoría de los medios de
comunicación en su contra se impusiera a la candidata demócrata.
El
partido demócrata lejos de asumir su derrota electoral como resultado de
errores propios, se ha mantenido en la tesis de la existencia de una
conspiración rusa para impedir la victoria de Hillary Clinton. Los
grandes medios de comunicación occidentales incapaces también de aceptar
su pérdida de credibilidad en la campaña electoral, siguen dando crédito
también a estas teorías conspirativas.
Con
el paso del tiempo, la tesis conspirativa ha ido perdiendo vigencia e
interés en la opinión pública, pero sorprendentemente, de nuevo, ha
vuelto a escena con una serie de acontecimientos concatenados: el
09/12/2016 el presidente Barack Obama, ordenó a las agencias de
inteligencia realizar una revisión exhaustiva de los ataques
cibernéticos contra el proceso electoral en el país poniendo en el punto
de mira a Rusia; el 10/12/2016, el diario The Washington Post, informaba
que la CIA había llegado a la conclusión de que Rusia intervino en el
proceso electoral estadounidense con el objetivo expreso de ayudar al
candidato republicano; el 11/12/2016, el presidente electo Donald Trump
calificaba de "ridícula" la evaluación de la CIA sobre los hackers
rusos, minusvalorando el trabajo de esta agencia.
Rusia, ha negado toda injerencia en la campaña electoral, pero aun en el
caso de que hubieran existido intentos por parte de agentes externos de
favorecer en la redes sociales la candidatura de Donald Trump, resulta
del todo inverosímil que tal campaña pudiera eclipsar la campaña
electoral del partido demócrata sustentada en un mayor gasto electoral
que el del partido republicano y en el incondicional apoyo a Hillary
Clinton de la inmensa mayoría de los medios de comunicación
occidentales.
La
consideración de que una intromisión extranjera ha sido decisiva en la
victoria de Donald Trump resulta pueril y, tal vez, ese fue el error del
partido demócrata, subestimar en la mayoría del electorado
estadounidense la capacidad intelectual de discernimiento entre su
propia experiencia de la realidad y la ofrecida mediáticamente, lo que
indujo a los demócratas a basar su campaña electoral principalmente en
descalificaciones y teorías conspirativas.
Ahora, a escasos días de la reunión del colegio electoral para la
elección oficial del presidente de la nación, la insistencia del partido
demócrata en seguir cuestionando la transparencia de la victoria de
Donald Trump tiene un carácter desestabilizador y constituye un elemento
de presión a los compromisarios electorales republicanos y a la política
de designación por Donald Trump de los miembros para el nuevo gobierno
de la nación particularmente al del puesto de secretario de Estado para
asuntos exteriores por su relevancia en la política hacia Rusia; por
otra parte, la deslegitimación del partido demócrata al nuevo
presidente revela las profundas divisiones de la sociedad estadounidense
y el interés de sectores de la élite financiera política y mediática
perdedoras de la contienda electoral por mantener la fractura social
como elemento de contención de las políticas anunciadas por Donald Trump
favorables a aumentar el proteccionismo económico y promover la
colaboración con Rusia.
Las
diferencias que dividen al poder estadounidense se han venido fraguando
durante todo el periodo de la presidencia de Barack Obama. La pérdida de
influencia de EEUU en la marcha de la economía mundial por la irrupción
de China en el escenario económico internacional, y las fallidas
políticas de la actual administración estadounidense en Oriente Medio
que le ha sumido en un pantano de difícil salida, han sido las causas
que han acentuado las contradicciones internas en el seno de la clase
dirigente estadounidense.
En
el lado de mantener la trayectoria económica de los últimos años y
continuar la política actual de sanciones contra Rusia,
se sitúan un sector de políticos republicanos opuestos a Donald Trump y
la actual dirigencia del partido demócrata con estrechas relaciones con
el sector financiero y muy unida el conocido especulador George Soros. En el lado de reorientar la política económica y
de revisar la actual geopolítica estadounidense se sitúa el partido
republicano con Donald Trump al frente, vinculado al sector industrial
tradicional representado en el Dow Jones, partidario de una mayor protección de sus industrias y
opuesto a que sea la clase financiera partidaria de la globalización
quien marque el rumbo económico del país.
En
la marcha de la economía global, la actual administración de EEUU ha
venido desarrollando una estrategia para conformar espacio geoeconómicos
de libre comercio de los que estaría excluido China, esta estrategia
tiene sus dos pilares fundamentales en los tratados de libre comercio
TTP y TTIP. La administración entrante se orienta a una estrategia de
tratados bilaterales de EEUU con diferentes naciones y la aplicación de
medidas proteccionistas para estimular la industria en territorio
estadounidense. En el fondo de la cuestión, lo que se dirime en ambas
políticas es la forma de hacer frente al auge económico de China, en la
política demócrata a través de la promoción de áreas de influencia
exclusiva, y en la republicana de políticas proteccionistas.
Las
diferencias en el seno de la élite estadounidense respecto a Rusia
tienen que ver también con la relación que debe mantener EEUU respecto
de China. La actual administración favorable a la conformación de áreas
de influencia económicas exclusivas pretende a su vez debilitar el
surgimiento de áreas que por su situación geográfica no puede jugar con
ventaja. La autoexclusión de EEUU del Banco Asiático de Inversión en
Infraestructura (BAII), fundado a iniciativa de China y que pretende la
conectividad del espacio euroasiático es una muestra de ello, pero el
principal temor de EEUU es a la posibilidad de que surgiera un espacio
económico que uniese Alemania y Rusia pues sobre esas dos naciones más
China se conformaría un espacio terrestre desde Lisboa hasta la costa
Oriental de Rusia y China del que EEUU por su situación geográfica
quedaría relegado, y para evitar tal escenario, EEUU debe priorizar la
conformación de los espacios oceánicos que unan las costas del Atlántico
TTIP y las costas del Pacífico TTP, quedando EEUU en el centro de ambos.
En la visión de la administración entrante, esta estrategia de tratados
para contener económicamente a China no tiene capacidad de prosperar
mientras predomine el libre comercio bajo los auspicios de la OMC y, por
ello, la creciente competitividad de China en productos manufacturados
solamente es posible hacerle frente con: 1. medidas proteccionistas; 2.
la reubicación de nuevo de las empresas en EEUU, y 3. el debilitamiento
de la alianza de Rusia con China, con el fin de situar a Rusia dentro
del ámbito occidental.
En
esta visión, resulta paradójico que el mismo partido republicano que en
los años setenta del siglo pasado, aprovechando el enfrentamiento
existente entonces entre China y la URSS, estableció relaciones con
China con el propósito de situarla del lado estadounidense frente a la
URSS, ahora pretenda justo lo contrario, situar a Rusia al lado de EEUU
para debilitar a China. Una pretensión que tampoco tiene posibilidades
de prosperar, pues Rusia ya no se rige como la antigua URSS por
criterios imperiales de dominio global, sino lo que pretende es llevarse
bien con todas la naciones del mundo incluida China y EEUU, además China
representa para Rusia un socio imprescindible tanto económica como
políticamente con quien comparte membresía en la Organización de
Cooperación de Shangai (OCS).
EEUU
se encuentra en una tesitura en la que debiera pensar en que no es
posible continuar la marcha de la historia con el mismo poder de
superpotencia única que adquirió tras el fin de la URSS. El hecho de que
otras naciones como China, India, y Rusia vayan ganando protagonismo
internacional es un proceso lógico que nace de la propia modernización
de esas naciones y de la interconexión económica mundial. La solución de
las diferencias mediante el diálogo basado en el respeto a los intereses
de cada parte es la mejor opción, los caminos de la confrontación
solamente conducen a que todas las partes implicadas pierdan.
EEUU
debiera reflexionar y considerar que en el actual momento histórico, el
mejor proyecto para sus intereses sería buscar la unión interna de su
ciudadanía y de su clase dirigente en base a una relación amistosa con
todas las naciones del mundo.